El sereno custodiaba las calles de la ciudad durante la noche y alertaba en caso de que hubiese cualquier tipo de incidente. Ataviado con boina y capa, sin olvidar el silbato, el bastón y la luminaria, uno de sus cometidos era abrir la puerta del portal a aquellos vecinos que llegaban tarde, así como asegurarse de que nadie vertía aguas a la calle. Con la mejora de la seguridad ciudadana y la llegada de los porteros automáticos este oficio desapareció a finales de los años 70. Próximamente, el reportaje completo en este periódico.