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Caricaturas

Merece la pena proceder a una reflexión de forma tan serena como sea posible sobre la libertad de expresión y sus límites morales, después del execrable asesinato de los periodistas en París.

La ética, es decir, lo que es conforme a la moral, se erige como condición preeminente a la que cualquier acción de una persona tiene que supeditarse; y debe prevalecer sobre cualesquiera otras circunstancias. Principio que constituye una obviedad y que sin embargo se vulnera constantemente, con la excusa del derecho de la libre expresión. El análisis de una serie de factores puede ayudar a establecer la línea divisoria entre este derecho y la ética. La ética obliga por igual a todos los seres humanos pero evidentemente si quien la viola desarrolla una profesión u oficio sin grandes responsabilidades, genera unas consecuencias muy diferentes de las que se pueden derivar de la autoría de un periodista o caricaturista, cuyo poder de difusión es mucho mayor; o de las de un político en ejercicio, cuyas responsabilidades para con los ciudadanos son además fundamentales. De lo que no se debe inferir que las eventuales consecuencias de esa vulneración se encuentren justificadas, por supuesto. El derecho de la libre expresión no constituye per se una patente de corso y cuando se tiene el propósito de iniciar una acción, el autor tiene que cuestionarse como obligación inexcusable, si su acto puede acarrear consecuencias o situaciones que vayan a ir en contra de la dignidad o de los derechos del otro. Opera de idéntica forma que como sucede en política, en la que cualquier acción o decisión si no construye, destruye; el término medio simplemente no existe. Entonces, una caricatura de Mahoma, o de cualquier dirigente ya extinto, religioso o no, ¿construye algo?: o, más bien constituye una inútil afrenta a sus creyentes. ¿No es acaso sinónimo de humillación?, ¿de mofa ?, ¿no muestra un carácter despreciativo? ¿No corresponde a una provocación, como lo ha demostrado la historia y ahora estos luctuosos hechos lo ratifican fehacientemente ? Y el autor, ¿ignora que provocación es sinónimo de incitación?. No parece discutible que en lugar de construir, su acción solamente ha destruido y que por lo tanto ha vulnerado la ética. Algunos analistas juzgan la criminal invasión y consecuente guerra de Irak como el caldo de cultivo para el odio irrefrenable de estos fanáticos o iluminados actuales; para quienes, si siempre han existido, aquella idénticamente execrable guerra, sirvió de espoleta de la exacerbación presente. No olvidemos el dictamen de Allan Greenspan, exdirector de la Reserva Federal, al pronunciarse sinceramente así: “Me entristece que sea políticamente inconveniente reconocer lo que todos saben: la guerra de Irak es principalmente por el petróleo”. ( 17 de septiembre de 2007 ). Y si como decía más arriba, la provocación no justifica la gravedad de algunas consecuencias, la provocación ahí queda, en la ciénaga de la irresponsabilidad y de la mezquindad, con la certidumbre de que originará más odio. En el caso de que las caricaturas o viñetas vayan en contra de la dignidad del otro y no construyen nada, hemos de preguntarnos parafraseando a Allan Greenspan, cuánto de egolatría y de intereses crematísticos encierra su finalidad. El autor se sentirá muy satisfecho de que por ese medio se incremente la venta de ejemplares: inadmisible. El autor tiene el deber ineludible de cuestionarse, si de su vulneración a la ética, si de su acto se pueden además derivar consecuencias -aun cuando no se encuentren justificadas, lo reitero una vez más para evitar malos entendidos-, fatales para muchos inocentes, como desgraciadamente ha acontecido en esta ocasión.

Y si otra de las consecuencias derivadas de esas provocaciones, no incide directamente sobre el retroceso que puede experimentar el trabajo de tantos cooperantes que luchan denodadamente en pro de la reconciliación entre diferentes creencias o sociedades. Tomemos el ejemplo del papa Francisco que en su agenda ha incluido la ardua y constructiva tarea de tender lazos con otras religiones, en este momento precisamente con el islamismo. Es lamentable que las innegables dotes que adornan a tantos periodistas, sean humoristas o no, o filósofos, o catedráticos y profesores, que exhiben una erudición envidiable, sean empleadas para deslizar insidias subliminalmente, o denigrar a un adversario y así cosechar repulsas y/o levantar ampollas en gente de buena fe, en lugar de utilizarlas con fines didácticos para cohesionar en lugar de desunir. ¡Cuánta aptitud y capacidad mezquinamente desaprovechadas! El humor puede y en ocasiones debe ser satírico, mordaz, con personajes que crean situaciones contrarias al bien común. Entretanto un nada despreciable número de dirigentes, de partidos políticos y asociaciones, de medios de comunicación, consideran ilusoriamente que se pueden poner puertas al desierto, -más propio que al campo, en este caso-, y que la solución consiste en maniobras militares y bombazos. Una sana medida consistiría en que los autores de las actuales y anteriores viñetas, que ya las hubo, presentaran sus excusas y pidieran perdón. Como colofón, confieso además, que esas viñetas o caricaturas de Mahoma, -no sé si a ustedes-, a mí no me han hecho esbozar ni la más leve sonrisa. Bien al contrario.