En uno u otro momento de su historia, casi todas las religiones han ambicionado el poder para imponer a sociedades enteras sus reglas, sus dogmas y su moral.
actualmente, el Islam político navega de nuevo por esos mares y su internacionalización depredadora parece no tener límite. Su dominio resulta incontestable en países como Arabia Saudita, Qatar o Irán, donde la ley coránica impone su yugo, y tanto lo público como lo privado pasan por Alá, o mejor dicho, por la casta de clérigos que pretenden hablar en su nombre. La cristiandad caminó otrora por esos derroteros, y algunos de sus responsables reinaron con una brutalidad similar a la de los mollahs. Las brujas y los herejes terminaban en la hoguera o salvajemente torturados, mientras ellos rendían pleitesía a los monarcas, y más tarde, colaboraban con tiranos y genocidas fascistas. Tanto el Islam como el Cristianismo se manifiestan progresistas en sus inicios, y existen testimonios de respeto y tolerancia entre ambas creencias. Que Mahoma reciba un buen día en la Meca a un obispo con un grupo de cristianos, y les permita celebrar la misa en su mezquita, con todo lo anecdótico que pueda resultar, confirma la tolerancia religiosa, del mismo modo que la cohabitación pacífica de las tres religiones en Tutera o en la hoy musulmana Palestina. No voy a extenderme sobre las cruzadas o invasiones de distinto signo que probarían en lo sucesivo todo lo contrario, una vez que términos como infiel entran en escena.
Últimamente, ha resultado harto curioso observar la coincidencia de altos dignatarios internacionales, tanto en los desfiles por los crímenes de París, Copenhague y Túnez, como en las honras fúnebres del fallecido rey Abdalá. Pero como en este baile de la gran hipocresía la música suena desde hace décadas a ritmo de crudo petrolero, los jerifaltes cierran los ojos ante la cruda realidad, y el autoproclamado califa Ibrahim sigue haciendo de las suyas. Sin embargo, Cameron, Merkel y Hollande, al igual que Obama o Netanayu, con sus respectivos servicios de inteligencia, no ignoran las fuentes de financiación del yihad, se llame Estado Islámico, Al Qaeda, Boko Haram o toda su cohorte de tentáculos. Hace ya meses que el Canard Enchaîné, otro semanario satírico amenazado, nos informa sobre el oscuro juego que Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y otros emiratos despliegan en este terreno, prodigando generosos donativos que tras transitar, vía bancaria permeable, por fundaciones musulmanas supuestamente humanitarias, acaban en las mismas manos que mecen las cunas de las kalachnikov o los cinturones repletos de explosivos. Si a todo esto le unimos la presencia de algunos imames que predican versículos aislados fuera del contexto global, y confunden el yihad espiritual personal e íntimo con la guerra santa, se produce un descalabro intelectual de enormes dimensiones. Cientos de jóvenes, muchos de ellos poco formados, descentrados o víctimas de marginaciones de índole económica o social, parecen representar presas idóneas para defender este tipo de fanatismo político-religioso de ideología integrista, con las armas en la mano. Francia, cuyos poderes públicos han fracasado repetidas veces en la labor integradora de esta enorme parte de su ciudadanía postcolonial o migratoria, es terreno abonado para todo tipo de predicadores salafistas. Tanto en los barrios marginales, como en las cárceles y especialmente en infinidad de portales informáticos, los foros islámicos imparten sus consejos a esta juventud sin rumbo que subsiste como puede con los trapicheos de la pequeña delincuencia. Todo lo occidental es impío y laico, por lo tanto perverso y camino de perdición. En las guerras santas o en el retorno a sus países de origen se encuentran la salvación y la solución, lo que evidentemente contribuye a hacerle el caldo gordo a una extrema derecha xenófoba en plena expansión.
En el actual avispero que representa el conflicto en Oriente Medio, las fuerzas de la coalición internacional dirigida por Estados Unidos, bombardean sin cesar las posiciones yihadistas de Siria e Irak, aunque alguno de sus miembros opte por matar dos pájaros de un tiro. Es el caso de Turquía, a la que le preocupa sobremanera que esta avalancha militar y su retaguardia política favorezcan los intereses y ansias del pueblo kurdo para el logro de una autonomía global, o pura y simplemente de su independencia. Erdogan mira de reojo los continuos ataques de las huestes del Estado Islámico contra las milicias kurdas, y se frota las manos. Quizás por todo ello, y desde hace más de dos años, las autoridades turcas han abierto de par en par sus fronteras a todos los que dicen combatir a Bashar al-Assad, a sabiendas de que la guerra grande esconde otra de menores dimensiones pero secular, fruto de su opresión represiva sobre el pueblo kurdo.
Debo concluir afirmando que, a mi juicio, una respuesta de corte únicamente policial y militar no resolverá el problema, y que se corre el riesgo de gangrenar heridas sin cicatrizar. Europa debe sustituir la marginación por una política de educación integradora en su seno y en lo referente a política exterior, plantar cara de una vez a tanto jeque petrolero, en lugar de continuar mendigando invitaciones, comisiones y prebendas. Sin olvidar solidarizarse con el pueblo kurdo mostrando cartulina roja a Turquía.
Los foros islámicos imparten sus consejos a esta juventud sin rumbo que subsiste como puede con los trapicheos
Europa debe sustituir la marginación por una política de educación integradora en su seno