Las sociedades occidentales deberían replantearse para qué sirven ciertos hitos conmemorativos. Si cierta clase de recuerdos, o el modo más bien de cómo se recuerdan, no es sino el reflejo de un mundo que no ha acabado de escuchar y calibrar sus errores tanto como debería y que desoye la alerta que deberían representar para su presente. No hace mucho, sin ruido, se producía el 50º aniversario de la toma de Saigón, el 30 de abril, por las tropas de Vietnam del Norte, poniendo fin a un conflicto poscolonial que había causado entre un millón y tres millones de víctimas. Estados Unidos abandonó a sus aliados, cuando vio que no podía ganar. El modo en el que esa confrontación marcó a una generación entera todavía duele en el corazón estadounidense, pero no por el dolor y sufrimiento causados, sino por la humillación de la derrota. Los veteranos de aquel conflicto no retornaron como héroes, sino como proscritos. En algunos casos, no supieron reintegrarse en la sociedad civil y fueron abandonados, con muchísimos trastornos psíquicos, a su suerte, malviviendo en la miseria. En la actualidad, han aprendido a cuidar mejor a sus soldados, pero eso no consuela a los afectados por traumas.

Segunda Guerra Mundial

En cuanto a otros hitos, uno de los más significativos es la Segunda Guerra Mundial; el más devastador conflicto de todos los tiempos, por su escala y dimensiones, por los países afectados y, por supuesto, por el escalofriante número de fallecidos. Sus efectos fueron tan extremos y terribles que implicó convertirse en la primera guerra en la que, en su cómputo global, las bajas civiles superaron con amplitud a las militares. Algo tuvieron que ver las salvajadas cometidas por los japoneses en el Pacífico, el Holocausto nazi, y los bombardeos aliados a las ciudades enemigas entre otras cosas. Europa tras su reconstrucción fue erigiendo, como consecuencia, toda una amplia variedad de monumentos y memoriales dedicados a las víctimas y a los combatientes; espacios singulares para que nada así pueda olvidarse (y presuntamente repetirse). Y para que aquellos que murieron en nombre de la libertad contasen con un lugar de reposo eterno y sirviera de recuerdo a las siguientes generaciones, que sabrían velar por sus sacrificios. Se dieron muchos héroes y heroínas sin nombre.

Ahora bien, sabemos que la Historia nunca se repite, son hechos únicos y singulares, pero eso no significa que no se puedan dar fenómenos similares o reavivarse la llama de corrientes ideológicas que ya demostraron lo peligroso de sus componentes. Y así estar advertidos sobre ellas. Pero nada de todo esto parece que esté sirviendo de mucho. En Alemania, el mayor damnificado por el nazismo, su cultura pacifista se ha visto quebrada en los últimos tiempos por los efectos de la guerra en Ucrania, y la ultraderecha se ha convertido en la segunda fuerza más importante del país, desoyendo que el odio y la sinrazón derivan en políticas criminales, no son la solución a los problemas humanitarios. Su europeísmo está fuera de toda duda, pero el fantasma de Hitler no deja de estar presente. En Rusia, por su parte, país vencedor, se celebra el triunfo de la Gran Guerra Patriótica por todo lo alto cada año, un gran fasto y una imponente parada militar… Pero ¿de qué sirve hoy si en el frente del Donbás mueren cientos de jóvenes rusos y ucranianos cada día, familiares o parientes de aquellos que acabaron con el yugo nazi? Es una contradicción amarga y espantosa.

Israel

Por su parte, en Israel, se recuerda a sus propias víctimas del nazismo, a los millones de hebreos que murieron asesinados por la ideología más infame de la tierra. Pero, en el marco actual, su actitud y comportamiento en Gaza recuerda a ciertos capítulos que ellos mismos padecieron, hambre y horror, aunque son quienes los infligen. Destruir a Hamás no justifica, una política tan cruel contra la población gazatí.

De hecho, Tel Aviv llegó a vetar el discurso del filósofo judeo-alemán Omri Boehm, que había sido invitado a decir unas palabras por la liberación de Auschwitz, por temor a la crítica sobre sus políticas que pudiera contener. Es doloroso observar cómo, al igual que con el nazismo, se teme tanto a las palabras más que a los hechos.

Así mismo, la manera en la que Putin ha retorcido la historia rusa y la utiliza como un juguete para sus intereses autocráticos, sin la reacción de la sociedad rusa, resulta hiriente. Además de despreciar a los ucranianos, sus hermanos en la guerra, se ha empeñado en provocar un conflicto muy sangriento, dando la espalda al derecho internacional, tal y como hizo Hitler en 1939. Curiosamente, cuando en 1946, en el proceso de Núremberg se juzgó a la jerarquía nazi, algunos fueron condenados a la horca precisamente por crímenes contra la paz, una acusación ad hoc, que fue consensuada con un propósito, que ningún otro país pudiera atacar a otro impunemente. Un año antes, en 1945, en la ciudad de Nueva York, se fundaba la ONU con el propósito de asegurar la paz en el mundo. No obstante, pese a estos acontecimientos, el fantasma de otra guerra europea ha vuelto a reaparecer con fuerza.

Más que una festividad

En los años 90, la guerra civil en la extinta Yugoslavia fue el primer aviso. Desde luego, no era imaginable lo que sucedería tres décadas después en Ucrania, pero aun así, ¿de qué sirve conmemorar la derrota del nazismo si vivimos sumergidos en otros horrores protagonizados, esta vez, por aquellos que lo derrotaron? La utilidad del recuerdo y de la memoria histórica no trata de convertirlos en una festividad más que refuerce ciertas ideologías o políticas extremistas, sino en asegurarse de que sirvan para propugnar y garantizar la dignidad humana por encima de todo. Sin duda alguna, el simbolismo de los monumentos y las fechas emblemáticas, que destacan capítulos importantes del pasado, dignos de ser rememorados, deberían servir para algo más que para ser meros actos rituales de nostalgia y demagogia.

Pienso que para que velen por el pasado de verdad hay que saber comprometerse con su vital significado: no a la barbarie bélica y sí al valor de las víctimas. De otro modo, la victoria contra el nazismo habría sido tan esencial como, en cierto sentido, vana.