En 1988, Diana Natalicio se convirtió en presidenta de la Universidad de Texas en El Paso (UTEP), prometiendo priorizar tanto el acceso como la excelencia, de modo que la universidad, que entonces tenía solamente un programa de doctorado y brindaba vías de admisión abierta (sin criterios de selectividad), reflejara la demografía de su comunidad.
Aunque sus ambiciones fueron criticadas, Natalicio creía firmemente que el talento está en todas partes (una idea muy estadounidense). En el transcurso de tres décadas, comunicó esta creencia como un valor fundamental y logró una transformación muy tangible de la institución que presidía.
En 2019, UTEP había logrado la designación Carnegie R1 de “actividad de investigación muy alta” mientras continuaba ofreciendo admisión abierta, la única escuela entre las 131 de la clasificación Carnegie R1 que lo hacía.
La escuela también se había transformado para reflejar la composición étnica de su comunidad: el 84% de los estudiantes y el 30% del personal docente titular eran hispanos.
Al mismo tiempo, UTEP había alcanzado la excelencia académica. Hace cuatro años tenía 24 programas de doctorado y lideraba a las universidades R1 en el porcentaje de títulos de posgrado en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas otorgados a estudiantes hispanos.
Un destacado estudio colocó a UTEP entre los diez mejores colleges y universidades del país en cuanto a movilidad social, lo que significa que un número significativo de graduados provenientes de familias con ingresos en el quintil inferior de los hogares de EEUU ganaban salarios en el quintil superior en el momento del estudio.
A pesar del éxito de las instituciones públicas al servicio de las minorías (Minority Serving Institutions), ejemplares en la ampliación de la representación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) durante los últimos 30 años, el cambio a nivel nacional no ha colmado las expectativas. Los hispanos, negros, indios americanos y nativos de Alaska constituyen el 37% de los estadounidenses de 18 a 34 años, pero sólo han recibido el 26% de las licenciaturas o grados en STEM.
Un reciente informe de las National Academies of Science, Engineering and Medicine (Nasem) sobre los progresos en antirracismo en STEM señala las barreras sistémicas y el sesgo racial como impedimentos profundamente arraigados para atraer a personas talentosas de grupos minoritarios a STEM y mejorar su movilidad social.
En 2014 fui invitado al primer Engineering Ideas Lab organizado por la National Science Foundation (NSF) en Virginia para debatir, colaborar y crear conocimiento sobre la desigualdad social, la inclusión y la diversidad en las ingenierías, y la necesidad de incrementar la presencia de mujeres y minorías étnicas en los estudios STEM, en un contexto de cambio demográfico acelerado en el que EEUU dejará de ser de mayoría blanca anglosajona en un futuro muy próximo.
La NSF proyectaba fuertes inversiones en propuestas de investigación que contribuyeran a superar este problema y el Ideas Lab fue el arranque del debate a este respecto. Se invitó a 30 personas de todo el país para aquella reunión de cinco días, enmarcada en el estatus cambiante de EEUU en la economía política global y la necesidad de asegurar o mantener la prosperidad futura del país en un mundo crecientemente multipolar.
En 2018, para acelerar el cambio sistémico en estos temas, la NSF emprendió la iniciativa llamada Inclusion Across the Nation of Communities of Learners of Underrepresented Discoverers in Engineering and Science (Includes). Esta iniciativa tiene como objetivo catalizar la colaboración (la investigación “de convergencia”, es decir, la transdisciplinariedad) y construir infraestructura para acelerar la participación en STEM y el avance profesional de grupos históricamente subrepresentados como afroamericanos, hispanos, nativos de Alaska, nativos americanos, nativos de Hawai, habitantes de las islas del Pacífico, personas con discapacidades, mujeres y niñas, y personas de entornos económicamente desfavorecidos.
Hasta la fecha, Includes ha construido una red nacional de partes interesadas de varios sectores, incluidas instituciones educativas desde K-12 (desde el Kindergarten hasta el nivel 12, que corresponde en EEUU a los 17-18 años), universidades, organizaciones comunitarias, industria, organizaciones sin fines de lucro, fundaciones y agencias gubernamentales, impulsadas por un propósito común.
Si bien la iniciativa ha ofrecido lecciones valiosas, sigue siendo esencial que los líderes de la industria y la educación superior, los financiadores gubernamentales y privados y otros responsables en la toma de decisiones aborden las ineficiencias y emprendan reformas si Includes quiere alcanzar su máximo potencial.
No hay espacio en este artículo para explicar cabalmente el trabajo desarrollado en EEUU para cambiar la cultura educativa y científica y lograr construir, en la última década, lo que llamamos aquí ecosistema de excelencia inclusiva (IEE). Trataré de resumir algunas ideas esenciales.
Al examinar algunas de las prácticas ejemplares de las MSI, así como los fundamentos teóricos del modelo Includes, se pueden identificar algunas acciones concretas para maximizar el impacto de esta iniciativa y otras similares. En Estados Unidos se ha optado por revisar las teorías del cambio institucional, comprender de forma detallada la forma en que funcionan los ecosistemas académicos STEM y priorizar el papel que desempeña el liderazgo científico y educativo para impulsar el cambio y transformar un sistema construido sobre desigualdades históricas.
El cambio sistémico se basa en líderes organizacionales del ecosistema STEM que tienen una comprensión profunda del contexto institucional e histórico. Como afirma el informe Nasem Transforming Trajectories for Women of Color in Tech, “los líderes de educación superior (presidentes, rectores y decanos) marcan la pauta para la inclusión a través de su perspectiva y ética personal: sus propios comportamientos y expectativas”. La inclusión implica cambiar la institución para dar la bienvenida a estudiantes diversos, en lugar de esperar que se asimilen a las condiciones existentes de los centros.
En el nivel macro de un ecosistema de excelencia inclusivo, los líderes deben aportar un alto nivel de conciencia contextual para aprovechar sus esfuerzos en estas organizaciones entrelazadas. Los ecosistemas de alto funcionamiento se caracterizan por la confianza, el intercambio de conocimientos y recursos, y los compromisos mutuos con horizontes de inversión a largo plazo. Examinar el panorama más amplio puede revelar intereses y misiones comunes, pero también expone diferencias y matices.
A nivel institucional o micro de un ecosistema de excelencia inclusivo, el liderazgo debe utilizar estructuras organizativas para iniciar y sostener el proceso de creación de nuevas capacidades (la vieja idea de Amartya Sen).
Esta nueva capacidad incluye un enfoque holístico en los programas curriculares y cocurriculares que preparan a los estudiantes que tienen el conocimiento, las habilidades y las capacidades para prosperar en una fuerza laboral competitiva, pero también brindan oportunidades para innovar y participar en el desarrollo de soluciones traslacionales inspiradas en el usuario (que debe orientar el conocimiento experto de las élites).
La Oficina de Política Científica y Tecnológica de la Casa Blanca ha adoptado el modelo inclusivo de Includes y anunció más de noventa iniciativas de agencias federales, universidades, industria y organizaciones filantrópicas en 2022.
En esta sociedad “incansable en medio de la abundancia” que es EEUU (The Economist) siempre se requiere el auto-examen para encontrar nuevos modelos: “Muchos de los valores, normas y estructuras tradicionales que se encuentran en la educación superior son barreras para obtener los beneficios de la excelencia inclusiva y deben eliminarse”. Por tanto, a veces hay que eliminar la tradición (el habitus de Pierre Bourdieu), e inventar la tradición (como nos mostró Eric Hobsbawm).
Esta motivación preside una agencia del gobierno federal ejemplar como es la NSF y su iniciativa Includes. Se trata de “adoptar una visión en la que la excelencia educativa y el progreso de la nación están fundamental e inextricablemente conectadas con la inclusión”. Hablamos, por tanto, de un cambio en la cultura educativa y científica estadounidense que merece ser duradero. l
Exdirector de Evaluación del programa Gateway de la National Science Foundation (Gobierno Federal de los Estados Unidos de América)