"Eres tú, como el agua de mi fuente, eres tú el fuego de mi hogar; eres tú como el fuego de mi hoguera, eres tú el trigo de mi pan”. La letra del clásico de Mocedades parece encontrar otra sonoridad en boca de la marroquí Touria Ajbar. La vida no ha sido fácil para esta mujer de 56 años, con hijos en centros tutelados, que encuentra en la música un bálsamo a tantos sinsabores. “Venga, una vez leída la letra, nos ponemos a cantarla”. Es Pablo Martín quien se dirige a sus alumnos, un docente de una pasta especial, de esas personas que inspiran bondad desde el primer minuto de conversación. 

“Bueno, vamos allá. Yo canto muy mal pero seguro que entre todos disimulamos”, sonríe el profesor, que se mete de lleno en el papel, agitando sus brazos al compás de la canción que Mocedades interpretó por primera vez para el Festival de Eurovisión de hace medio siglo. No se puede decir que sus alumnos le sigan con excesivo entusiasmo. Parece más timidez e inseguridad que falta de interés.  “El objetivo es que lean”, dice el profesor en medio de la clase. Ellos y ellas sonríen cabizbajos. Martín se va ganando así la confianza de quienes han hecho del recelo un modo de vida, algo que no es nada casual. Las personas en riesgo de exclusión social, como Ajbar, con frecuencia se sienten dañadas, rotas por dentro, en busca de una mano tendida. 

La marroquí la ha encontrado en el centro de día Algara, de Cruz Roja, un servicio conveniado con la Diputación Foral de Gipuzkoa, que trata de fomentar el máximo grado de autonomía personal. Martín le da al play, y la música resuena entre las cuatro paredes del aula. No es una canción elegida al azar. 

En estos primeros compases de las clases de castellano, el nivel es muy básico. Dice el profesor que tiempo tendrán de aprender a escribir frases más complejas con las que rellenar formularios de Lanbide, o cubrir tantos trámites necesarios para regularizar su situación administrativa. Por el momento, dos veces por semana estudian el presente del verbo ser. Y Eres tú, es un clásico dentro del peculiar sistema pedagógico del donostiarra. 

El reto de enseñar a quienes "leen y escriben mal"

Abdelkrim Chaib, un argelino que ronda los 60 años, sigue la canción de un modo titubeante. El hombre muestra con orgullo en su móvil una fotografía en la que se le ve a bordo de una embarcación, en aguas de su país. La instantánea es del día en el que capturó una enorme langosta. Chaib es pescador, o al menos lo era, a la espera de que algún día cambie su suerte. Son los mimbres de un grupo humano del que tira Martín, licenciado en Filología Hispánica. Una clase que nada tiene que ver con el perfil de los alumnos a los que el donostiarra se ha dirigido durante su vida laboral. “Entré en el Instituto Cervantes y logré una plaza en Líbano. Fui profesor y director de la institución pública en Beirut durante 10 años, y en Damasco, durante 5 años”, rememora el vecino del barrio de Gros, casado con una mujer siria.

El profesor, por aquel entonces, daba clase a alumnos trilingües en nivel de Bachillerato. “La situación era bien distinta a la de ahora. Eran de clase acomodada, dominaban el árabe, el francés y el inglés, jóvenes más preocupados en ligar que en otra cosa”, sonríe el docente, en alusión a chavales de vidas normalizadas.

Por circunstancias de la vida, el profesor, actualmente en excedencia, ha pasado a entregarse en cuerpo y alma a la labor de voluntariado en Cruz Roja. “Es un reto porque estamos hablando de un grupo que lee y escribe mal, que no está alfabetizado, pero que tiene su potencial”. Martín se ha propuesto que estos nuevos alumnos, con quienes convive en clase dos veces por semana desde hace cuatro meses, aprendan a escribir un texto. Aunque sea, dice, con muchas faltas de ortografía.

Los audios de WhatsApp: "Se está dejando de escribir"

“Hoy en día, con los audios de WhatsApp se está dejando de escribir”, lamenta el licenciado en filología hispánica. Un mal que, a ojos de este docente, trasciende el mundo de la exclusión. El mismo que combaten sus alumnos, Abdessamad, Nabil, Brahim y Fouzia. También Touria, que se siente muy agradecida por las clases en las que se va haciendo con las riendas del idioma. La mujer tiene cuatro hijos. Se entristece al hablar de la suerte de alguno de ellos, al amparo de las instituciones, por diferentes avatares de la vida.

“Tratamos de que las personas se recompongan tras unos procesos durísimos”, dice Nuria Medina, técnica en el centro de día Algara, junto a su compañera Ruth. Las personas atendidas en este recurso han sido valoradas en situación de exclusión social. Han mostrado su disposición a mejorar su situación personal y realizar su proyecto vital en el territorio. “Para ello es muy importante generar un vínculo”, detalla Medina. 

El profesor donostiarra se convierte en una pieza importante del engranaje. “Si te quieres incorporar al mercado laboral, no queda otra que aprender, y en su caso, la solución pasa por dar los primeros pasos a través de canciones de frases sencillas”. Dicho esto, el docente vuelve a agitar sus brazos. “Como mi poema eres tú, eres tú; como una guitarra en la noche; todo mi horizonte eres tú, eres tú; Así, así eres tú”. A fuerza de repetir, el presente de indicativo parece ir quedando alojado en las mentes del alumnado. 

Martín es más que un docente. Es un observador que, como vecino de Gros, ha visto que hay quien se cambia de acera cuando se topa de frente con jóvenes argelinos, o marroquíes, el perfil de estudiantes que pasan por sus manos. Su sistema de enseñanza está adaptado a las necesidades, porque éstas tienen un contexto. “El otro día le fui a saludar a una vecina en el portal, y se estremeció. Cada vez que hay un robo, se desata el temor hacia estos chavales”, lamenta el donostiarra.  

“La sociedad vasca, muchas veces, no quiere saber nada de ellos, aunque estemos hablando de personas que tienen sus estudios y que no buscan más que labrarse un porvenir. Es un colectivo que ha sufrido mucho hasta llegar aquí”, subraya. 

A Martín le gusta trabajar la empatía. “Hay que reforzar su autoestima, que levanten la cabeza. A decir verdad, muchas veces salgo agotado y cansado de tirar y tirar. Pero reconforta ver que poco a poco van aprendiendo. Lo más importante es que se vayan sintiendo personas, que se sientan queridas”, ahonda en la explicación. En ocasiones, alumnos que han pasado por sus manos le paran en la calle, o en la piscina de Zuhaizti, en el barrio donostiarra de Gros. “Poder ayudar a la gente es una satisfacción muy grande. Son personas con mucha dignidad. Son muy agradecidos. Nunca piden nada”.