Suceden de vez en cuando casos de intoxicación alimentaria por comer setas venenosas. No son excesivos –se calcula que entre 400 y 500 cada año en el Estado, un puñado de ellos en Gipuzkoa–, pero pueden ser mortales si no se actúa a tiempo y no se aplica el tratamiento adecuado por desconocimiento de la seta que ha comido la persona afectada. En los casos de intoxicación que llegan a los hospitales, los médicos suelen consultar a expertos micólogos para saber qué ha comido la persona enferma, un papel que en Donostia –y en ocasiones fuera de la capital– lleva más de 25 años ejerciendo Pedro Arrillaga, miembro del departamento de Micología de Aranzadi, profundo conocedor de la materia y que ahora publica una extensa guía, Las setas y su toxicidad, junto a Itziar Mayoz –enfermera y antropóloga, e integrante del Departamento de Micología desde 2013– y el doctor Jesús Avilés.

Arrillaga compartió muchos años de afición por la micología con Xabier Laskibar –referente de la materia junto a José Luis Albisu–, fallecido en 2019 a los 94 años de edad. “Xabier fue el primer experto en la materia que empezó a ir al hospital a ayudar a los médicos. Su primera visita fue en 1979, entonces no había un tratamiento eficaz y se actuaba solo sobre los síntomas, se hacía lo que se podía. Yo empecé a ir con Xabier en el año 1996 o 1997”, cuenta Arrillaga: “Cuando había alguna intoxicación, nos llamaban. No solo en el Hospital Donostia, también en los hospitales de Debagoiena, Bidasoa, Mendaro...”. Todos estos años de experiencia tanto sobre la micología en sí como sobre los casos en los que ha asesorado a los médicos –va detallando su trayectoria en una charla con NOTICIAS DE GIPUZKOA– se han plasmado en la citada guía, con un objetivo práctico y elaborada, como él mismo dice, “para que esté en los servicios de urgencia de los hospitales”. Se podría decir que servirá como manual de referencia para los centros hospitalarios y estará disponible solo en papel, ya que los autores temen que, si lo sacan en formato digital, se mezcle con la información micológica “que se encuentra en Internet y en ocasiones no suele ser válida”.

Las setas y su toxicidad incluye un cuaderno que facilita la identificación de la seta venenosa por parte del paciente intoxicado, con imágenes claras de las especies, que te lleva a la guía principal, un libro grande, con más detalles sobre las especies, imágenes microscópicas, lugares y épocas del año en las que se suelen encontrar, y el tamaño que tienen. También se explica el procedimiento que se debe aplicar si no hay muestras de la seta, con los pasos a seguir –utilizando un lenguaje claro y preguntando cuestiones como dónde ha cogido el ejemplar, de qué tamaño era o su color– para alcanzar, junto con la sintomatología del paciente, la opción más probable. Entra ahí el tratamiento a aplicar, extremo que es responsabilidad del médico.

La relación entre doctores y micólogos es de colaboración. Cada uno conocemos unas cosas: el médico no identifica las setas y yo no conozco los tratamientos, pero juntando los dos conocimientos se salva a los pacientes. Por nuestra parte es una colaboración totalmente altruista, pero es una satisfacción personal si una persona se recupera”, comenta Arrillaga, que ha dedicado una cantidad “incontable” de horas a la guía: “Tiene un trabajo enorme. Por ejemplo, hay más de 400 fotos hechas con microscopio y a cada una de ellas le dedico tres o cuatro horas. A eso hay que añadir ir al monte a por las setas que nos interesaban, sacar fotos, redactar los textos... pero hemos quedado muy contentos con el trabajo”.

Un detalle de una página del libro 'Las setas y su toxicidad'. Ruben Plaza

Dice el donostiarra que en Gipuzkoa ha asesorado a hospitales “en unos cuantos casos, algunos años surgen media docena y otros una docena”. Sale una buena cantidad teniendo en cuenta que es más de un cuarto de siglo el tiempo que lleva colaborando con los médicos. “Todos los años hay en España algún fallecimiento por intoxicación, pero en Gipuzkoa no hay ninguno desde la década de los 70 –hubo un caso muy conocido, cuenta, en la década de los 40, cuando los seis miembros de una familia guipuzcoana murieron por intoxicación–. Quizás es porque aquí hay más formación en este tema y porque ha funcionado bien esta alianza entre médicos y micólogos. Quizás en otros sitios no es así porque a los micólogos les da miedo intervenir”.

“Con esta publicación y con algunas charlas que voy a dar, lo que quiero es inculcar a los que nos vengan a sustituir que es mejor hacer algo que no hacer nada”, continúa diciendo: “Si no hay restos de la seta que ha provocado la intoxicación, es más difícil, pero hay que juntar síntomas. Tienes que empezar a andar, no retardar un tratamiento en espera de resultados de laboratorio porque puede ser tarde. Si no sabes qué es, tienes que decirlo, pero en esos casos hay que aplicar el concepto de probabilidad, que es ir descartando cosas hasta llegar a la opción más probable. Todas las intoxicaciones tienen ahora tratamiento”. Añade que “una vez ingresado el paciente, las primeras horas son importantes” para empezar a aplicar el tratamiento.

Las intoxicaciones por setas venenosas podrían dividirse, de forma muy general, en leves y graves. Normalmente, aunque tampoco es una ciencia exacta, las graves se empiezan a notar más de seis horas después de haber ingerido las setas. “Si el periodo de latencia es largo, eso nos da una primera pista. Por ejemplo, si nos dicen que tienen un paciente que comió setas ayer por la noche y han pasado ocho o diez horas hasta que ha empezado con diarrea y vómitos, es probable que sea una intoxicación por amanita phalloides (de las más “peligrosas” y a la vez bastante común, ya que es una especie muy parecida a las gibelurdiñas comestibles). Si alguien entra así al hospital, se le aplica por si acaso el tratamiento contra la intoxicación por phalloides. Y luego pasamos a confirmar que es esa seta la que ha comido”.

Restos en la basura 

Uno de esos casos recientes que investigó Arrillaga fue el de un hombre de más de 70 años que se había comido “seis o siete ejemplares de amanita phalloides, cuando un ejemplar es suficiente para acabar con una persona”. Descubrió qué seta era la que le había provocado la intoxicación gracias a los restos de la basura de su casa. “Eran trozos muy pequeños, pero con microscopio pudimos identificarla. Hemos resuelto casos con muestras de uno o dos centímetros. Confirmamos que lo que había comido eran amanitas phalloides. Llegó al hospital deshidratado a causa de las diarreas y los vómitos. Dijo que había comido gibelurdiñas. Le pregunté si eran un poco más verdosas que otras veces, y me dijo que sí. Es una manera de distinguirlas, pero no es fácil. Se le aplicó el tratamiento y evolucionó satisfactoriamente”.

La presentación del libro, este jueves en el Aquarium (19.00 horas)

El Aquarium acoge esta tarde, a las 19.00 horas, la presentación del libro Las setas y su toxicología, seguida de una charla de Pedro Arrillaga. El libro es fruto de “muchos años de trabajo en colaboración con los servicios de urgencia de Osakidetza”, comentan desde la sociedad de ciencias. Consta de 480 páginas, con un total de 883 fotografías, de las cuales 410 son imágenes microscópicas. Además, el libro va acompañado de un dossier con 30 imágenes de alrededor de 50 especies tóxicas plasmadas sobre un fondo neutro que ayudan a una rápida identificación de la especie que ha consumido la persona afectada. Los asistentes a la charla recibirán un póster sobre setas de Euskal Herria. Además, desde Aranzadi recuerdan que los lunes por la tarde el Departamento de Micología, asesora sobre setas tóxicas en su sede de Zorroagagaina (Donostia). “Quien quiera puede venir con su cesta de setas y le decimos si se pueden comer”, comenta Arrillaga.

Por tanto, un consejo –lógico, aunque no está de más recordarlo– es “en caso de duda, no comer la seta”. “Si alguien cree que es experto, que las recoja y las coma, pero sí le diría que se limite a las especies que conoce, porque todas las setas comestibles tienen alguna tóxica que se le parece”. Y otro consejo: “Sacar la seta entera, más del 90% de intoxicaciones que he visto por amanita phalloides son por cortar el pie y coger el sombrero dejando el resto de la seta, que es lo que facilitaría su identificación. Si alguien coge gibelurdiñas, no tiene una gran experiencia, están medio lavadas porque ha llovido, y corta la parte de abajo, puede cometer el error. Si sacas la seta entera, le llama la atención que en la base tenga una volva, pero si cortas no te lo llevas y no ves”. Lo que sí confirma el experto donostiarra es que “apenas se han dado casos de intoxicación en setas compradas en mercados o tiendas, ya que tienen una trazabilidad y está controlado”.

Especies desconocidas 

Incluso para un sabio de la materia puede haber especies de setas que no conozca: “Siempre cabe esa posibilidad. Por ejemplo, en su momento se dijo que todos los cortinarius eran comestibles, pero dentro de ese género hay unas 1.500 especies. Se dieron unas intoxicaciones que costó descubrir por qué eran, y al final se descubrió que algunos cortinarius no se podían comer”.

También puede haber sorpresas con tipos de seta comunes: “El shiitake, por ejemplo, es una seta perfectamente comestible, pero bien cocinada. Si se come cruda, puede producir una dermatitis flagelada muy molesta. No es común, pero se conocen casos. No está mal advertirlo porque es una seta comercializada que se consume mucho”.

Dice Arrillaga que “no hay estudios de Micología como tal”. Quien quiera formarse debe acudir a sociedades con expertos, como es el caso de Aranzadi, que fue “la primera sociedad micológica de España”. No en vano, en 2015 hizo 50 años. Y ahora llega esta guía que promete ser la Biblia sobre las setas tóxicas.