Es decir el arte de holgar, darse al ocio, tomarse tiempo solo para disfrutar, descansar, lejos de cualquier tarea.

Es no solo arte sino también feliz descubrimiento de la ciencia que barruntaron algunos sabios desde la antigüedad como Cnfucio y que hoy es objeto de estudio con más medios que nunca. En nuestra civilización actual prima el trabajo, se han prolongado los horarios laborales y quienes administran el tiempo aseguran que se puede y se debe “hacer más”. Estamos acostumbrados a vivir contra reloj para cumplir los objetivos determinados que nos han o nos hemos marcado y que tiran de las personas sin permitirles parar. Nuestra maquinaria interior a penas descansa a pesar de que nos surjan amenazas tan claras como la angustia y el peso de una vida de casi esclavos que se nos impone como irremediable para alcanzar el progreso. Pues bien, los especialistas modernos en neurociencias subrayan que el cerebro humano, para funcionar según sus posibilidades reales, necesita descansar porque precisamente durante los tiempos que las personas dedicamos al reposo, a la no obligación, a la tranquilidad, a hacer lo que nos place, sin prisas ni agobios, nuestro cerebro recibe mayor flujo de sangre y glucosa. Lo cual añade, en el momento preciso, mayor eficacia y menor cansancio en el trabajo, que incluso podría acortarse porque se funciona mejor. Escribía el eminente filósofo Rainer M.Rilke: “Me pregunto si esos días en que nos vemos obligados a permanecer ociosos no son, justamente, los días en que nos involucramos en la actividad más profunda cuando nuestras acciones, a pesar de suceder en un momento posterior, no son sino las últimas reverberaciones de un vasto movimiento que se produce en nuestro interior, precisamente en nuestros días de ocio. Es fundamental entregarse al ocio con confianza, con devoción, incluso con alegría.”

Lo novedoso es que los neurocientíficos modernos explican cómo el cerebro, para funcionar según sus posibilidades reales, necesita reposo. Es justo lo contrario de lo que hemos practicado a lo largo de la vida. Nuestra máquina de trabajar a penas descansa. Ni se nos pasa por la mente dar una vuelta diaria silbando al aire o soplando al viento, libres de cargas laborales y de prisas agobiantes. Lo cual, dicho sea de paso, vale para mujeres y hombres y a menudo incluso para gente menuda. Por cierto, acabo de recibir en mi WhatsApp una fotografía donde se ve a una madre con su niña caminando por la calle. La niña pregunta: “Mamá, ¿qué es el ocio? Y la madre responde: No lo sé hijita. Nosotras somos mujeres”. Valga la discreta alusión al no-parar femenino.

Volvamos a los estudios sobre el cerebro humano. Andrew J. Smart, joven investigador científico estadounidense, a lo largo de su labor en la Universidad de New York ha desarrollado sus teorías a partir de datos proporcionados por imágenes cerebrales obtenidas en experimentos sobre las bases neuronales. En sus trabajos más recientes habla de un sensor, una suerte de piloto automático del cerebro, basado en los índices del esfuerzo cognitivo y la importancia del no hacer nada, de descansar la mente, dedicarse periódicamente solo a disfrutar de la naturaleza o del silencio, porque en esa situación relajada es cuando el cerebro recibe su alimento, que más tarde redundará en la mejora de la actividad cerebral a la hora de trabajar.

Aporta ejemplos de atletas que, cuanto más cuidan del ocio, más rinden en la pista. Y se permite elucubrar sobre si el mismo Newton tal vez no hubiera contemplado cómo cae una manzana del árbol al suelo, si no hubiese tenido la costumbre de hacer la digestión en el jardín, sin prisa alguna. Pudo encendérsele tras una placentera estancia en el jardín, la iluminación definitiva que lo llevó a descubrir la ley de la fuerza de la gravedad que tanto ha aportado a la ciencia humana. De hecho, no pocos sabios e inventores tuvieron en su tiempo fama de gandules. Tras pedir perdón a las personas agobiadas por condiciones laborales injustas, invito a las y los afortunados que puedan practicarlo, al “dolce far niente”.