R ecientemente recibía un whatsapp de mi buen amigo Natalio, que junto a un video-chiste me sugería un tema: “¿Qué dura más, un neoliberal o una lechuga?”.

Los que conocemos a Natalio entendemos perfectamente la razón del tema. Para los que no le conocéis, os diré que Natalio es un jubilado de mi empresa, un sindicalista de los de antes, afiliado a UGT. Cualquier sindicato u organización que se preocupe de los demás se lo hubiera rifado para tenerlo en sus filas. Y es que Natalio dedicaba mucho de su tiempo personal para defender lo que en justicia entendía era lo mejor para los demás. Así que era muy fácil entenderse con él y llegar a acuerdos. Guardo un profundo respeto y cariño hacia él y lo que representa.

El sabía que iba a entrar al trapo: no huyo de un reto que suponga cuestionarnos algo como sociedad. Lo que no sabe Natalio es que parte de mi familia proviene del mundo agrario y que sé que una lechuga tiene un periodo de maduración de 2 meses.

¿Qué durará más una neoliberal o una lechuga? Fue la pregunta que se hizo la prensa inglesa a menos de un mes de haber sido elegida Liz Truss como primera ministra británica en octubre de 2022, tras la dimisión de Boris Johnson y sumido el país en una crisis de mercados financieros tras la promesa de una bajada brutal de los impuestos.

El neoliberalismo es una teoría político-económica heredera del liberalismo que defiende el libre mercado y considera que el Estado no debe intervenir en la economía. Surge como respuesta al modelo de Keynes que defendía la intervención del Estado en la economía y que no supo dar respuesta a la crisis de finales de los años 20 y posteriormente a la crisis del petróleo de 1973. Los servicios públicos que el Estado presta se deben reducir a la mínima expresión, quedando en el ámbito de lo privado servicios históricamente públicos como la educación o la sanidad y otros sectores económicos con participación pública.

Es una doctrina que ha calado no solo en el primer mundo (USA y Europa), sino también en otros países menos desarrollados empujados por la globalización económica y por el apoyo de entidades como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Por ejemplo, Brasil ha tenido un gobierno neoliberal y en las últimas elecciones casi la mitad de la población ha vuelto a votar a Jair Bolsonaro, que defiende estas ideas político-económicas.

De esta manera, en muchos países se han aplicado políticas que han fomentado la privatización de servicios en muchos sectores con participación pública. A nivel político los máximos exponentes de este modelo fueron Ronald Reagan en USA y Margaret Thatcher en Inglaterra.

Recordemos en los años 80 durante el mandato de Margaret Thatcher en Inglaterra se privatizaron empresas estatales de sectores del gas, agua, teléfono, electricidad, transporte ferroviario, la línea aérea British Airways…

En este mismo sentido, en el estado español, en las épocas de Felipe González y Aznar se privatizaron empresas automovilísticas como ENASA y SEAT, empresas de viajes como Marsans, de transporte marítimo como Trasatlántica, del sector energético como Endesa y Repsol, Argentaria en banca, Telefónica en telecomunicaciones, Tabacalera… Otros han estado a punto de privatizarse como AENA, Paradores, Loterías, Correos, Puertos o Renfe.

En algunos países del llamado primer mundo (Inglaterra, Italia, Suecia, Austria, España…) han resurgido gobiernos con partidos políticos neoliberales que apuestan por una bajada de impuestos y por reducir al mínimo la intervención del estado en la economía y en la sociedad.

Bajo la premisa de no existencia del servicio público es el individuo el que debe buscarse (pagarse) esos servicios en el sector privado. En teoría, el libre mercado generará las condiciones para que los ciudadanos puedan vivir dignamente. Y éste es el punto débil de este modelo. El tiempo ha demostrado que el conjunto de ciudadanos no consigue vivir dignamente porque el mercado libre y sin regulación no se preocupa de todos sus miembros, no tiene corazón, ni le importa la persona.

La buena marcha de la economía no redunda en un mejor bienestar para todos los ciudadanos sino sólo para una parte de ellos. Las diferencias entre las personas de esa sociedad bajo gobiernos neoliberales se han hecho cada vez mayores.

Ejemplo de ello tenemos en Estados Unidos. Las políticas neoliberales del partido republicano, con Trump a la cabeza, ha generado kilómetros de acera ocupada por homeless (gente sin casa que vive en la calle) como existen en San Francisco, Los Ángeles o Chicago. Despojos de la sociedad que el mercado ha apartado y no permite reinsertarlos. Pero esa realidad de Estados Unidos no se enseña ni la queremos conocer. Mientras no sea yo el que se quede en la calle, hor konpon.

Hasta aquí podemos estar de acuerdo o no con esta política económica, pero el tema no acaba, sino que este movimiento está dando una vuelta de tuerca al modelo de sociedad. La política neoliberal está utilizando medios de comunicación afines que lanzan repetidamente sus consignas, aunque sean mentiras (fake news), con el objetivo de alcanzar el gobierno de la nación o mantenerse en él. Si ganan las elecciones, adelante, pero si pierden comienzan a poner en cuestión los resultados, cuestionan la propia democracia llegando incluso a invitar a la sublevación popular para devolverle al pueblo lo que en teoría se le ha arrebatado en las urnas. Así lo hemos visto en Estados Unidos con el asalto al Capitolio o recientemente en Brasil tras la toma de Lula da Silva como presidente de la República. Es una actitud tremendamente peligrosa que fracciona y rompe la sociedad. El 50% de la población apoya a pies juntillas sus proclamas. La sociedad, americana o brasileña, se encuentra totalmente dividida y va a tener difícil recuperar una convivencia pacífica y respetuosa.

Asimismo, busca el control del poder judicial para que tutele y corrija, en su caso, las decisiones del gobierno que no se ajusten a la doctrina. Incluso como ha ocurrido en España se paraliza su renovación durante años y todo en nombre de la Constitución que ellos mismos se encargan de incumplir.

Por último, tenemos cono reclamo el recurrente y embaucador lema de la “bajada de impuestos” para los ciudadanos. Si bien es cierto que una bajada de impuestos activa el consumo y por tanto la economía, no menos cierto es que el gobierno cuenta con menos ingresos para realizar una redistribución de la renta que disminuya las desigualdades y ayude a satisfacer las necesidades básicas de la población con menos recursos. Estos servicios básicos, como hemos comentado, se los deben pagar cada individuo.

En el caso español, el sector neoliberal pone como ejemplo de lo que hay que hacer a Madrid. Pero la realidad de esta comunidad autónoma, con una de las rentas per capita más alta del estado español, ni es buena para todos los madrileños ni resulta exportable a otras comunidades. Para los ciudadanos con poder adquisitivo, y que tienen cubiertos sus servicios de educación y sanidad en lo privado, una rebaja de impuestos es algo positivo ya que conlleva una rebaja o eliminación de servicios públicos que no utilizan. Sin embargo, en comunidades o provincias donde el poder adquisitivo de sus ciudadanos es bajo, éstos no pueden contratar servicios privados y se quedan sin los servicios públicos. Todo un negocio ruinoso.

En fin, que si atendemos a la realidad que vivimos, no cabe duda de que el modelo neoliberal en todo el mundo es un fenómeno imparable al que muchos se han acabado rindiendo convencidos de que a ellos les va a ir bien aunque empobrezca a la mayoría. La llamada al beneficio personal huyendo del colectivo resulta muy atractivo porque los humanos nos dejamos llevar por el egoísmo.

Lamentablemente, amigo Natalio, o mucho cambiamos en lo personal o esta política neoliberal nos va a durar más de dos meses… y avergüenza. l

Economista