Ainhoa Etxaide (Hondarribia, 1972) es una de las principales referentes del mundo sindical vasco del siglo XXI. En 2008 fue nombrada secretaria general de LAB, la primera mujer en ese cargo dentro de los sindicatos mayoritarios en Euskal Herria. Un puesto en el que quiso cambiar las relaciones de poder, de manera que beneficiara a las mujeres que estuvieran en distintos niveles de responsabilidad dentro del sindicato. “Miramos al techo de cristal, pero la previa es que no haya suelo pegajoso”, afirma a este periódico.

 El proceso que le llevó a Etxaide a ocupar la secretaría general de LAB (puesto que hoy en día se conoce como coordinadora general) dio comienzo en 1996 y fue “largo”, “complejo” y “complicado”. “Hubo mucho trabajo previo, mucha decisión y fue el resultado de transformar buena parte de lo que era en ese momento la realidad interna del sindicato”, recuerda. Tras más de una década en esa labor, un Comité Nacional “con una media muy joven” alzó a Etxaide al máximo puesto de responsabilidad. “Lo viví en dos planos”, comenta; por un lado, a nivel interno, dentro de un órgano directivo “que era paritario”, con gente de una misma generación y que buscaba precisamente el cambio. Y, por otro, “me movió mucho la trascendencia que tenía y la de veces que escuchaba que era la primera secretaria general de un sindicato en Euskal Herria. De repente, la mochila se hizo mucho más pesada y complicada”, confiesa.

Además, al hecho de ser mujer, se le sumaba su edad, ya que accedió al cargo con 36 años. Este combo era razón doble para que su valía se pusiera en duda desde preceptos machistas. “Hubo quien aplaudió el relevo con las orejas y de forma incondicional”, dice, en referencia a todo el equipo directivo, “y hubo quien puso resistencias y hasta lo podía rechazar; pero sí que había un ambiente general de incertidumbre”. A las dudas sobre si el nuevo Comité Nacional rompería “con la trayectoria histórica del sindicato”, se sumaba a quien dudaba de si Etxaide podría cumplir con lo que se presuponía de su puesto. “Pero, esta mujer, ¿qué sabe de sindicalismo, qué sabe de movimiento trabajador?”, decían, por el hecho de que no hubiera desempeñado ninguna labor en una fábrica o empresa, cuando “yo, a los 13 años, era interna” de labores domésticas en su pueblo.

Las situaciones discriminatorias abundaron durante su década como secretaria general. Cosas como que se dirigieran a sus segundos de a bordo, por ser varones, en vez de a ella, “cuando, si yo fuera un hombre, seguramente ni los verían”. Y es que “tú, tu cargo, tu género, tu edad, no les encaja”. Como ejemplo, relata una anécdota que suena surrealista, pero realmente sucedió. “Un invitado internacional le preguntó a Rafa (Díez, quien le precedió en el puesto), si en nuestro sindicato la secretaría general se heredaba” y si “era su hija, porque no le entraba en la cabeza otra razón para que una mujer llegara al cargo”.

A lo largo de las más de dos décadas (ya va camino de tres) que lleva dentro de LAB, Etxaide reconoce que “el sindicato se ha transformado”. Hechos como que el comité ejecutivo tuviera una única mujer en 1996 y que ahora sea paritario es uno de los signos, pero no el único. También “se tomaron decisiones a nivel de representaciones”; así, los órganos comarcales deben reflejar la afiliación de esos sectores; si “un 30% son mujeres, en un órgano comarcal el 30% tienen que serlo”. ¿Y, si no hay suficientes que quieran ocupar, a priori, esos puestos? Toca buscarse la vida. “Se terminó el debate de no hay y las mujeres no quieren”, manifiesta Etxaide. Porque, para que el “sindicalismo respondiera a las mujeres”, tenían que estar en las tomas de decisiones. “Si no hay mujeres dentro, difícil será tener unos análisis reales; saber y sentir lo que necesitan las mujeres en el mercado laboral”

Para esta transformación, era imprescindible un cambio en el tipo de liderazgo; “no estoy hablando de un modelo femenino, sino feminista”, puntualiza Etxaide. “En cualquier organización, es más fácil ser una líder si actúas como lo haría un hombre”, pero ella apostó por cambiar los parámetros y delegar parte del trabajo. “Yo decía puedo ser la portavoz y hablar de todo, pero no puedo asumir la responsabilidad de todos y cada uno de los temas”, porque si no, pasaría a ser “un cuello de botella en una organización”. Parte del cambio se debió a que había mujeres que aplaudían su labor, pero no querían parecerse a ella, no querían ser una líder si requería tener “dedicación plena” y no mostrar signos de debilidad. “Claro, dices ese infierno, pues no”, resume. 

En cuanto a referentes, los tuvo entre las “mujeres que estaban en el sindicalismo. Primero, en nuestros sindicato, todas aquellas mujeres que nos precedieron y que iban abriendo camino y generando la tensión suficiente para forzar tope” y generar cambios. “No creo que para buscar referentes haya que mirar para arriba todo el rato”, señala; “si abres la gama, tienes más referentes” y pone, como ejemplo, a aquellas mujeres que luchaban en el sector de la limpieza y “que se enfrentaban a su realidad en mucho peores condiciones de las que yo hacía mi trabajo”.

Los cambios en la negociación colectiva

Etxaide también ha vivido cambios en torno a la negociación colectiva y la presencia de la mujer y sus intereses específicos, aunque subraya que todavía queda trabajo que hacer. “¿Cuántas veces hemos vistos sectores feminizados y de mujeres moviéndose, que cuando dan la rueda de prensa de que han conseguido un convenio, habla el hombre?”.

Matiza que ella no ha participado directamente en la negociación de convenios, pero sí ha participado en conflictos, donde ha llegado a escuchar comentarios “como a mí, esa cuadrilla de mujeres no me hace hincar la rodilla”, palabras que se sucedieron en medio de unas negociaciones en el sector de los comedores escolares. Y, sin llegar al insulto, también se enfrentó a tener que hacer cambiar el chip a las empresas para que tuvieran en cuenta las necesidades de las mujeres. Como el caso de una empresa de autobuses a la que se le planteó: “¿Tenéis en cuenta que, cuando se incorporan las mujeres, pueden tener, por ejemplo, la regla y van a tener que necesitar parar en algún momento de esas ocho horas y tener un sitio digno?”.

Por suerte, ha habido logros en este camino; algunos, anecdóticos, como conseguir que el convenio colectivo de una empresa reflejara con dos palabras, en masculino y en femenino, a su plantilla. “Te dabas cuenta de qué básicos eran los pasos, pero qué importante era”. Y es que, al final, esa visibilidad formaba parte de la pelea “por el reconocimiento del valor de su trabajo”, algo especialmente acuciante en sectores tan feminizados como el de la limpieza o las residencias.

En este 8M, Etxaide remarca que las mujeres “tenemos que acceder a espacios de poder, de decisión, de liderazgo, pero para cambiar las relaciones de poder”; es decir, llegar a la cumbre para mejorar, en primera instancia, las condiciones de las que están en la base. Algo especialmente relevante hoy en día, cuando “se están volviendo a ver posiciones muy reaccionarias, como que las mujeres bien que avanzáis, pero a ver hasta dónde. “Las mujeres conseguimos cosas, pero nunca terminamos de estar tranquilas”, afirma, poniendo como ejemplo el aborto y la reciente sentencia del Tribunal Constitucional. La lucha continúa.