Alberto Elosegi, el amigo periodista recientemente fallecido, le tocó en plena juventud, época franquista, exilio. No debió ser fácil, nunca lo es, tener que abandonar su Gipuzkoa natal y trasladarse a Venezuela para comenzar una vida nueva. Aunque era abogado, se decantó por el periodismo, entrando a trabajar en la importante revista Momento. Aún conoció años de dictadura, pero pudo presenciar, en aquel enero jubiloso de 1958, la caída del dictador militar Marcos Pérez Jiménez, encontrando cauce para su protesta de reclamación venezolana por establecer y formalizar la democracia en aquellos años trepidantes de ideología libertaria y auge petrolero que siguieron.

Como era perceptivo en aquello momentos, adoptó un seudónimo, Paul Garat, y al empuje de los tiempos que vivíamos en Venezuela, y sacrificando horas de su vida privada, se dedicó al periodismo vasco de reivindicación libertaria. Le debemos, entre tantas cosas, una magnífica revista, entre las magníficas publicaciones periódicas del exilio, Gudari. A más de un trabajo intenso en esa colosal creación de los vascos en Venezuela, Radio Euzkadi, combinando sus ejercicios de escritura con la de tarea periodística de envergadura que implicaban las grabaciones radiales. Estuvo en la creación de una película: Los Hijos de Gernika, que en Caracas tuvo importante alcance para entender y atender el caso vasco. Publicó un libro sobre Jesús de Galíndez quien, pese a su secuestro y asesinato por el dictador Trujillo, hubo de ser reivindicado. Aportó su modulada voz a la película que narraba la acción de auto sacrificio de Joseba Elosegi tirándose de lo alto de un frontón con una bomba sobre el dictador Franco, que tuvo resonancia internacional. Tradujo del inglés y fue publicada por el grupo EGI Caracas la obra del inglés George Sterr, el periodista británico nacido en Sudáfrica, corresponsal del diario The Times.

No es extraño que Elosegi recobrara para nosotros la palabra de George Steer, periodista que denunció, horrorizado, el uso de los italianos del gas mostaza en la guerra de Etiopía, y desmontó la mentira de Franco sobre el bombardeo de Gernika. Caminaba en la brecha abrupta del periodismo que hace de la verdad su objetivo y, por ende, imparte información honesta. Que no están vendidos a los poderosos ni se crecen por la codicia. Ni ceden al ufano interés de notoriedad.

Recuerdo a Elosegi en momentos puntuales de mi juventud, pues fue él quien me animó a escribir en Gudari diciéndome, para animarme en la tarea, aquello que me llegó al corazón... Más allá del Atlántico, a 8 mil kilómetros, en tierra vasca, o en una cárcel de Francia o España... tendrás un lector a quien animarás el corazón. Más tarde me introdujo en el Euskadi, órgano incipiente e interno de PNV/EAJ, y curiosamente me repitió lo dicho. Necesitábamos en verdad ánimos para emprender el trabajo de la restauración democrática, vigor para la apertura del país a nuevas instituciones, a un cambio de vida vertiginoso. También estaba el hecho de acallar la nostalgia que nos producía a muchos de los que vinimos al país el otro país que dejamos. El exilio siempre está jalonado de adioses.

Recuerdo vivamente el momento en que devenido de Venezuela, tras una estadía en Londres, principiada en Euskadi la democracia, el grupo nuclear de Radio Euzkadi fue a recibirlo a Portugalete. Allí estaban Jokin Intza, J.J. Azurza, Pello Irujo e Iñaki Anasagasti para darle el ongietorri a un país al que amó en su derrota y quería ensalzar en su ascendente marcha democrática, junto con su esposa Jone, su valiosa compañera, y sus valiosos hijos. Parecía que en en aquel abrazo de recibimiento recobrábamos un poco del purificador aire de la finca La Virginia, el lar venezolano donde se levantaron, gracias a su empuje, las torres de grabación de Radio Euzkadi, la reclamación del exilio vasco por sus valores esenciales.

Han muerto en este año periodistas en México cubriendo información. Tienen injustamente retenido, no hay pruebas, a un periodista vasco en Ucrania, hay informes de periodistas del Estado español que han manchado la profesión con el mal uso y peor abuso de fuentes de información nefandas. Todas las profesiones tienen su ética. Archiveros/as, arquitectos/as, bibliotecarios/as biólogos/as, farmacéuticos/as, médicos/as... por citar algunos, mantienen, además de una formación, unos principios. Por respetarlos, se derive muchas veces, fue en el caso de Elosegi, en una vida poco ventajosa económicamente. Quizá sirva esa ética idealista, o eso que llamamos vocación, para aguantar el anonimato o la falta de ganancia, como instinto elemental que nos mueve o promueve a elegir un modo de vida y mantenerlo limpio y libre de toda codicia. No es fácil. En realidad en la vida de Elosegi nada fue fácil, aunque consiguió lo mejor: su palabra fue mensaje que desveló la verdad y su corazón logró un grupo familiar compacto y alimentó la admiración de quienes le conocimos. Se ha ido en silencio, él que fue voz. Por eso hoy lo reclamo en mi interior, no tan solo como amigo, sino como uno de los periodistas más honestos y valientes que hemos tenido.

Bibliotecaria y escritora