Nada más bello que la victoria de los vencidos. La tierra, para quien la trabaja. Kasper Asgreen recogió la mejor cosecha después de arar 183 kilómetros entre los parias de la tierra. El danés pudo con sus compañeros de fuga, Eenkhoorn, Campenaerts y Abrahamsen, que rebeldes, ofrecieron algo que no fuera una competición entre los tipos de la adrenalina, el riesgo y la velocidad, a los que no les gustan la rebeliones. Prefieren ser los amos del cortijo y que nadie les chiste. Jasper Philipsen, el rey de la esprints, el mejor de los guepardos del Tour, se comportó como un tirano. A modo de un mafioso.

Atacó Eenkhoorn buscando el trío de la fuga y lo encunetó para que no progresara. Le presionó, le amedrentó y le gritó. Philipsen, prepotente, manchó su nombre con una maniobra sucia y antideportiva que le rebaja como ciclista y le desacredita como deportista.

Merecería una sanción ejemplar. Desprestigia al belga, que no tienen ninguna necesidad de promocionarse. Suma cuatro victorias en el Tour, el sedimento para tejer el maillot verde de la regularidad en París.

Una victoria formidable

Eenkhoorn, el orgullo intacto, no se amilanó y conectó con el trío por delante. La decencia como estandarte. El trabajo y el esfuerzo en cada pulgada. El cuarteto, entusiasmado, se vació al máximo. Nadie racaneó ni un solo relevo. Cuatro hombres y un destino.

Obligó a que el Alpecin, el equipo que lanza a Philipsen, tuviera que gastarse más. Eso les dejó sin el laurel que codiciaban. El esfuerzo y el empeño de Asgreen, Campenaerts, Eenkhoorn y Abrahamsen era un canto al inconformismo, una oda conmovedora.

Imagen del cuarteto en fuga Efe

Luchaban contra el poder y sus leyes no escritas de equipos torpedeando la competición. Frenándola. No tenían ninguna intención de rendirse. Menos aún de dimitir. Irreductibles. No se arrodillarían. La jauría de lobos, al galope. Las fauces, abiertas. Sedientas de alimento. Les persiguieron sin desmayo hasta Bourg-en-Brese pensando el champán de Philipsen.

Vingegaard y Pogacar sonríen

No pudieron atraparles. En el límite, Asgreen conquistó la victoria. Bautismo en el Tour. "No era la situación ideal, habría sido mejor una fuga con seis o siete corredores. Pero fue una especie de crono por equipos hasta el final. No habría podido ganar sin mis compañeros de fuga. Pero todos merecíamos esta victoria por todo lo que hemos trabajado", se sinceró el danés.

Asgreen Se descorchó tras un esprint de 183 kilómetros. Philipsen rabió su derrota. Fue cuarto, el primero del pelotón. Se le escapó el quinto festejo. Le burlaron desde la fuga en un día cómodo para el líder Vingegaard, que descontó otra fecha para París. Es dichoso el danés.

También sonrió Pogacar. Su estado natural. Despreocupado. La derrota en el Col de la Loze liberó al muchacho. Las caídas a veces curan. El estallido que agota el estrés. La lágrima que desprende la angustia.

Recuperó Pogacar el mechón de pelo que le atraviesa, travieso, el casco. En la caída, cuando se sentenció con ese “estoy muerto”, un sonido con eco para la biografía del Tour, descubrió que la pena dura, cortante y fría, se transita mejor en compañía.

El poder de la narrativa

Marc Soler le consoló y le dio paz. También su chica, Urska Zigart, ciclista profesional como él. Los abrazos de sus compañeros de equipo le aliviaron. Mosqueteros. Uno para todos y todos para uno. La caricia le reparó el espíritu. Le restañó el alma. Pogacar cortocircuitó la teoría de la enfermedad como causa de su explosión en el gigante alpino. El hundimiento.

A ese estado le arrastró la estrategia del del Jumbo. Eso desveló Sepp Kuss, el colibrí de Durango. El escalador estadounidense argumentó que sabían cómo hacerle daño. Pero no ofreció más detalles.

El manejo del relato es fundamental. La narrativa del Tour sostiene que el esloveno no encaja bien en puertos que crecen por encima de los 2.000 metros y menos aún cuando el calor estruja el cuerpo y lo recalienta.

En 2021, Vingegaard le retrató en el Mont Ventoux. Fue el comienzo, aunque el episodio, que el tiempo ha demostrado el acta fundacional de la grieta de Pogacar, pareció una anécdota. Lo sucedido después fue impensable. La anécdota se convirtió en categoría a través del Col du Granon en 2022 y del Col de la Loze en 2023.

El gigante alpino dejó entrever en 2020 ese talón de Aquiles, refutado después con su estratosférica crono en La Planche des Belles Filles. Una actuación pareja, melliza a la de Vingegaard en Combloux. Será difícil de comprobar que esa ecuación siempre da el mismo resultado.

Van Aert, a casa

Apagado el flamígero Pogacar por el danés, el campeón que vino del frío, el Tour entró en otra dimensión desconocida tras dos semanas y media de enorme intensidad, presa la carrera de un duelo extraordinario que se contaba en segundos.

El nuevo Tour es Vingegaard y la nada. Más allá, donde no alcanza la vista ni con prismáticos, asoman las siluetas difuminadas, apenas borrones, de Pogacar y Yates. Como el Tour ya no se discute, Wout Van Aert, el hombre para todo, el cuidador de Vingegaard, recibió el permiso del equipo para regresar al hogar para estar al lado de su mujer Sarah y asistir al nacimiento de su hija.

Era lo urgente y lo importante para el belga después de impulsar al trono de la carrera al danés. Se despidió Van Aert y se quedó Vingegaard, que le echará de menos y le añorará, tantas veces protegido por su figura de gigante, pero con el tacto suave del peluche.

Cuestión de honor

El líder, que hace acopio de leoncitos del Tour desde que se vistiera de amarillo en Cauterets, bien haría en regalarle uno a la hija de Van Aert. Sería un acto de amor.

Attila Valter se encargó de cubrir la baja de Van Aert. Metió en el bolsillo a Vingegaard en un día para velocistas. El cálculo se estrelló por la valentía, el arrojo y la ambición de Asgreen, Campenaerts, Abrahamsen y Eenkhoorn. Rebeldes con causa. Héroes por un día. Ese acto de insumisión frente al status quo fue una de las mejores victorias que se recordarán. Al fin, el honor. Gloria. Justicia poética en el Tour.