He hablado sin tiempo con mi amigo Gorriti. Le comento las elecciones.

—Vamos a hablar de otra cosa. Esta gente no se da cuenta de que quien siembra odio, recoge odio. Todas son palabras vacías y, la palabra vuela en segundos como un pájaro. Siempre he querido la unidad y la paz, y estos políticos, cada vez se insultan más y se separan más. Tendríamos que hacer una Korrika por la unidad. Cada uno que piense lo que quiera, pero no insultarnos.

—¿Cómo haréis esa Korrika?

—Empezaría con el ideario primero de la Korrika. Yo, y muchos como yo, veíamos que el euskera moría. Las letras que había escrito en los árboles de niño, pocos las entendían. A los niños en las escuelas no les enseñaban el idioma que hablaron mis padres, mis abuelos, mis tatarabuelos. Estábamos perdiendo nuestras raíces. Un idioma es unidad.

Gorriti se queda un rato en silencio y, luego me habla precipitadamente, como si fuera una botella de champán a la que quitan el tapón. Y me dice que él mamó el euskera desde la teta de su madre. En su caserío no había otro idioma. Luego vinieron los problemas en la escuela y, a sus padres le decían los profesores que era tonto.

—¡Qué iban a entender ellos, si hablaban como yo! Como dicen las enciclopedias, un idioma es el código lingüístico empleado por un pueblo o por una nación para comunicarse y que reflejaba de algún modo su historia cultural y su concepción del mundo. Aquí, en Navarra, sufrimos mucho, la mayoría de los maestros no nos entendían pero, luego… la política entró en nuestro idioma (no siempre oportunamente), y se fue resquebrajando el euskera.

Juntos comentamos el tiempo de Franco y muchas etapas más, donde el idioma se silenciaba.

—Cuando la Iglesia permitió que los sacerdotes nos hablaran en euskera, muchos reaccionaron mal. Cuando salí del Aralar, me asusté. Vivíamos en una torre de Babel. No nos entendíamos unos con otros. Y, entonces llegó la Korrika.

Gorriti, se emociona y me habla de la Korrika como una larga poesía que fue escribiendo los versos por todos los caminos de Euskal Herria. Era una olimpiada de relevos, donde participaron miles de personas.

La primera Korrika se celebró en 1980. Una marcha idealista para recuperar el euskera. En aquel entonces, empezó en Oñati y terminó en Bilbao. El testigo primero, lo hizo Remigio Mendiburu. Fueron muchos los artistas que se unieron para ir pasando por todos los pueblos aquel símbolo de identidad. Los fondos que se recaudaran eran para reunir dinero para los centros de aprendizaje de euskera de AEK.

Al final de la Korrika –como un misterio de Leonardo da Vinci–, se leían unas palabra secretas, escritas por un representante de la lengua. Sería muy largo contar lo que se dijo en tantas Korrikas celebradas, pero no deja de ser un patrimonio de nuestra tierra. En 1995 el testigo estaba muy usado y, para aquella novena edición, el lekuko se le encargó al artista navarro, Juan Gorriti. El primer testigo de Remi está expuesto en el Museo de San Telmo.

—Hice el lekuko –testigo en castellano– con madera de haya y, para guardar el secreto, realicé una pequeña rosca para abrir al final de la Korrika.

Fue una resurrección. Jóvenes, niños y mayores salieron a la calle para correr unos kilómetros –algunos ancianos, solo diez pasos– en la Korrika. Muchos famosos tuvieron el honor de llevar el testigo por unos minutos.

La Korrika se celebra cada dos años y siempre pasa delante del caserío de Gorriti. En la próxima edición, los participantes tendrán una sorpresa. Gorriti va a hacer una camino mágico desde su casa, en Arriba, hasta Betelu. Gorriti piensa pintar cada árbol del camino. Su colorido será vida, fuerza y hechizo. En los troncos de algunos árboles, Gorriti quiere escribir versos, creados por él mismo.

Y, ahora empieza mi problema. Le digo que me los traduzca y, después de un silencio largo, me confiesa:

—No sé. No encuentro las palabras equivalentes al euskera. Tienes que ponerme al teléfono alguno de tus hijos o nietos que hablen euskera de siempre.

La elegida fue mi nieta Monika que es bilingüe desde el nacimiento. Quedamos tres días después en mi casa, con papel y bolígrafo, Monika empezó a hablar con Gorriti en euskera. No les entiendo nada, pero los dos se mueren de risa. Pongo el altavoz y solo oigo carcajadas. Apago porque me parece mal romper la deliciosa intimidad que están viviendo. Después de unos minutos de jolgorio, veo que Monika escribe.

–—Abuela –me dice tapando el móvil–, tu amigo está como una cabra, pero me pasaría horas hablando con él. Me cuenta que él es un árbol que respira con la sabia y suspira con el aire.

—Así es Gorriti, Un amigo ángel que conocí hace más de cuarenta años y, aunque no te lo creas, sin hablar nos entendemos. Es el privilegio de la amistad.

Después de un tiempo, que no he medido, le pregunto a Monika por señas, qué dicen los versos. Vuelve a reír y me cuenta que algo ha escrito, pero que Gorriti habla tanto que no consigue entender lo que le dice.

—Pero, ¡si los dos hablabais en euskera!

—Sí, es que estábamos tan a gusto que nos hemos ido por las nubes, pero algo he escrito, antes de que me despida con un agur. Uno de los versos dice: Ez izan eta bai uste, sasipeko masuste.

—¿Y?

—Pues verás, abuela, la traducción es un poco rara: “No eres, pero te crees que eres, y eres una mierda”.

—¡Qué edificante!

—Los otros dos versos que le he entendido son muy bonitos: Elkarrekin oinez ibilitako pertsonen arrastoak inoiz ez dira ezabatzen. “Los caminos recorridos unidos con personas nunca desaparecen”.

—Me gusta.

– La tercera es la mejor: Itzali zure bizitzaren grisak. Piztu zure barneko koloreak. “Apaga los grises de tu vida y enciende los colores que llevas en el interior”.

Le digo a Monika, que este verso podría ir dentro del lekuko del próximo año. Pero los secretos de Gorriti se van a quedar escritos en los árboles.

Nos tomamos un vino con unos pintxos y pienso:

Gorriti es un hombre sin secretos.

Nunca podríamos hacer una korrika de armonía entre los políticos. Esas palabras no las entienden, aunque brillen en un camino de colores. l