Las leyendas suelen tener un poso de memoria colectiva. Son mitos en los que se entremezclan situaciones que pudieron ser reales con imaginarios mágicos que hacen a las historias perdurar en el tiempo como santo y seña de una identidad. Dentro de ese subconsciente colectivo se encuentra instalada la percepción del lobo como alimaña o salvaje depredador que amenaza nuestra seguridad humana y material.

Don Jose Miguel de Barandiaran, en su obra El mundo en la mente popular vasca, daba cuenta de una leyenda contada en el año 1922 por un pastor de Olarte (Araba) y que hacía referencia a una joven del municipio de Orozko devorada por los lobos. “Una joven del caserío Arane —decía el relato— subió una vez al Gorbeia a retirar las ovejas de su rebaño, que pacían en aquella montaña. Pero, envuelta de improviso por espesa nube, se desorientó, de tal suerte que no pudo hallar el camino de su casa. Allí se hizo de noche. Luego vinieron unos lobos y la devoraron. Su familia la buscó en vano por muchos días. Sólo hallaron sus cabellos en el collado de Aranekoarri”.

Esta leyenda quedó impresa —desde el 20 de junio de 1988— en un monolito rocoso erigido en el collado de Araneko Harria, municipio de Orozko (Bizkaia), en las estribaciones del Parque Natural de Gorbeia. En dicho monumento puede leerse; “A una chica le comió el lobo. 14-diciembre-1308. Caserío Arane. Picaza-Garay.

La joven del relato puede ser contemplada como nuestra Caperucita roja o el pastorcillo llamado Pedro que advertía falsamente y como chanza a sus vecinos de la llegada amenazante del lobo, y que cuando la fiera realmente apareció nadie le tuvo en cuenta dando pie a que la alimaña aniquilara a buena parte de sus ovejas.

El símil puede servir para poder ilustrar algo acontecido el pasado domingo, en la celebración de las elecciones municipales y forales en Euskadi.

Después del paso de la ciudadanía por las urnas suele ser conveniente intentar hacer el diagnóstico más certero posible para analizar las causas del éxito o el fracaso de los resultados obtenidos por cada fuerza política interviniente.

Como resumen sintético general, cabría decirse que el descenso de la participación —casi 6 puntos porcentuales comparativamente en relación a los anteriores comicios de 2019— ha tenido una incidencia dispar en los partidos vascos. Algunas formaciones —especialmente el PNV y Podemos— se han visto penalizadas por la decisión de una parte de hasta ahora su soporte sociológico por no ir a las urnas.

En el sentido contrario se encuentran quienes han sabido tener cohesionado y motivado a su electorado (EH Bildu), incentivando su movilidad y fidelidad a la hora de continuar respaldándoles con el sufragio, lo cual —en el marco de un porcentaje de participación menor—, les ha reportado una representación notable.

Decir, igualmente, que el planteamiento de los comicios como si de una “primera vuelta” de los comicios generales se tratara, con un debate “por arriba” entre las formaciones que optan a gobernar en España, provocó la activación, en pequeña dosis, pero perceptible, de un voto de obediencia estatal, hasta ahora adormecido o que se había refugiado en la oferta vasca mayoritaria. Es decir, alrededor del PNV.

Estas consideraciones y un diagnóstico desenfocado a la hora de plantear su mensaje de campaña ha provocado el frenazo en las expectativas del PNV, que, dicho sea de paso, sigue siendo el primer partido en la Comunidad Autónoma Vasca.

El problema que ha tenido el PNV no ha estribado en que una parte de sus votantes haya migrado a otras formaciones. La cuestión es que muchos de sus apoyos “tradicionales” esta vez se han quedado en casa. ¿Por qué?

En primer lugar, porque hay un desgaste evidente en todos los partidos de gobierno y el PNV comienza a sentirlo, no ya ahora, sino desde consultas electorales anteriores. La pandemia y las crisis —económica, social y de comportamientos humanos—, han empezado a hacer mella en la confianza sólida que hasta ahora existía entre los jeltzales y su base social. La fatiga de una sociedad cada vez más individualizada en sus exigencias y percepciones ha traído una buena parte de personas “cabreadas”. Enfadadas por muchas razones. Por su empleo no suficientemente remunerado, por la carestía de la vida, por la percepción de la deficiencia en los servicios públicos, por la falta de horizontes… La pandemia nos ha hecho más egoístas y más exigentes en la defensa de nuestros derechos. De los “nuestros”, de los “míos”, de los que “me afectan en primera persona”. Y eso se hace pagar. Además, esa sensación de desagrado ha coincidido con las quejas de pancarta promovidas por movimientos sociales. Una crispación en la calle, un “run-run” habitual de malestar socializado.

Todo ese “cabreo” ha tenido su incidencia. No como un voto de castigo sino como un abandono —al menos temporal— de la confianza.

Las encuestas lo advertían, aunque los medios de comunicación no acertaran a adivinarlo entre los datos que la demoscopia aportaba. La cuestión era cómo movilizar a esos “indecisos” que siempre habían votado al PNV y que ahora dudaban de hacerlo o que cuestionaban su necesidad porque “todo el mundo decía que el PNV ganaría por mayoría absoluta”.

El PNV escogió un mensaje de activación que, vistos los resultados, no fue acertado. Se pretendió polarizar la campaña a una doble decisión. Había que elegir, o el PNV o EH Bildu. O apostar por el futuro o volver al pasado. Democracia versus el retorno del lobo feroz.

El capítulo de las listas electorales contaminadas —error mayúsculo de EH Bildu— y la denuncia hiperventilada del PP, que buscaba dañar la imagen de Sánchez en primera derivada, propició que esa “polarización” vasca se reforzara. Pero la Izquierda Abertzale sabía que no le convenía entrar en esa dinámica. Le era más rentable explotar el victimismo. No necesitaba debates. Ni estridencias. Con “posar” le era suficiente. Entre otras razones porque en la sociedad vasca (siempre avanzada en las percepciones vinculadas a la “normalización política”) el miedo al lobo había desaparecido. Tal vez porque el “blanqueamiento” de las posiciones de EH Bildu (Sortu) había cuajado gracias especialmente a Pedro Sánchez y a su decisión de pactar con la Izquierda Abertzale tratándola como un “socio normalizado” con el que compartir proyecto político. O quizá porque la nueva imagen, el estilismo de atrezzo de blusas coloridas y americanas conjuntadas, había conseguido un trampantojo político. Sea como fuere, en Euskadi nadie temía ya al lobo feroz. (No olvidemos que en esta legislatura, el Gobierno de Pedro Sánchez declaraba al lobo especie protegida, penalizando su caza).

Por si fuera poco, la Izquierda Abertzale tenía a su electorado motivado y junto, entre otras razones, porque su giro político en España había obtenido como recompensa el “fin de la dispersión”. Traer a Euskadi a los presos, aunque para ello hubieran tenido que sacar a hombros a Pedro Sánchez, fue el centro de su acción. Su logro sirvió para fortalecer su cohesión interna, minimizando las disidencias que, finalmente no le han supuesto coste significativo alguno.

Como dijera Ortuzar la misma noche electoral, el PNV ha tomado buena nota del mensaje que el electorado marcó el pasado domingo 28. El partido mayoritario del país deberá metabolizar cuanto antes las causas que han llevado a detener su crecimiento electoral. Ha sido una importante llamada de atención que debe ser atendida si quiere recuperar el músculo perdido. Y desburocratizar en cierta forma su acción política sin que ello suponga abdicar de la responsabilidad o del buen gobierno.

La frivolidad y ligereza demostrada por Pedro Sánchez en su acción de gobierno efectista nos obligan a enfrentarnos, en breve plazo, a una nueva cita electoral que tendrá como destino la nominación de una nueva representación en las instituciones parlamentarias del Estado. Una cita siempre incómoda y difícil para los nacionalistas vascos. Unas elecciones en las que la Izquierda Abertzale se presentará crecida y tratando de explotar nuevamente el “victimismo” por los acuerdos municipales y forales que otros, legítimamente, vayan a alcanzar. Unos comicios, además que contarán con el hándicap de la estacionalidad, el verano y las vacaciones.

El PNV deberá, a marchas forzadas rehacerse del traspiés acontecido y buscar la fórmula para convencer, nuevamente, de que su fuerza y su presencia es vital y trascendente para la defensa de los intereses de Euskadi. Los intereses de todos y todas los que aquí vivimos. Y sin lobos a los que apelar como amenaza.