Cuando estamos en momentos de incertidumbre, como los actuales, el futuro se desdibuja o se hace sombrío. Nos vamos acostumbrando a recibir solo malas noticias y a no creer que el futuro, eso que llegará, sea mejor que lo ya vivido. La referencia a la incertidumbre permanente evita hacer promesas políticas, económicas y sociales. Solo prosperan las promesas tecnológicas, por lo que no hay quien se atreva a adquirir compromisos impactantes respecto al futuro. Hablamos de encontrar futuro, no tanto de crearlo; es a lo que podemos aspirar, y no es poco. Y más si ese futuro es beneficioso para una importante mayoría de la ciudadanía.

En muchas ocasiones se dice que el futuro se construye y que depende de nosotros, lo que es una afirmación muy incompleta o engañosa. Lo acabamos de vivir. Basta comparar lo que imaginábamos sobre nuestro futuro en 2019, antes de la pandemia o de la guerra de Ucrania, con la realidad y las expectativas actuales. Son muchos los elementos ajenos, lejanos y desconocidos que nos afectan, y que nos conducen a unas decisiones y situaciones no imaginadas en ese futuro, que llega siempre sorprendiendo.

Siendo realistas y no teóricos de la gestión social, podemos decir que el futuro es un encuentro en el tiempo, con una duración plurianual, que puede ser afortunado o desafortunado, exitoso o calamitoso. Es el encuentro de una serie de circunstancias, tendencias, condiciones y dinámicas que caracterizan unos lustros o una época. Lo deseable es que los futuros sean afortunados, en términos de condiciones de vida de quienes conforman un colectivo próximo y de muchos colectivos vecinos. Construir el futuro desde quienes lo van a experimentar es una utopía, pues supone un infinito grado de libertad para actuar sobre las tendencias, y sobre todo sobre las decisiones de otros países, empresas y corrientes políticas globales.

¿Pero qué podemos hacer para que ese encuentro sea lo más favorable posible a las personas que lo han de vivir? ¿Qué y cómo evaluar si estamos en buenas condiciones para que el próximo sea un futuro exitoso? ¿Qué políticas seguimos para adecuarnos a los escenarios cambiantes que caracterizan el entorno?

En primer lugar, parece claro que tenemos que saber lo que queremos, y que eso que queremos sea satisfactorio y sostenible en el tiempo para una mayoría. Es decir que nos acercamos y perfeccionamos constantemente un modelo de vida diferente, con unos niveles suficientes en las necesidades básicas y con un horizonte de logros alcanzables. Lo más importante en este primer punto es que haya coherencia en las decisiones a lo largo del tiempo. No es entendible que el objetivo de la descarbonización en curso, conviva con el incremento de las importaciones europeas de carbón para las centrales eléctricas.

En segundo lugar, tenemos que asegurar mayoritariamente que queremos este destino y que estamos dispuestos a invertir y, sobre todo, que hay voluntad personal de muchas personas en conseguirlo. Estamos viendo y viviendo cómo la pugna política se sustenta en la negación del otro y su propuesta, sea la que sea. “La respuesta es no”. ¿Cuál es la pregunta? Y otras veces no hay propuesta, solo hechos consumados desde el poder, lo que anima a los que no lo tienen a conseguirlo como sea.

En tercer lugar, tenemos que asegurar que tenemos las bases tecnológicas y culturales, y que estamos desarrollando capacidades personales, profesionales, institucionales y cívicas para conseguirlo. Si nos referimos al sistema educativo y a la formación para la profesión, los desajustes son muy notorios. Abandono escolar elevado, bajo empleo joven, discontinuidad en las políticas educativas, facilidad de progreso de nivel educativo, muy baja tasa de formación en el empleo.

Y en cuarto y último lugar, asegurarnos de que tenemos la suficiente autonomía de acción para elegir y desplegar las iniciativas necesarias, es decir tenemos una suficiente independencia del entorno externo, de la economía global y de las iniciativas de otros territorios o países. Como vemos, no es así. Un barco carguero se cruza en el canal de Suez por unos días y peligra el suministro industrial, se reducen los suministros de gas y los precios de la energía se disparan, una sequía siempre previsible trastorna el flujo fluvial de mercancías y genera un alza de los precios agrícolas, y las explotaciones ganaderas pierden sus recursos de alimentación del ganado. La autonomía requiere un suficiente grado de control de los recursos básicos agua, energía, alimentos, suministros industriales, equipamientos y sistemas sanitarios, medios de transporte, y esto supone un enfoque previsor y muy bien coordinado entre sectores que brilla por su ausencia en todas las instituciones y políticas.

Pero parece que estas cuatro condiciones no se nos dan, ni medianamente bien, y siendo así, el futuro estará gobernado por eso que llamamos incertidumbre o carencia de rumbo, carencia de destino e incapacidad de gobernar creando cimientos de calidad de vida. ¿Qué nos ha llevado a este punto? Seguramente son muchos los ingredientes de este devenir tan incierto. Pero seguramente está entre ellos el afán por competir y optimizar los recursos construyendo un sistema socioeconómico al límite de sus rendimientos y muy inestable ante cambios en alguno de sus componentes.

Decir que vivimos en momentos de incertidumbre es como echar la toalla o más leña al fuego. Así se justifica que ya responderemos como mejor podamos cuando se presente el conflicto o el problema con toda su crudeza. Frente a esta actitud reactiva, hay otras como la preactiva y la proactiva que se basan en entender que el futuro exitoso, es un encuentro de crear oportunidades hacia lo deseable y de aumentar las capacidades individuales y colectivas para su desarrollo. Entender qué es una oportunidad social y cómo se desarrolla es importante para orientar los recursos y las capacidades en una dirección u otra.

Por ejemplo, pensar y actuar para que el sector turístico sea una parte importante de una economía, o sostenerlo pensando en el corto plazo, es actuar sobre una oportunidad en decadencia, en un entorno internacional inestable y con una necesaria responsabilidad social sobre los kilómetros de desplazamientos de muy corta duración. La oportunidad social emergente en lo más próximo al turismo y a las infraestructuras de este, está en el sector de cuidados, donde una población más envejecida precisa de procesos de apoyo y asistencia diversos, en los que contamos con un clima adecuado a la recuperación de las dolencias vinculadas a la discapacidad. Una oportunidad socioeconómica se presenta en el proceso de conversión de infraestructuras turísticas y en la recualificación de las personas de dicho sector hacia servicios de más valor. Eustat nos dice que hay 37 millones de europeos con alguna discapacidad (un 14,5%: un 10% con discapacidad moderada, un 4,5% con discapacidad severa).

Las oportunidades sociales emergentes, junto a las capacidades asociadas, configuran el futuro. Euskadi que está inmersa en tendencias demográficas que la configuran como una población muy envejecida, con una capacidad tecnológica media en la fabricación de bienes de equipo de pequeña y media dimensión, en una sociedad que busca un bienestar y equilibrio económico contra la desigualdad, tiene una oportunidad con futuro en la tecnología social. Comprende las soluciones innovadoras en la confluencia de los sectores de salud, cuidados y atención social como demanda, y los sectores más tecnológicos como generadores de soluciones, productos y servicios para la población local y para su expansión hacia otros países. Un futuro emergente de la tecnología social donde el diseño y aplicación de la tecnología biomédica, biomecánica, digital y de telecomunicaciones vinculadas con el bienestar y la calidad de vida en todas las etapas de la misma, y en todos los espacios: vivienda, trabajo, centros educativos, residencias, centros de salud.

Ser el primero en pasar por una experiencia nueva que ha de repetirse en pocos años en muchos países y continentes es una ocasión irrepetible de ver un futuro deseable y reunir las cuatro condiciones antes citadas alrededor de la tecnología social. Sin una visión conjunta de gobiernos, empresas y sectores, y en un país pequeño, el futuro son trozos de nada y será lo que desde otras iniciativas y capacidades nos toque bailar. No avanzamos mucho en nuestra capacidad de encontrar futuro dando vueltas y más vueltas a la proclamada situación de incertidumbre que nos envuelve, y a la búsqueda de los culpables. Hemos llegado a una interdependencia excesiva, a una inestabilidad global y a un cambio tecnológico nunca imaginado, y a necesitar un uso intensivo del conocimiento aplicado para avanzar. Es tiempo de pensar y actuar de otra manera sobre el futuro y sus cimientos, las oportunidades y las capacidades que nos definen, todas ellas en evolución. l

Doctor ingeniero industrial y cofundador de APTES