Esta nueva versión del “Urkullu entzun, pim-pam-pum” busca agitar y reagrupar a los sectores sociales que situaron al Bildu de 2011 en posición de disputar al PNV el liderazgo electoral en Euskadi. Operaciones ambas -agitar y reagrupar- que les son muy necesarias si quieren recomponer el orden en las filas de un MLNV en el que hay auténtica decepción ante el incumplimiento de las expectativas creadas en aquella fecha con la política institucional y en el que hay un riesgo real de desbandada de los decepcionados hacia la formación emergente Podemos. En efecto, no son pocos los líderes de la izquierda abertzale que diagnostican ahora que “a nivel personal militante, la desafección es el pan nuestro de cada día y nunca han sido tan pocas las personas implicadas física y/o emocionalmente en las organizaciones” (Mati Iturralde y Rakel Peña) o que reclaman “una mayor incidencia, participación y penetración social” (Joxe Mari Olarra).
No es que el lehendakari compita en las municipales y forales de mayo. Pero, al ponerlo en la diana como el gran antagonista de la competición electoral, EH Bildu puede estar buscando dos consecuencias. Una primera hacia dentro de sus filas, que del elevar el rango de la batalla, planteándola como cerco a la máxima instancia de poder vasco, se obtenga un efecto sugestivo y estimulante para la reactivación de su militancia más radical, que ha sido por tradición la más implicada emocionalmente. Y la otra consecuencia tiene relación con la batalla por el liderazgo político en Euskadi, con la idea de provocar la participación personal de Urkullu en un cuerpo a cuerpo subido de tono pretendiendo lograr así el desgaste político del referente más sólido que hoy mismo tiene el PNV, su adversario principal en este ámbito.
Lo cierto, sin embargo, es que las cosas hoy no se desarrollan en Euskadi de acuerdo con lo que diseña la izquierda abertzale. Ahora se autocalifican como la “mayoría social” aunque no lo hayan sido nunca. Al menos, es clarificador. O sea, que en la medida en que sigan apropiándose de una representación de la que carecen se muestra con mayor nitidez la perversión absolutista de su lenguaje y su conducta, en los que lo social y lo popular está únicamente asociado a lo ungido como tal por la dirección del MLNV (Sortu en la actualidad).
La historia de la izquierda abertzale es una historia atravesada por múltiples incapacidades políticas y la de no haber podido desactivar el arraigo y la estima que la mayoría popular tiene por la Lehendakari-tza como institución es una de las que más le pesan. Toda la historia de ETA se explica por la búsqueda obsesiva de esa deslegitimación frustrada. Tras el cese de sus actividades violentas, ese mundo buscó cambiar la correlación de fuerzas vascas (Otegi clamó por “un voto más que el PNV”, ante las elecciones vascas de 2012) para ningunear las instituciones desde una posición electoral fuerte y un contrapoder en la calle.
Sin embargo, toda la estrategia de Zutik Euskal Herria, que iba orientada hacia la modificación de ese marco de fuerzas y hacer que este orbitara en torno a Sortu y sus “formas organizadas de autodefensa“ (Tasio Erkizia), ha fallado. De nuevo, el fracaso proviene de una lectura inadecuada del estado real de la sociedad vasca. En el seno de esta existe un nivel de confianza en la política que no deja mucho sitio al despliegue del poder callejero. Pero, en el fracaso también hay una autorresponsabilidad que corresponde directamente a la izquierda abertzale, debida a la actuación de los mismos cargos institucionales de Bildu o a la falta de empuje de los grupos sociales de la izquierda abertzale.
Bajo la ansiedad de reproducir aquí la ebullición social que Podemos ha excitado a nivel estatal, Sortu no es capaz de ver que el tiempo social y político en Euskadi es otro. Ahí, por el contrario, Urkullu está más pegado al suelo. Al suelo ético y al suelo democrático, por supuesto. Pero, también al político. De ahí, por lo tanto, que el lehendakari sea el blanco de las admoniciones de Barrena, Permach, Matute, Ugarte y compañía. Ya que no dejan de ver en Urkullu la imagen invertida de todas sus decepciones e incapacidades, que su vanguardia pretende purgar por la vía más simple e inútil, achacándolas a factores exógenos a la propia izquierda abertzale.