La suya es una historia de exilio. Michelle vive en Lasarte-Oria, a más de 8.500 kilómetros de su país, de donde tuvo que huir con su hija para sentirse más segura. Tiene 28 años. Trata de dejar atrás aquella espiral de violencia en su propio hogar que, irremediablemente, le ha dejado huella. “Nuestra relación se convirtió en un encierro agobiante y deprimente. Los golpes y los malos tratos los soporté porque quería mantener unida a la familia”, dice esta vecina de Lasarte-Oria nacida en Costa Rica.

El atlántico separa geográficamente ambos mundos, el que dejó y en el que vive. Pero el miedo es libre, y también el afán de superación. Cuenta que el trato vejatorio se prolongó en el tiempo hasta que cayó en la cuenta de que más que una familia unida era “una relación de abuso sistemático”. Y ella se convertía en diana habitual de la ira.

“La pequeña tiene ahora cuatro años. Él no se hacía cargo de sus responsabilidades; se iba de fiesta. Empezaron entonces los golpes”, rememora la joven. La relación de pareja había discurrido durante nueve años sin mayores contratiempos, pero todo comenzó a cambiar cuando la pequeña vino al mundo. “Soporté tres años de golpes y de maltrato psicológico. Me decía que no podía salir de casa, que no podía ir a trabajar. Con cada golpe, la niña se asustaba y se ponía a llorar”.

El sometimiento y la relación de dominación no entiende de fronteras. Ella huyó de Costa Rica. La Ertzaintza registra a diario denuncias por hechos similares. Hay constancia de un total de 4.879 delitos en las diferentes formas de violencia contra la mujer entre enero y septiembre de 2023. Supone un incremento del 6,2% respecto al mismo periodo del año anterior. El mayor número de denuncias se debe a casos de violencia ejercida por la pareja o expareja, como le ocurrió a esta joven, que prefiere mantenerse en el anonimato, y a la que llamaremos Michelle. Cuenta a este periódico su experiencia, con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Una segunda oportunidad. “fue ir de mal en peor”

“Volví a intentarlo por segunda vez, y fue ir de mal en peor. Él estaba más hundido, arrastraba problemas con las drogas y la bebida. Cuando estaba borracho, tiraba la comida. Me decía que no le molestara, que sabía lo que hacía”. Decidió finiquitar la relación, pero reconoce que no fue fácil.

“En cada discusión, cuando estaba bebido, me tiraba las cosas. Me llegó a abofetear con la niña en brazos. Ella tenía entonces dos años y medio y se moría de miedo”, asegura la joven, que dice no entender la creciente corriente de opinión que niega la violencia machista.

Uno de cada cuatro hombres jóvenes en el Estado considera que la violencia de género "no existe o es un invento ideológico", un porcentaje que ha aumentado once puntos respecto a 2019. Se trata de los resultados de una encuesta dada a conocer esta semana y realizada por la Fundación Fad Juventud entre jóvenes de entre 15 y 29 años.

Quizá por esa aparente normalidad que refleja el estudio, que parece negar lo que es obvio, sea la soledad uno de los sentimientos que más afloran cuando se decide salir de esa espiral de violencia. “En ese momento, no sabes a quién recurrir. Lo peor fue el maltrato psicológico al que me sometió: para qué te vas a vestir así, pareces una puta. Mensajes que a fuerza de oírlos a diario me machacaban. Me bajaban tanto la autoestima que al final me los acababa creyendo”. Pasó a asumir, por ejemplo, que por el hecho de ser madre quizá no era conveniente salir con las amigas, o vestir como a ella realmente le apetecía.

Hasta que un día, con su pequeña en brazos, se dijo basta. “Si yo estoy bien, mi hija va a estar bien. Es lo que pensé entonces. Y ella no podía estar bien porque al dormir sufría de pesadillas debido a la situación de tensión que se vivía en casa”. Michelle denunció la situación. Se dictó una orden de alejamiento.

En la actualidad, 5.616 mujeres en Euskadi -2.010 de ellas en Gipuzkoa- reciben algún tipo de protección de la Ertzaintza. De ellas, 3.619 por orden judicial, mientras que el resto recibe esa protección atendiendo a los protocolos policiales que analizan el riesgo de cada víctima. “Tras la denuncia, él empezó a mostrar un interés por la niña que no había tenido hasta entonces. Me perseguía, me esperaba en muchos lugares. Yo llamaba a la policía. Creo que la mayor preocupación para él entonces era el pago de la manutención por la hija”, sopesa la joven, que encontró en su propia madre a la primera aliada para abandonar aquel tormento. “Ahora vivimos con ella en Lasarte. Ella me ayudó a salir del país”, admite Michelle.

Servicio de escolta

Ante este tipo de casos graves de violencia, según informa el Departamento vasco de Seguridad, la Ertzaintza realiza un servicio de escolta permanente o puntual a las mujeres con mayor riesgo, en la actualidad 39 en Euskadi, seis de ellas en Gipuzkoa. Se mantiene con servicio de contravigilancia a 230 víctimas, 71 en Gipuzkoa, y además 136 tienen la aplicación Bortxa instalada por la Ertzaintza en sus terminales, de las que 39 residen en el territorio.

Ayudas muy necesarias, como las que ha encontrado Michelle por el camino. Para reconducir su vida después de aquel infierno, la de su madre no fue la única mano tendida. “Me acerqué a Cruz Roja, donde pedí ayuda psicológica porque necesitaba contar todo lo que me había ocurrido. Aquí he podido hacer amistades y conocer a otras personas que han pasado por situaciones similares, muy difíciles”. Dice que eso le ha permitido desprenderse de cierto complejo de bicho raro. “He hecho varios talleres en los que me han ayudado a tener más confianza en mí misma. Al tener tiempo libre, también hice voluntariado”, explica la joven, que trata de formarse para conseguir un empleo que, por el momento, se antoja complicado debido a su situación administrativa irregular.

Entretanto, Michelle coincide con el Gobierno Vasco al subrayar la importancia de ofrecer una educación sexual de calidad a la hora de prevenir la violencia machista, sobre todo entre los jóvenes. “Es esencial para poder tener relaciones sanas”, dice la joven, en sintonía con la declaración institucional en la que se expresa la "más firme repulsa” ante todas las expresiones de violencia machista.

“Que pidan ayuda. Que lo haga la gente que haya podido vivir una situación como la que me ha tocado a mí. Que se acerquen a Cruz Roja. Gracias a los talleres recibes información muy valiosa. A mí me ha servido de mucho para estar más segura de mí misma, para que tanto mi hija como yo nos podamos labrar un porvenir”.