Koldo Mitxelena, no sin cierta ironía, afirma que la toponimia constituye uno de los almacenes mejor surtidos de antiguallas lingüísticas que conoce el mundo y que su estudio sistemático podría dar, sin duda, un fruto mayor. Es más, piensa que la toponimia podría hacer bastante para aclarar, o al menos para plantear, ciertos problemas históricos. Si no hay más que nombres propios, tenemos, qué remedio, que contentarnos con ellos.
El estudio detallado de los topónimos de un territorio puede ofrecer luz sobre épocas en las que faltan fuentes escritas, en especial si se observa que un grupo de ellos forma un conjunto homogéneo de designaciones que no tienen explicación en la lengua hablada por la comunidad que los utiliza, sino en alguna otra lengua que hubo de hablarse en la zona en épocas prehistóricas.
Uno de los pocos indicadores claros de la presencia de designaciones indoeuropeas en la toponimia es la terminación -ama, que aparece en los nombres de lugar posiblemente más antiguos de los que se tiene constancia en Vasconia (Ultzama?).
De un examen de conjunto de los topónimos con dicha terminación se llega a resultados que confirman la influencia lingüística indoeuropea pre-latina (que no tiene por qué ser necesariamente de origen celtibérico) relativamente dilatada, y no puntual, en el norte de Álava, Bizkaia, sur de Gipuzkoa y noroeste de Navarra; por lo tanto, es probable que antes del comienzo de la romanización en el Goierri guipuzcoano o en Tolosa, al igual que en otras zonas del noroeste de Vasconia, hubiera población de habla indoeuropea. Existen datos que apuntan en esa dirección (muchos de ellos se recogen en el último número de la revista Fontes Linguae Vasconum publicada por el Gobierno de Navarra).
De hecho, el territorio de Vasconia donde son más abundantes los ejemplos de -ama es Gipuzkoa, máxime si se tiene en cuenta la superficie de la provincia, pero no se distribuyen de manera uniforme; las muestras se concentran entre las cuencas de los ríos Oria y Urola. Aunque también los hay en Álava (Legizama?) y Bizkaia (Lezama?), la mayoría de los topónimos en -ama aparecen en el triángulo Errezil-Entzia-Arakil. En concreto, en Gipuzkoa -ama está presente en los topónimos mayores Arama, Beizama y Zegama, además de en otros nombres de caseríos y seles como Amiama (Gaintza), Arakama (Zegama), Berama (Ataun), Ezama (Errezil, Tolosa), etc. No hay razones para pensar que todos esos nombres de lugar con la terminación -ama sean importados; muchos de ellos parecen ser autóctonos, originales por así decirlo, ya que no se repiten allende el Ebro, en la Celtiberia (Burgos, Logroño, Soria?).
Autoridades como Mitxelena nunca se han opuesto a la posibilidad de una penetración lingüística indoeuropea (incluso intensa) en la Prehistoria, que llegó hasta lo que luego han sido zonas centrales de Vasconia. Ahora bien, al irrepetible lingüista de Errenteria le parecía asombroso que el número de préstamos indoeuropeos pre-latinos fuera tan corto y que haya tan poca toponimia de ese origen. En todo caso, no dudaba de que el elemento indoeuropeo se superpuso a otros anteriores, es decir, que se impuso, sin llegar a cubrirlo, por encima de un sustrato éuscaro.
Aunque los datos sugieren la presencia de población de habla indoeuropea (céltica o no) en el norte de Álava, Bizkaia, sur de Gipuzkoa y noroeste de Navarra, no son suficientes para postular que el elemento indoeuropeo pre-latino era allí el originario y el vascónico el introducido.
En primer lugar, porque se trata de un corpus muy exiguo (unos treinta nombres de lugar bastante seguros y ocho dudosos) y, porque, tal y como afirma Mitxelena, la acción del acontecer histórico sobre una lengua solo es por mediación de otra lengua, esto es, porque la huella de la cultura indoeuropea pre-latina en la toponimia de Vasconia no tiene la magnitud suficiente como para poner en tela de juicio la presencia del vasco antiguo al sur de los Pirineos antes de la romanización.
En segundo lugar porque la mayoría de los topónimos en -ama no se distribuye de manera uniforme, pero, sobre todo, porque los que han perdurado hasta nuestros días han evolucionado según las reglas de la lengua vascónica, es decir, porque, por ejemplo, tenemos Zegama, y no Segama. En concreto, aunque no todos, varios de los cambios que se observan en los nombres de lugar con -ama coinciden con los experimentados por los topónimos de origen latino que han evolucionado según las reglas de la lengua vasca y que, como sostienen especialistas del nivel de Gorrochategui o Salaberri, confirman que en la zona en que se sitúan había hablantes indígenas vascos en la época en que fueron creados o importados.
En dos palabras, el elemento indoeuropeo se introdujo en los territorios del norte de Álava, Bizkaia, sur de Gipuzkoa y noroeste de Navarra en un contexto lingüístico éuscaro.
La onomástica, en concreto la toponimia, puede aportar su grano de arena para aclarar, o al menos para plantear, ciertos problemas históricos, incluido el de la presencia de las lenguas indoeuropeas pre-latinas en el norte de la Vasconia ibérica, siempre y cuando se estudie sistemáticamente y con criterios científicos, y no de otra forma.