EN las relaciones de las personas físicas o jurídicas entre sí existe una fuerza oculta a la que no damos la debida importancia y que nos puede llevar a la ruina económica o emocional: se trata de los derechos adquiridos.
¿Qué es un derecho adquirido? Un derecho que se otorga de forma implícita o explícita a una persona o institución perdurable en el tiempo. Como los tiempos cambian, puede ocurrir que ese derecho ya no tenga sentido en cierta circunstancia. Sin embargo, la ruptura es muy dramática, ya que siempre hay un beneficiario que ve las cosas bajo su prisma, con un interés que suele afectar a la parte más sensible del cuerpo: el bolsillo.
La mejor forma de comprender la teoría de los derechos adquiridos es con ejemplos personales. Así, en nuestra razonable ilusión por una nueva relación amorosa o un nuevo trabajo, no nos damos cuenta de que en la negociación implícita que lleva aparejada una de estas situaciones cedemos demasiado. Puede pasar que en el trabajo, para quedar bien comencemos a meter más horas extras o que en la relación de pareja ocultemos nuestras aficiones favoritas, esperando que con el paso del tiempo la otra parte sea razonable para volver a la situación que deseamos en realidad. Y no suele pasar eso, no.
Más posibilidades: si en una interrelación personal vamos cediendo (un jefe que poco a poco se va volviendo más autoritario, un hijo al que le hemos ido dando más y más, nuestra pareja que cada día nos trata un poco peor o un amigo que acaba decidiendo por nosotros cosas simples como el bar al que vamos o la actividad que realizamos), para cuando nos damos cuenta ya estamos en el peor de los escenarios posibles: no hay vuelta atrás. O si la hay, el coste es enorme.
¿Y qué implicaciones tiene esto? Muchas no, muchísimas. Dentro del problema de la violencia doméstica está claro; una parte de la pareja ha ido cediendo terreno a la otra parte de forma gradual, y para cuando se da cuenta, cosas que un tiempo atrás te parecían ilógicas ahora son las más normales del mundo. Un grito, un chillo o incluso un pequeño golpe nos pueden parecer razonables. Incluso en una situación límite hemos escuchado testimonios de personas maltratadas en las cuales ellas mismas argumentaban que consideraban que su castigo era merecido.
Pero es que el tema de los derechos adquiridos afecta también a muchas instituciones. Existen muchos puestos creados en empresas u organizaciones que se vuelven inútiles con el paso del tiempo pero, claro, ¿quién explica eso a la persona que tiene un sueldo que depende de ello?
Y ese es uno de los mayores dramas de nuestro tiempo. Vamos a comprenderlo saltando a situaciones que afectan a la economía actual, pero, por favor, amigo lector no me malinterpretes: no deseo machacar a ningún colectivo. Solo pretendo que seas consciente de este problema como algo que le puede afectar a su vida cotidiana y algo que afecta a nuestra circunstancia económica.
Comienzo por los políticos. Muchos de los privilegios que tienen (pensiones, hasta hace poco los cubatas en la cafetería, algunas dietas o cobros que no computan a Hacienda) son debidos a que en la época en la que se generaron no estaba bien visto ser político, en consecuencia se crearon para incentivar a las personas más capaces a saltar al escenario público. La época ha cambiado, los privilegios no.
No conozco muy bien el reparto de todo el gasto público, ya que es muy difícil hacerlo, pero muchos expertos alertan de que todavía hay muchos puestos en empresas o instituciones públicas que se han ido creando a medida para los amigotes y que en ese campo existe mucho margen para recortar. Son sólo derechos adquiridos. Para comprender su funcionamiento, llamen a José Luis Baltar (Galicia).
El trabajo antes era para toda la vida, en consecuencia los contratos estaban blindados y preparados con esa perspectiva. Ahora existe una gran dualidad en el mercado del trabajo. Existen asalariados que mantienen unos derechos adquiridos enormes (como para olvidar algunas prejubilaciones de grandes empresas o las indemnizaciones de algunos bancos) y otros, por desgracia cada vez más, que no tienen casi ninguno. De hecho, existen empresarios que echan a los buenos y se quedan con los malos por una cuestión de costes. Ni tanto para unos ni tan poco para otros.
Instituciones como la monarquía, sindicatos o patronal recibían amplias subvenciones públicas y ahora desean seguir cobrándolas. Además, les parece muy bien la ley de transparencia siempre que se aplique a los demás.
Grandes empresas. Como en teoría son las que crean trabajo (en la práctica no tanto) tienden a recibir más ayudas y deducciones (aunque últimamente se ha eliminado alguna) que aprovechan para aumentar su beneficio y dejarlo a buen recaudo en un buen paraíso fiscal.
Lobbies. Tienen la capacidad de moldear la política en su beneficio particular a cambio de cualquier prebenda, sea o no monetaria (puede ser un puestito futuro) perjudicando, como siempre, al colectivo global.
Derechos adquiridos, derechos adquiridos.
Lo que se da no se quita.