La indefinible frontera entre el decir y el callar resulta tan tenue y perecedera como las mugas existentes entre la risa y el llanto o la verdadera independencia y la velada sumisión. Son líneas incoloras que pueden caer al albur de innumerables acontecimientos no siempre ajenos a nuestra voluntad, pero detonantes permanentes de nuestras respectivas sensibilidades. En una sociedad en la que la lágrima parece condenada a una mera función letal y catastrofista, a mí se me antoja que falseamos su verdadero arraigo y significado emocional. El reír y el llorar, juntos o separados, confirman un binomio liberador sin el que la vida carecería de meollo funcional. Son tan indisolubles e indisociables como la vida misma. Y ahora que los trenes de vida de los no corruptos se encuentran en plena desaceleración, merece la pena hacer una pausa y pasar de los carriles de la gran velocidad a esos dos mucho más vitales de las alegrías y las tristezas. Resulta tanto o más pedagógico que el de tanta gran superficie que propicia el tres por dos y la gratuidad del tercero cuando adquieres el primero y el segundo, pues el tercero es el que el distribuidor ha sustraído al proveedor. Se riza el rizo del consumo duradero para alisar la trayectoria de los carritos que deben continuar pasando por caja. Si le añaden la tarjeta de fidelidad, el aparente chollo escala posiciones para convertirse en el milagro constatado y fehaciente de que todos participamos en su noria del vacío feliz. Y por ende, conclusión de obligado cumplimiento, el que tanto la risa como el llanto resultan estrictamente necesarias para nuestro equilibrio emocional. De hecho, ambas opciones conforman el perfecto vademécum de la tragicómica época en que vivimos.
Todo resulta de llorar o de reír y la realidad es tan cruda como el barrilote abdominal de algunos de los que nos gobiernan. Y en hablando de crudos y barriles es curioso que los más cuarenta por cientos de descenso pierdan tantos dígitos en cuanto nos acercamos a la manguera para llenar el depósito. Entre tanto mangante nuestros estados mangantes ríen recaudando mientras los consumidores lloran desgranando la rápida evolución de los litros y los euros. Uno se pierde en el maremágnum de expertos que nos explican los avatares de los fluctuantes precios del crudo. Me quedo con lo que me dice mi buen amigo geólogo e impenitente buscador de hidrocarburos Marko Urreiztieta: “Siempre te dije que había más reservas que las que anunciaban para justificar los altos precios de antaño y ahorita con el fracking estadounidense, aún más”. Como consecuencia, en el momento en que baja sustancialmente el consumo como ahora, y la oferta se amplía, bajan los precios del barril. Permítanme pues que sonría un poco de los jeques, de Putin o de Maduro, a sabiendas de que se forran un poco menos ellos y sus conchabados, pero consciente de que sus respectivos pueblos siguen igual de jodidos que antaño. Y al final se nos congelan las sonrisas en el gélido mar de lágrimas de tantos pueblos oficialmente ricos, pero oprimidos y derretidos en las riquezas acumuladas por sus respectivos dirigentes y adláteres. Finalizando y comenzando años se suceden las noticias y su transvase nunca carece del consabido componente emocional. Si pasadas cinco décadas de desencuentro, Cuba y USA abren por fin un resquicio de libertad a sus respectivos ciudadanos, pues tanto mejor. Si los talibanes de toda índole siguen matando, tanto peor, si Urkullu sigue esperando a Raxoi y al desarme unilateral de ETA, ídem del lienzo. Si el fiscal general o el jefe del CNI dimiten por razones presionales, perdón, personales y hay un juez que por fin cosquillea a la intocable Corona... ¡aleluya! También ha irrumpido con fuerza Podemos en la escena político-electoral y seguro que al bipartidismo reinante le suene más a Jodemos que a Podemos. Han llegado con una dialéctica bien estructurada y los deberes marxistas bien hechos. Un discurso del 68 con cuarenta y seis años de decalaje, millones de descontentos y algunos medios de comunicación que les tienden sus alfombras rojigualdas por lo que pudiera pasar. El fenómeno resulta curioso y hasta teatral, aunque lo más difícil de descubrir radique en la verdadera tramoya que se mueve tras el telón. Entre lo populista y lo populachero quedan preguntas importantes que nos conciernen sin respuesta transparente o en el limbo de los justos cuando afirman que nos prefieren dentro de España, pero que respetarán nuestra decisión. ¿Pero y si no nos dejan que formulemos la pregunta en un referéndum? ¿Forman también ellos parte de la actual “casta” constitucionalista? De momento parece que o no saben o no contestan. Está claro que el tema de las identidades y la españolidad es incompatible tanto en las esferas peperas como en las psoeras o en las modernas peceriformes.
Quisiera concluir este intríngulis identitario que continúa irresoluto año tras año con un dicho argentino: Sos lo que sos o no sos nada. Y para otras alegrías y tristezas venideras otra afirmación de tango: no sabía que ponerme y me he puesto feliz. Que ustedes lo sean.