La periodista Isa Eguiguren (Tolosa, 1973) ha estado un mes trabajando en una misión de rescate con Aita Mari. Venía colaborando desde hace tres años en la comunicación en tierra con la ONG Salvamento Marítimo Humanitario, pero esta vez decidió enrolarse en la propia embarcación. Tras dos semanas de entrenamiento en Pasaia, con un equipo formado por ocho profesionales y otros cinco voluntarios, Aita Mari zarpó con rumbo a Túnez, y al cabo de semana y media viaje debido a las inclemencias, el barco llegó a aguas libias. Allí Eguiguren vivió una experiencia que se grabará en su memoria y que aún le emociona: el rescate de 34 personas que trataban de llegar a Europa. Esta voluntaria incide en la “responsabilidad” no acometida de los gobiernos a la hora de rescatar, y que la labor de rescate humanitario en esa zona trata de cubrir la labor que debiera corresponder a las instituciones. Y subraya el papel que están jugando Libia e Italia a la hora de complicar el trabajo a las ONG.
¿Cómo recuerda el rescate?
Estábamos en aguas libias, era 14 de julio, había visto el Pobre de mí por internet. A las tres de la mañana recibimos un aviso. Me empezaron a temblar las piernas. La oscuridad era increíble, pero el foco del barco iluminó una embarcación. Desde ahí pedían socorro. Cuando íbamos a comenzar el rescate, llegaron unas lanchas. Eran libios que trataban de dificultar el rescate.
¿Cuál es la situación en Libia?
Todos los rescatados nos contaron lo mismo. En Libia se encarcela sin ninguna acusación, es un país en guerra civil, y se les encierra mucho tiempo o trabajan como esclavos y cuando consiguen dinero les dejan salir. Todos nos decían que comían un pan al día y que bebían agua salada.
¿De dónde procedían?
Eran 34 personas. La mayoría sirios, había también egipcios, todos políticamente en la oposición. También había un chico de Nigeria y gente de Bangladesh, que tienen visado a Libia.
¿Qué sucedió?
Las tres embarcaciones libias rodearon la de los refugiados. En una de ellas había hombres enmascarados y con metralletas. Nuestro capitán empezó a decir que habíamos llegado antes, y en la ley del mar, en principio el primero es el que tiene la obligación de rescatar. Fueron unos minutos muy largos de confusión hasta que nos hicieron un gesto como de dejarnos rescatarles.
¿Cómo se encontraban las personas rescatadas?
Bien, porque llevaban solo seis horas de travesías. Nos contaron que habían salido tres embarcaciones, pero que los libios se habían llevado a las otras dos a Libia. Europa está pagando dinero para que les retengan ahí. Cuando nos vieron se pusieron muy nerviosos. Había dos mujeres, una embarazada de siete meses, súper joven. Cuando entraron en la zodiac una me cogió de la mano y me empezó a besarla, dándome insistentemente las gracias. Pero luego no hablaron ni una sola palabra. Otros compañeros de viaje nos contaron que cuando te tienen retenidos varios días en casas de las mafias, a las noches todas, o prácticamente todas las mujeres, eran violadas.
Terrible.
La mafia no va en estas embarcaciones. Los que las conducen son siempre refugiados. O les hacen un precio más barato o les obligan a punta de pistola. Italia y Grecia les acusan de tráfico de humanos y los encarcelan. En Grecia, por ejemplo, hay unas 2.000 personas refugiadas en la cárcel acusadas de tráfico de personas.
¿Cuál es el destino de las personas rescatadas?
En principio entran en centros de acogida, parecidos a cárceles. De los menores de edad se tiene que hacer cargo el Gobierno italiano. Nosotros pedimos puerto a Italia, el derecho marítimo internacional dice que te tienen que dar el más cercano, que en este caso habría sido Sicilia. Malta nunca responde. Pero Italia, que tiene un decreto desde noviembre del año pasado, se salta las leyes internacionales por todos los lados, y te da un puerto muy lejano. En este caso era Rávena, a cinco días de navegación.
Con lo cual...
Para todos era mucho peor, los refugiados duermen en el suelo en el barco, todos juntos con mantas en la popa, pues el barco es súper pequeño. Pero también nos sirvió para hablar mucho con ellos y conocer sus historias. Los más pequeños eran chavales de quince años. Dos viajaban solos, y uno con dos tíos de Siria. Todos habían pasado por las cárceles, te contaban historias muy duras de las prisiones y de sus vidas.
¿Cabía hacer más rescates?
Claro, pero ahora Italia no te deja. Te manda a puerto muy lejano, con lo que gastas un montón de dinero, es un desgaste para los refugiados que dirán a sus familias que esto es otro infierno más, y con eso consiguen que haya menos barcos de rescate en la zona. Con la nueva ley italiana también te pueden parar el barco veinte días.
Hay una oleada de ultraderechas inflamadas y racismo evidente.
Hay un discurso muy peligroso. Cuando vienes de Aita Mari y ves lo que está pasando aquí, a mí me asusta, porque creo que ese discurso es falso y tiene mucho poder, porque está basado en el miedo. Por otro lado, pienso en los refugiados tan contentos cuando ya se vieron a salvo en el barco. Tenían tanta confianza en Europa, que cuando nos despedimos de ellos lloramos mucho, nos despedíamos uno por uno.
Debió ser muy emocionante.
Sí, habíamos conocido sus historias. Todos se habían visto obligados a marcharse de sus países. Ninguno quería irse. Te enseñaban fotos de su vida, con esa esperanza que tienen en Europa, y se van a encontrar probablemente con un futuro donde no se van a cumplir sus derechos. Ellos dicen que Europa es una democracia y que les van a tratar bien, pero aquí lo tienen cada vez más difícil, y lo que estamos viendo es muy preocupantes, y muchas veces basado en mentiras. Se hace un bola con todos los refugiados y migrantes.
Y entonces…
No se ven como personas, sino como un colectivo que parece que sean todos delincuentes. Es un tema para hablar mucho. La mayoría no lo son. Los chavales marroquíes dicen que hay mucho racismo, porque les para siempre la policía, no les quieren alquilar pisos… y se sienten catalogados. Los menos, que traen unos contextos de vida y unas situaciones, son los que pueden acabar delinquiendo, pero hacen mucho ruido y nadie queremos eso.
Sabe que a veces se pone el foco en que los refugiados van con teléfono. Es su conexión.
El teléfono es más importante que el dinero o la mochila con ropa, es lo más importante que tienen, porque les conecta con su país y su gente, y con personas que aquí les puede ayudar. Les conecta con la vida. Y un móvil no es nada caro. Aquí muchas veces se habla de que llevan iPhone, yo no los he visto. Lo primero que hicieron cuando les rescatamos fue pedirnos el wifi para poder llamar a sus casas. Un sirio me pasó al teléfono a su mujer, abogada. Ella llorando, muy emocionada, yo no sabía ni qué decirle...
Qué momento...
Luego me dijo que a la vez estaba muy triste… El teléfono es lo más importante que tienen, y la gente no lo entiende. Si les vemos como personas que son, igual que nosotros, entenderemos que el móvil es más importante para ellos que para nosotros.
El dinero puede amortiguar problemas, pero no preserva de todas las dificultades en ciertos países.
Entre los rescatados había un chico de Nigeria de 19 años, majísimo, que huía de Boko Haram. Le amenazaron con cortarle el cuello a él y a su hermano. Su padre les dio dinero. Comenzaron la ruta hace cuatro años, él tenía quince. Su hermano se quedó en una cárcel libia. Ambos escapaban de la muerte. El caso de los sirios es clarísimo. Los pobres no pueden salir de Siria, porque no tienen dinero. Los que vienen son gente de clase media o clase media alta. Sus vidas eran muy parecidas a las nuestras, pero si te puede caer una bomba encima o hay una inflación imposible...
Vivimos desconectados de esas realidades.
Nos hemos acostumbrado un montón a que haya embarcaciones en riesgo, y gente viniendo, y no queremos que vengan. Hay una desconexión casi voluntaria. Nos parecen que vienen oleadas de personas, y en realidad, los países que más acogen son los cercanos a conflictos. Por ejemplo, Irán. El caso de Alemania es insólito. Es el cuarto país que más acoge. Nos parece que aquí vienen todos, y son cifras que podría asumir la Unión Europea, pero lo que hace la UE es pagar a Turquía, Mauritania, Marruecos a Libia y a Túnez. La gente no quiere que vengan, y mejor no ver esas noticias, y a esos pobres. Está claro que no queremos que vengan, salvo que tengan dinero y jueguen a fútbol, por ejemplo.
Hace poco se celebraron las elecciones europeas. Desconectamos de un mundo fronterizo, en contraste con la imagen de Europa como ideal.
Ante esos comicios estaba totalmente desanimada, por decirlo muy suave, viendo que con lo que está pasando en Gaza no hubiera un movimiento muy potente para parar lo que sucede ahí. Gaza no está en la agenda europea, y es terrible, porque Europa tiene unos cimientos basados en los derechos humanos. No estamos cumpliendo lo firmado, y eso al final crea mucha desconfianza a muchos niveles. Si Europa es incapaz de moverse por Gaza, imagínese qué va a hacer por esa embarcación de 34 personas que rescató ‘Aita Mari’. No son nadie para la UE. Y no importan.