Cuando las dinámicas económicas producen incrementos importantes del coste de la vida, llamamos a la puerta de los acuerdos para incrementar los salarios y así mantener el nivel adquisitivo de las familias que viven de los mismos. Estas actualizaciones –que forman parte de lo que llamamos genéricamente empleo de calidad– se presentan siempre con una gran urgencia, mucho mayor que la de la transformación de los trabajos vigentes a trabajos de más valor. Esto último requiere una visión a medio plazo y una labor muy coordinada de diferentes agentes, y no se improvisa. El empleo de calidad es posible si el trabajo es de cierto valor y está en un proceso sostenido de mejora en este sentido. Pero sabemos que nuestra economía produce bienes y servicios de bajo o medio valor, es ahí donde residen las dificultades de evolucionar hacia los empleos de calidad.

El trabajo de valor es aquel que, por cada hora o semana de trabajo, produce un resultado que tiene en el mercado un valor reconocido alto o muy alto. El trabajo de valor se aleja obviamente de las tareas repetitivas en las que la automatización va ganando posiciones y desplaza la labor de la persona. La digitalización, que avanza en muchos frentes a la vez, elimina trabajos de poco valor sustituyéndolos por servicios digitalizados resueltos por máquinas. Por el contrario, los trabajos de valor están vinculados con el empleo de cierto conocimiento especializado en la resolución de problemas. El trabajo de valor está, por lo tanto, vinculado a la aplicación práctica del conocimiento, a las habilidades de manejo de ciertas tecnologías y a la resolución de problemas que son importantes para alguien que está dispuesto a pagar por ello. Es también trabajo de valor el que emplea el conocimiento de diferentes especialistas en cooperación para resolver problemas vigentes o emergentes, como lo hace la investigación y su desarrollo en forma de tecnología. Y por último es trabajo de valor el que se aplica en el asesoramiento de temas específicos de la vida tecnológica, económica, ambiental, de salud, administrativa o social.

Así como la calidad del empleo se vincula con las condiciones laborales, lo que se recibe por el trabajo aportado, el valor de este, se vincula expresamente con el uso de sus resultados. Sin duda ambas cuestiones son distintas, pero están íntimamente relacionadas. Lo que las conecta es la conjunción de la capacidad profesional del trabajador, los medios técnicos con los que trabaja, la organización de los equipos de trabajo, la eficiencia de los procesos y proyectos en curso, y especialmente de las motivaciones individuales y de equipo. Y si todo esto no logra que el valor sea muy superior al coste –salarios incluidos– el negocio pronto cerrará. Sin un aumento sostenido del valor del trabajo o del número de trabajos de mayor valor en la sociedad, no podemos pensar en que los empleos de calidad afloren con velocidad y que exista el consenso suficiente para elevar el nivel de los salarios y mejorar las condiciones de trabajo, como todo el mundo esperaría de un sistema de empleo que progresa.

La tecnología nos presenta dos caras: por una parte destruye trabajos simples y no tan simples, y por otra nos permite reducir el coste del trabajo mediante la automatización de muchos de los procesos vigentes. Pero aún mas importante que lo anterior es que la tecnología sirve para crear valor resolviendo problemas más importantes para los clientes. Por ejemplo, en el mundo de la salud digitalizar la presencialidad es el camino correcto del uso de la tecnología para ganar valor, y no sustituir los procesos presenciales por procesos digitales perdiendo valor. En el mundo de la educación personalizar los contenidos de tareas y lecturas en función de los alumnos es aumentar el valor, que la tecnología digital permite. Visualizar una clase pregrabada no añade valor, sino que impide la valiosa interacción de la consulta y respuesta entre alumno y profesor. Por eso digitalizar sin más –lo que ya se hace– puede aumentar la productividad, que se convierte en menos gastos, pero no es garantía de tener más y mejores empleos. Tampoco lo es disponer de una gran proporción de titulados superiores empleados en trabajos de poco valor. Productividad y valor son dos cosas radicalmente distintas. La tecnología aporta productividad reduciendo costes, y el conocimiento y la actitud del que trabaja en equipo aportan valor al cliente.

Tampoco el aumento de valor es cuestión de cambiar de sectores, cosa imposible de la noche a la mañana, o de aumentar artificialmente los empleos en algún sector público o privado que coyunturalmente crece. Se habla mucho de innovación y es ahí donde los trabajos de valor prosperan, al abrir actividades nuevas de potencial crecimiento o trabajos mucho más productivos en la resolución de problemas. Solo en estas circunstancias, los empleos pueden mejorar en sus condiciones económicas y laborales. Por ello, no se trata tanto de identificar sectores donde el trabajo de valor es mayor, sino de aportar más valor en cualquier negocio, proceso y oficio. Para ello hay que cambiar de mentalidad y dejar de pensar que “hacer negocio es vender caro, comprar barato y pagar poco”, para adoptar otra actitud; “hacer negocio es convertir conocimiento y actitud individual y colectiva en soluciones a problemas que valen la pena resolver para mejorar simultáneamente las condiciones de los clientes y la calidad del empleo”.

Muchas veces los datos son engañosos cuando medimos el número de contratos nuevos o el número de parados. Tal vez un dato fundamental que los sustituya a futuro sea el número y nivel del valor aportado por los puestos de trabajo existentes en cada momento y en cada sector. No es lo mismo incrementar el número de camareros en la hostelería que incrementar las personas en las unidades de i+d de algunas empresas del sector de alimentación o integrar la distribución y conservación de alimentos cocinados a domicilio para personas con problemas de movilidad. Podemos agruparlos todos ellos como empleos nuevos en el ámbito alimentación, pero las consecuencias de una u otra situación difieren mucho respecto al empleo, su valor y su futuro. Las tres acciones no son incompatibles en absoluto. La segunda y tercera opción abren la vía de nuevos empleos en otros sectores, es decir son empleos que generarán empleos de más valor.

Cuando se dice que las inversiones generan empleos hay que precisar más. Invertir en infraestructuras públicas o privadas crea empleo para construirlas o mantenerlas posteriormente, pero invertir en empleos de conocimiento genera más valor y más empleos en muchos otros sectores, nuevos productos, soluciones y servicios con opción a un aumento significativo de la calidad del empleo en sus tres aspectos: económicos, de capacitación y empleabilidad.

Entendemos por empleo de calidad el que reúne condiciones como estabilidad, buenas condiciones horarias, buen trato personal, salarios medios o altos y una posible promoción en la carrera profesional que garantice cierta empleabilidad. Y esto se da cuando lo que se produce por unidad de tiempo trabajado vale cada vez más. Mientras no entendamos que el saber aplicado es la fuente de las soluciones y del valor del trabajo, no avanzaremos en la posibilidad de que las condiciones o la calidad del empleo prosperen por encima de las idas y venidas de la economía y sus precios. (*)

No entendamos que cambiar esto es solo labor del tejido empresarial –en solitario–, sino pensemos que es cuestión sobre todo de la cultura de la sociedad, de las entidades formativas y de las instituciones públicas, para que fomenten el desarrollo del conocimiento aplicado a las empresas y sus clientes. Sabemos que se necesitan iniciativas sostenidas durante mucho tiempo para incrementar el número de científicos y tecnólogos con una carrera profesional exigente y solvente. Se necesita hacer de la formación en el trabajo un mecanismo continuo y evolutivo para garantizar la aplicación de nuevos conocimientos y tecnologías en los oficios, tanto técnicos como de gestión. Cuidando y ampliando el valor del trabajo estaremos en condiciones de aumentar y mejorar de manera sostenida y simultánea los beneficios y lo que entendemos por empleos de calidad.

(*) Referencias del nuevo libro ‘Se ve venir…’