En la actualidad operan en Euskadi 1.459 explotaciones ganaderas de vacuno de carne, de las cuales el 32,9% tienen como titulares a mujeres y el 67,1% a hombres. Sin embargo, la edad media de los titulares asciende a 56,84 años, con 377 de ellos mayores de 65 años y sólo 191 menores de 41. Estas cifras registradas por Hazi, evidencian una falta de jóvenes interesados en continuar con las actividades agrícolas y ganaderas, situación que puede llegar a comprometer uno de los pilares de la economía y la cultura vasca.
Sin embargo, también existen historias personales que rompen la tendencia. Una de ellas es la de Cristina Lezamiz, una joven de 32 años de Bermeo, quien desde el pasado mayo optó por dedicarse completamente a la ganadería. Junto a su marido y su cuñado, “que llevan toda la vida desempeñando estas labores”, gestiona una explotación referente en Bizkaia que abarca más de 100 hectáreas y cuenta con alrededor de un centenar de cabezas de vacuno.
Un cambio de vida
La decisión de Cristina no fue inmediata. Antes trabajaba por cuenta ajena, pero a causa de una situación personal crítica, que le hizo muy difícil combinar sus obligaciones privadas con sus labor profesional, esta bermeana abrió la mente a un cambio de registro. “A raíz del embarazo de mi segundo hijo me planteé dedicarme a los animales, un mundo que me encanta y por el que siento pasión desde pequeña”, relata. Con esta motivación, los tres socios adquirieron más ganado y unieron sus recursos en una sociedad única. Su actividad no solo se centra en la producción ganadera, sino que también incluye la comercialización en dos carnicerías de Bermeo, que pertenecen a uno de los socios, donde ofrecen carne con los sellos Eusko Label y ecológico.
“De nuestra ganadería come todo Urdaibai. Cualquiera que quiera ir a la carnicería ha podido ver a los animales pastando y comiendo por la zona. Eso nos hace diferentes”
“De nuestra ganadería come todo Urdaibai. Cualquiera que quiera ir a la carnicería ha podido ver a los animales pastando y comiendo por la zona. Eso nos hace diferentes”, explica Cristina, quien destaca la importancia de mantener un circuito cerrado y sostenible: “Nuestro objetivo es ser autosuficientes y no comprar nada de fuera”.
La rutina en su explotación es exigente, con jornadas que, en ocasiones, se extienden mañana, tarde y noche para supervisar partos, alimentar a los terneros y gestionar los trámites asociados al envío de animales al matadero. “En verano hacemos bolas de hierba seca para alimentar al ganado en invierno. También tengo que estar pendiente de los partos durante todo el año. Aunque las vacas normalmente no necesitan ayuda, tienes que asegurarte de que el ternero tome leche y que no sea abandonado por su madre”, detalla. A pesar de las dificultades que implica la ganadería, esto es “olvidarse de los festivos, de los domingos, o de las vacaciones”, Cristina asegura que el trabajo tiene muchas recompensas: “Para mí, es un sector rentable pero te tiene que gustar. No descansas, pero me permite amoldar mi horario y atender a mis seres queridos”.
Desafíos y sostenibilidad
La ganadería de Cristina y su familia ha logrado sortear algunos de los desafíos comunes en el sector. La enfermedad de la lengua azul es una de las cuestiones que más le preocupa en la actualidad. “El principal problema que podemos tener los ganaderos es que se nos mueran los animales”, explica. Por otro lado, la estructura de su explotación facilita una gestión sostenible. “No generamos apenas desechos. Los plásticos de las balas los reciclamos, y con empresas pequeñas como la nuestra es más fácil ser sostenible”, comenta. Aunque han considerado incorporar innovaciones tecnológicas, como drones para monitorear el terreno, por ahora han optado por métodos tradicionales.
Cristina está “muy feliz” con su decisión, pese a no ser una tendencia generalizada. Su caso demuestra que es posible crear un modelo de negocio que combine rentabilidad, sostenibilidad y arraigo local.