A sus 34 años, Jose ha vivido diez entre rejas. En todo este tiempo, siempre ha tenido un objetivo fijo en mente: “Conseguir vivir en familia”. Más ahora, desde que tiene una niña que acaba de cumplir los dos años. A pesar de ello, y en buena parte “por haber sido un descerebrado durante varios años”, nunca ha sabido como reconducir su vida hacia una libertad total. Ahora, gracias al centro de día y los recursos que le ofrece la asociación Arrats, ve su meta más cerca que nunca.

“Aquí, cada persona tiene un propósito. El mío, básicamente es vivir en familia”, cuenta este joven que acude a diario al centro Irteerak. En él se prepara para su futura libertad, principalmente formándose en diferentes disciplinas, desde la informática hasta la huerta, y buscando un oficio para cuando haya dejado atrás el tercer grado en el que se encuentra. “Te ayudan en todo el camino para tener una vida guiada y estar lo mejor posible”, cuenta.

Confiesa, eso sí, que la primera vez que escuchó hablar de un lugar como este lo cogió con pinzas al no saber qué se iba a encontrar. Esto cambió nada más traspasar sus puertas. “Es un espacio que está muy bien y es muy acertado. El proyecto nos permite avanzar en la vida”, cuenta, al tiempo que señala que lo que más valora es haber dado con un lugar donde “el trato es desde el cariño máximo”. “Todo es atención y escucharte. Te encuentras una gran sorpresa y conectas con el equipo”, añade.

Evitar la soledad

Mientras se prepara para su futura libertad con los profesionales del centro, Jose también comparte su día a día con el resto de usuarios del espacio. Con ellos pasa el tiempo, come y disfruta de los ratos libres, algo fundamental para aquellas personas que viven en soledad. “Al margen de que cada uno tenga su familia, tener un sitio así te hace estar tranquilo. Sobre todo para los que son de fuera”, apunta.

Desde que ha vuelto a poder pisar la calle, pasa más tiempo con su hija. Aunque no es todo el que le gustaría, ya piensa en el momento en el que pueda formar parte de su crecimiento por completo. “Espero salir pronto y gracias al centro lo veo más cerca. Es muy bonito que alguien nos abra las puertas para los que hemos sido unos descerebrados durante varios años”, comenta este joven al que le gustaría poder vivir en un pueblo pequeño de Gipuzkoa en cuanto cumpla la condena. Cómo no, junto a su mujer y su hija.