os bosques, o mejor dicho, el aprovechamiento que de ellos a lo largo de la historia ha hecho el ser humano es de sobra conocido. No es necesario remontarse demasiados siglos atrás para descubrir la importancia de la madera que se obtenía de los bosques para satisfacer las necesidades de la potente industria naval vasca. Las flotas balleneras y comerciales que entre los siglos XVI y XIX surgieron de los astilleros a orillas del Cantábrico expresan bien a las claras el papel que jugaron los bosques y el valor de su eficiente gestión, que pasaba de generación en generación. A partir de la Revolución Industrial, el carbón vegetal que en ellos se producía alimentó las incansables fraguas de las ferrerías y factorías arrimadas a los márgenes de los ríos. Más recientemente, la plantación de especies arbóreas de rápido crecimiento destinadas a surtir de pasta de celulosa a la floreciente industria papelera que se desarrolló desde mediados del siglo pasado, transformó drásticamente no solo los paisajes de nuestros montes, sino los ecosistemas que albergaban e incluso los parámetros físico-químicos del suelo.

Sin embargo, y afortunadamente, debe añadirse, en la actual gestión de los bosques han dejado de primar exclusivamente los intereses económicos. Hoy en día, los criterios de sostenibilidad en la industria forestal y maderera están ampliamente extendidos, de manera que las especies que se plantan son mayoritariamente autóctonas y el apeo de los árboles se hace de manera progresiva, sustituyendo los ejemplares talados por nuevos retoños, de manera que la salud del bosque no se resienta irreversiblemente. Por tanto, no se contemplan los bosques ya como factorías inertes de producción de madera, sino como ecosistemas vivos y diversos que hay que gestionar de manera responsable. Este cambio de modelo ha favorecido la renaturalización de amplias zonas y el restablecimiento de muchos de los ecosistemas naturales originales. Finalmente, la constatación del potencial de las masas forestales como captadores de los gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático, ha hecho que definitivamente se ponga de relieve el gran valor de los bosques y del papel que juegan.

De manera paralela, de un tiempo a esta parte ha comenzado a darse un uso social a las áreas forestales, de manera que los servicios ecosistémicos que prestan han ido en aumento. El valor didáctico de los proyectos de bosque-escuela ha quedado demostrado en numerosas experiencias. En ellas, el alumnado desarrolla procesos de aprendizaje integrales al aire libre, adoptando conocimientos y destrezas en el gran aula de la naturaleza. De igual manera, la aportación terapéutica que ofrecen las sesiones de baños de bosque, ha sido validada por muy diversos estudios médicos y psicosociales. No en vano, estas metodologías están avaladas por los sistemas de salud estadounidenses y japoneses, incorporándose a su paquete de servicios.

Así pues, la relevancia de los bosques en los ciclos económicos, la lucha contra el cambio climático y la salud humana es un hecho incuestionable. Ello puede explicar el gran interés que sobre las masas arbóreas se ha suscitado, y la atención que de la que están siendo objeto.

Sin embargo, se debería tener cuidado en cómo se plantea la cuestión de la conservación y el cuidado de los bosques, porque se corre el riesgo de pensar en ellos exclusivamente como en un conjunto de árboles. Y un bosque es más que eso. Mucho más. Un bosque son los árboles y la suma del conjunto de la biodiversidad que gracias a ellos se desarrolla. La vegetación no leñosa que los rodea, los invertebrados que se alimentan de la madera, los reptiles, aves y mamíferos que lo pueblan, forman un ecosistema complejo que puede llegar a ignorarse si solo se piensa en los árboles. Y al invisibilizar todos estos seres vivos, fundamentales para la pervivencia del bosque, se les despoja de su valor, asumiendo que son prescindibles, innecesarios, sobrantes. Y al hacerlo puede entenderse que no es necesario su cuidado y protección, quedando al margen de las acciones de sensibilización y concienciación. Y un bosque, sin el ecosistema que le da sentido, no es un bosque. Son solo árboles.