Mis primeros recuerdos para con el noble metal se remontan a la época en que las cadenas con sus correspondientes medallas de la virgen de Arrate brillaban en los cuellos infantiles y adultos de no pocos vecinos de nuestra villa armera.

a alguien le pueden sorprender las características del amuleto en una localidad catalogada de roja, republicana, atea o separatista, pero opto por interpretar que su uso más específico, con fe o sin ella, era el de suponer un eficaz antídoto ante la represión fascista dominante. Mientras la Iglesia reinante veneraba al endiosado dictador, la virginidad montañera protegía tanto el valle como los principios sociales e ideológicos de sus moradores. Adolescentes ya, nos tatareaban la cantinela del oro de Moscú, pero una vez más la versión oficial matritense y la de nuestros vecinos más veteranos no resultaba coincidente. Nosotros creíamos a pies juntillas en estos últimos, por cuanto en vísperas de que el caudillo asomara el morro por Donostia, ellos cogían su maleta y el tren para su veraneo paralelo en la cárcel de Ondarreta. Y es que a menudo la credibilidad se puede forjar tanto en las labores diarias como entre rejas, para acabar representando una riqueza compartida e inestimable. Siguieron años de expansión industrial en los que Eibar fue la China europea, en cuanto a producción de reconocida calidad y bajo costo. Los complementos auríferos ornaron pues, no solo los cuellos sino orejas, muñecas y vestimentas de sus pobladores. Pobladores que en la susodicha fiebre del oro se habían triplicado, por mor del aporte masivo de corrientes migratorias peninsulares que se incorporaron a nuestro proceso productivo. Con su única, pero trascendental, pega sociolingüística, un enriquecedor fenómeno de integración que para sí quisiera la actual Comunidad Europea a la que únicamente parecen interesar los inmigrantes de quita y pon, según salga el sol por Antequera, París o Berlín.

Sin perder el hilo y en carretera, las cuatro ruedas sustituyeron a las dos habituales de las bicis, para dar paso al consumo de otra materia más oscura y contaminante. Afloró el oro negro y con él las compañías petrolíferas que además de distribuir todo tipo de derivados, con enormes valores añadidos, colmaron las cajas fuertes de gobiernos, que amén de reprimir al opositor, descubrieron los manás impositivos que aún perduran. Por esas fechas, retornaron ya creciditos algunos de los niños de la guerra que en su día habían sido enviados a Rusia como consecuencia de lo que ya denominaban contienda a secas. Curioso vocablo éste, al igual que Cruzada, utilizado para definir un golpe militar que acarreó cientos de miles de víctimas. Total, que algunos de los ruso-eibarreses, al volver, lucían en sus pecheras insignias de oro con la imagen de Lenin o la hoz y el martillo, con lo que nosotros, a nivel de cuadrilla, concluimos que lo del oro de Moscú empezaba a clarificarse. Volviendo a la cruda realidad del crudo, cabría señalar que la transformación social que supuso representó el inicio de una nueva era, a no dudar más acelerada y cosmopolita, pero en bastantes facetas menos reflexiva y dialogante. Pasamos de ver desfilar las guardias moras de los Nodos a observar unos jeques igualmente moros, pero elegantemente ataviados y fotografiados junto a sus torretas extractoras de hidrocarburos. Y como tratándose de monarquías y harenes, la cadena parece disponer de numerosos eslabones, por ahí sigue la cuadrilla petrolera con sus lunas de miel en el desierto. Lo compran todo, desde la nieve artificial hasta los clubes de fútbol, y erigen paraísos artificiales, mientras en las plazas públicas siguen decapitando. Y cuando la negrura de su oro debiera nublar la mirada de esta Europa en que vivimos, sus dirigentes siguen firmando contratos multimillonarios para venderles Rafales y otros sofisticados armamentos. Una luna de hiel.

Del negro al blanco para cerrar el abanico de colores y oros con el más gastronómico de todos ellos, la leche. La que consumimos bien fuera mamando, o como disolvente de aquellas papillas harinosas y multicalóricas que lapidaban nuestros repletos vientres. Con ella crecimos y nos desarrollamos, aunque revolviendo nuestras fotos infantiles, el desarrollo, más que sostenible era en volumen y majestuoso en rostros y papadas. Sin olvidar de paso aquellas natas flotantes que aguantaban fácilmente una moneda de diez duros, sin el menor síntoma de hundimiento. Ésas, las tomábamos con pan y azúcar en la merienda, como estricto régimen de mantenimiento, y aparentemente sin daños colaterales. A día de hoy, las teorías sobre la leche, excepción hecha de la materna, han evolucionado y las hay para todos los gustos. Mientras la industria afirma que la leche es el amigo más fiel de nuestras vidas, otros científicos tratan de moderar el optimismo reinante en cuanto a su consumo. Todos hemos oído de sus bondades para combatir la osteoporosis gracias al calcio que fortifica los huesos. La Universidad de Medicina de Upsala ha estudiado durante veinte años a más de 100.000 suecas y suecos de entre 40 y 80 años, para concluir que la leche no mejora en modo alguno la densidad ósea de las mujeres menopáusicas, y que sin embargo acrecienta el riesgo de fracturas de cadera en un 60%, a partir de tres vasos de oro blanco diario. Y apuntan como causante a uno de sus componentes, la lactosa, pues al parecer este glúcido se transforma en el intestino en D-galactosa, y dicho subproducto tiene la mala costumbre de inflamar los tejidos y propiciar el envejecimiento de las células. Las sospechas se confirman cuando otros productos como el yogur, el queso o la leche fermentada que no la contienen, carecen de impacto negativo.

En cualquier caso, el oro blanco pasa por la refinería como el negro, y de su craqueo se extraen subproductos de gran valor añadido, como la caseína que utilizan tanto los fabricantes de complementos alimenticios, como los bodegueros para clarificar sus vinos. También se obtienen proteínas séricas que pueden acabar en alimentos para bebés, deportistas o croissants industriales, o péptidos para hipertensos y estresados. Total, que de oros y de relucir queda aún mucho por decir.

Lo compran todo, desde nieve artificial hasta clubes de fútbol, y exigen paraísos artificiales mientras decapitan en las plazas

La industria dice que la leche es el amigo más fiel de nuestras vidas, pero otros científicos moderan el optimismo sobre su consumo