L o reconozcamos o no, ante el fenómeno amenazante que supone esta terrible enfermedad las personas nos topamos con los ejes que sostienen nuestro propio ser, uno de los cuales es el hecho religioso, porque ébola significa muerte o vida, riesgo, desasosiego interior. Reconozcamos que tal vez adolecemos de un déficit de seguridad personal que toca también al campo de la religión, lo cual incide en lo más íntimo de eso que cada cual somos. ¿Está África tan lejos? ¿Será posible poner barreras a la epidemia? Nuestros cimientos personales se tambalean porque no encontramos un asiento interior, una mínima seguridad de que estaremos a la altura nos pase lo que nos pase. Esto es fundamental. Fijémonos en los misioneros y los voluntarios de las ONG que, conscientes de que el ser cristiano se lo pide, se entregan a ayudar a los más pobres de la tierra. Estos valientes tienen resuelto un problema que tal vez en estos momentos muchos no hemos solucionado todavía.
Un análisis elemental de la situación apunta que en los países tradicionalmente cristianos la tendencia religiosa que ha crecido más desde los años 90 en occidente es la de los “creyentes sin adscripción religiosa” o “creyentes sin religión”. Aclaremos en este punto que el no adherirse a ninguna institución religiosa no supone carecer de creencias o vivencias religiosas. Los templos se vacían en todo el Occidente y esto significa un cambio del espacio religioso, el paso de una fe social y culturalmente heredada, a una fe asumida como camino personal de búsqueda y experiencia particular. “Asistimos a una metamorfosis de lo religioso donde no solo cambian las creencias y prácticas, sino la misma cosmovisión, y por consiguiente, la misma imagen de la divinidad”. (Miguel Pastorino).
Hay que partir de que todas las tradiciones religiosas son igualmente valiosas y verdaderas, de donde se sigue la necesidad de respetarlas sin atribuir al cristianismo el ser la única verdadera. Una encuesta internacional realizada en el año 2010 da como resultado que los “creyentes sin religión” son en Europa un 18%, en Asia 21% y en América Latina un 8%. En el mundo los cristianos son el 31%, los musulmanes el 23% y los creyentes sin religión el 16%. Son datos de hace cuatro años.
Pero no todos duermen. Hay que decir también que, en toda la cristiandad se mueven intensas corrientes hacia un cambio en el modo de vivir esa fe para lograr un futuro de práctica más coherente y gratificante. Surgen profetas que predican la posibilidad y la urgencia de otro cristianismo más fiel al Evangelio y menos institucionalizado. Insisten en que se hace necesario deconstruir el lenguaje religioso para reconstruir y afirmar la fe. “Pensemos, repensemos, dudemos, probemos, innovemos, separemos las partes. No es esnobismo ni ganas superficiales de cambiar por cambiar, sino necesidad de cuestionar lo que no convence ni sirve, y buscar lo más coherente y presentable. Deconstruir para reconstruir. Es una labor que hay que hacer desde abajo. No esperemos que los cambios nos vengan de arriba, ni ya hechos”. (José Ignacio Spuche).
Veamos algunos de los aspectos que se apuntan como campos a reconstruir: Deconstruir la religión para vivir la fe con madurez; el lenguaje religioso, para afirmar la fe; la cristología divinizadora, para crear una cristología humanizadora; la Iglesia, para hacer comunidad; los sacramentos, para celebrar la fe; la política actual, para reconstituir una política distinta. Suficiente para ponernos todos en marcha. Esta aparición del ébola nos da pie principalmente para dos cosas: tener en cuenta que somos hermanos de los míseros del Sur y que nos debemos a ellos. Y dedicarnos también a enderezar los ejes de nuestra propia vida, no vaya a ser que caminemos sin rumbo cierto. Nos lo debemos a nosotros y nosotras mismas.