Hablar de crisis de gobierno en Italia no es ninguna novedad. A lo largo de las siete décadas y media de vida del actual sistema político (la Constitución vigente fue aprobada en 1947) se han sucedido más de 60 gobiernos, con una duración media de poco más de un año. En la actual legislatura –la XVIII, que concluía el próximo mes de marzo– se han sucedido tres gobiernos: los dos primeros presididos por G. Conte, si bien integrados por coaliciones con una composición completamente distinta –Movimiento 5 Estrellas (M5S) y Liga, el primero (2018-19); y el segundo (2019-21), integrado por el M5S junto con el Partido Democrata (PD), Italia Viva (IV), Libres e Iguales (LeU)– que han precedido al actual, de concentración, integrado por todas las formaciones políticas del arco parlamentario (con la excepción de Fratelli d’Italia (FdI)), que ha caído recientemente como consecuencia de la retirada del apoyo parlamentario de algunas de las fuerzas –M5S, Liga de Maldini, Forza Italia de Berlusconi– que lo integraban.

Contrasta esta volatilidad de los ejecutivos italianos con la estabilidad de las legislaturas, que habitualmente, salvo contadas excepciones, han cumplido su mandato completo (Baste reseñar como referencia comparativa que desde 2001 se han sucedido en Italia cinco legislaturas, mientras nosotros aquí hemos tenido ocho, dos de ellas (2016 y 2019) fallidas). Las cámaras actuales, cuyo mandato se inició en 2018, deberían haber sido renovadas en marzo de 2023, en vez del próximo 25 de septiembre como va a ocurrir tras la caída del Gobierno Draghi. Se trata de un adelanto electoral muy leve, que en condiciones normales ni siquiera se consideraría como tal (en los usos parlamentarios se estima que en el último semestre de su mandato el Gobierno puede convocar elecciones cuando lo crea oportuno sin que ello se considere una interrupción de la legislatura). Pero en la coyuntura actual, que no es la propia de una situación de normalidad debido a la concurrencia de factores como la guerra en Ucrania y la implementación de las medidas en curso para hacer frente a la crisis energética y a la recuperación económica pospandémica, la caída del gobierno y la apertura adelantada de un proceso electoral no solo no soluciona nada sino que puede tener efectos que solo sirven para complicar más las cosas en una situación ya de por si suficientemente complicada.

En cualquier caso, esta crisis de gobierno presenta una serie de características distintivas sobre las que conviene hacer algunos comentarios. Además de la ya señalada especial coyuntura del momento actual como consecuencia de la situación en Ucrania y de las medidas a adoptar para afrontar la crisis energética, hay que tener presente que esta crisis de gobierno se da en el seno de un Ejecutivo de concentración que reúne a todas las fuerzas políticas italianas (con la única excepción ya reseñada de Fratelli d’Italia-FdI). Interesa no olvidar este dato porque en él residen las claves para explicar la especial situación italiana en el momento actual. No es lo mismo que la crisis de gobierno se dé en el seno de un Ejecutivo de coalición mediante la que se consigue el respaldo de la mayoría parlamentaria pero sin que desaparezca la oposición en el Parlamento que, como ha ocurrido con el Gobierno Draghi, este agrupe a la casi totalidad de las formaciones políticas sin que la oposición tenga apenas expresión parlamentaria.

No cabe desconocer que esta fórmula de gobierno, que se presenta como de unidad nacional integrando a personalidades técnicas de prestigio, plantea también una serie de problemas que no pueden ser obviados, en especial por lo que se refiere a su continuidad; como, por otra parte, se ha puesto de manifiesto estos días con la crisis del gobierno Draghi. Si bien circunstancialmente, por un periodo y con unos objetivos claramente delimitados, esta fórmula de gobierno puede resultar útil, sobre todo para hacer frente a coyunturas especiales como puede ser la actual, conviene ser consciente también de que los problemas a afrontar no son de carácter técnico (aunque la competencia técnica sea siempre necesaria) y se prestan a enfoques y soluciones alternativas de signo no coincidente, y a veces incluso opuesto, ante los que es preciso optar con criterios que no pueden reducirse a consideraciones de carácter técnico.

Siendo este el problema principal de los gobiernos técnicos de unidad nacional hay también otros factores a tener muy en cuenta ya que de ellos depende la propia viabilidad de esta fórmula de gobierno, que no puede tener continuidad alguna si quienes forman parte del Ejecutivo son los primeros en cuestionarla. Es lo que ha ocurrido en el Gobierno Draghi, que ha caído como consecuencia de la retirada de la confianza de algunas de las formaciones políticas que lo integraban –M5S, la Lega de Salvini y Forza Italia de Berlusconi– por cuestiones ajenas por completo al programa de gobierno acordado para llevar a cabo la recuperación económica pospandémica y gestionar los eurofondos, de los que Italia es el principal pais receptor. Todo indica que ha prevalecido, por encima de cualquier otra consideración, en especial en algunas fuerzas políticas, el cálculo para situarse en una posición ventajosa ante la proximidad de las elecciones, previstas (antes de la reciente disolución de las cámaras) para los primeros meses de 2023.

Una mención especial merece la volatilidad del sistema de partidos italiano, lo que constituye otro de los factores que han dado lugar a la crisis del Gobierno Draghi. En este sentido, hay que constatar que la actual composición del Parlamento surgido de las últimas elecciones (2018), no guarda relación con la correlación de fuerzas existente realmente a día de hoy, lo que tiene como efecto inevitable la falta de consistencia de los apoyos parlamentarios al Gobierno, que es lo que se ha puesto de manifiesto con toda claridad en esta crisis. No solo las formaciones políticas que integraban el Gobierno de concentración han experimentado cambios importantes en la correlación de fuerzas entre ellas y en su propio seno –el M5S y Forza Italia han sufrido importantes pérdidas de efectivos como consecuencia de esta crisis y la Liga de Salvini ha cedido posiciones– sino que la única que no formaba parte del Ejecutivo –Fratelli d’Italia– se ha convertido, según todas las encuestas, en la fuerza llamada a encabezar el próximo Gobierno tras las elecciones.

Hay, además, otro dato a tener en cuenta, como es la modificación del número de integrantes de las Cámaras –de 630 a 400 en la Cámara de Diputados y de 315 a 200 en el Senado– lo que unido a la nueva ley electoral italiana(conocida como la Rosatellum) que combina la forma de elección mayoritaria y proporcional con predominio de esta última, puede tener efectos sobre el resultado de las elecciones difíciles de evaluar en estos momentos. En cualquier caso, si bien está por ver cuáles van a ser los efectos de estos cambios en la elección de diputados y senadores, lo que ofrece pocas dudas es que el mapa político italiano y la composición de las cámaras van a experimentar cambios importantes tras las próximas elecciones. Y, en consecuencia, los pronósticos que puedan hacerse tanto sobre la fórmula de gobierno, que previsiblemente no va a ser de concentración como el actual, como sobre su composición y el signo que finalmente tenga, resultan más inciertos que en cualquier otra ocasión.

No suele ser nada habitual que la disolución de las cámaras y la convocatoria de nuevas elecciones se realice a finales de julio y que la campaña electoral se desarrolle (al menos buena parte de ella) en pleno agosto, que no parece ser el mes más apropiado para ello. Es este, sin duda, otro de los hechos que revelan la especial situación política que vive Italia en estos momentos y, asimismo, las igualmente especiales características que presenta esta peculiar campaña electoral veraniega. Sea como sea, lo cierto es que ésta acaba de comenzar y que dada la volatilidad del mapa político italiano y los cambios que ha experimentado este últimamente (y los que está experimentando en estos mismos momentos, entre otras causas como producto de esta última crisis de gobierno) no solo nada está decidido a día de hoy sino que podemos asistir a sorpresas no previstas. Lo que sí es posible prever ya es que el escenario político italiano tras estas elecciones va a ser muy distinto al que ha existido durante la legislatura que acaba de finalizar y que, en consecuencia, la nueva fórmula de gobierno y la composición de este no dejan de ser una incógnita que solo podrá ser despejada a la vista de los resultados (incluidas las eventuales sorpresas) que arrojen las urnas el próximo 25 de septiembre.