Tras trabajar más de 20 años en una cooperativa de la Corporación Mondragon, el economista Natxo de Vicente se dejó llevar por su “sensibilidad social” y se marchó a Brasil de la mano de la ONG Mundukide.

¿Cómo acaba un economista como usted trabajando de cooperante?

Son procesos vitales, por lo menos, en mi caso particular. De alguna manera, dar un cambio y hacer algo que tenga sentido.

¿Qué resorte se le activó para hacer las maletas rumbo a Brasil o ya tenía cierta inquietud social?

Siempre he estado relacionado con algunos movimientos sociales. Ahora estoy viviendo en Kontrasta y allí estaba ayudando en una iniciativa de terapia con caballos. Conocí a Mundukide por un proyecto de unas cocinas para mejorar las condiciones de cocción a leña. Siempre he tenido ciertas inquietudes y ya con 54 años y los hijos de 26 y 24 volando era un buen momento.

Sus hijos ya están en edad de ser cooperantes. ¿Qué le dijeron cuando fue usted el que se lanzó?

Les pareció fantástico. Es cierto que a la familia le sorprendió un poco, pero, como me ven feliz, ellos también están encantados.

¿Cuánto tiempo lleva en Brasil y cuál es su cometido?

Llevo tres años. Trabajamos con el Movimiento de los Trabajadores sin Tierra, un movimiento social de dos millones de personas. Ayudamos en la organización y la mejora de las condiciones de las familias productoras de alimentos orgánicos. Yo estoy en Río Grande do Sul y la mayor parte del trabajo es crear cursos de formación, fortalecer la situación de jóvenes y mujeres en entornos rurales, acompañarles en la creación de cooperativas…

¿Es Brasil un país inseguro? ¿Corre algún tipo de riesgo?

Las zonas rurales son muy seguras y la gente es maravillosa. En las grandes ciudades sí que tienes que tener un poco de cuidado porque son más violentas.

¿Qué ha aprendido de los brasileños a nivel personal?

El movimiento social con el que estamos trabajando, que es el mayor de América Latina, está bastante vilipendiado con el Gobierno de Bolsonaro. Lo que se aprende con ellos es que, cuando peor lo están pasando, más quieren unirse, formarse y trabajar juntos. Es fascinante.

¿Qué les ha aportado a ellos?

Yo creo que estamos aprendiendo más nosotros. Uno de los programas de Mundukide es Gehikoop, un intercambio de experiencias entre cooperativas del País Vasco y de Brasil. Ha sido un proyecto precioso porque han visto que, aunque los entornos sean diferentes, se comparte un mismo ideal de crear sociedades más equilibradas y justas. También hablamos para las universidades. Después de esta pandemia y esta crisis financiera, se están buscando fórmulas de economía más social y es fascinante la admiración que existe por el modelo de cooperativismo vasco. Si estás dentro, no lo valoras.

Diferente cultura, costumbres… ¿Le ha costado adaptarse?

Hay muchas cosas a las que te tienes que acostumbrar, pero me he adaptado muy bien. Trabajo en la zona donde mayor influencia europea hay. Si destacaría algo, sería el sentimiento de comunidad. Cuanto mejor vivimos, se empieza a perder y allí se recupera la importancia de ese auzolan que hacíamos antes, trabajar y sentirse partícipe de comunidades. Cuando vuelvo al País Vasco, aunque antes yo no lo percibía, cada uno va a lo suyo.

¿Qué es lo que más le ha impactado de todo lo que ha visto allí?

La desigualdad es brutal. Vivimos en un entorno, en el País Vasco, en el que no nos damos cuenta de qué sociedad más igualitaria tenemos, sobre todo, cuando la ves en comparación con otras. Ir por las ciudades y ver cientos, por no decir miles, de personas durmiendo en la calle choca mucho. Es gente sin esperanza y, si lo juntas con la droga, sobre todo en las ciudades, es horrible.

¿Qué echa de menos de su tierra?

La familia, por supuesto, tener un poco más de contacto, pero cada seis meses solemos venir. También echo mucho de menos las comidas y el pescado. Estamos muy mal acostumbrados, comemos demasiado bien. En los entornos de asentamientos es todos los días lo mismo: arroz con alubias y un poco de carne y de verdura. Es comida sana, pero es monotemática. En el sur hay buena carne. De vez en cuando hacen churrasco y se comen media vaca.

¿Qué perspectiva de futuro tiene?

No tengo ni idea. Los proyectos son muy ilusionantes, cualquier cosa que hagas ves resultados a corto, sobre todo con las personas, y es un auténtico motor de generar iniciativas. Más de un año seguro que me quedo. Luego ya iré pensando. Independientemente de mi presencia, Mundukide tiene proyecto para años en Brasil porque cada vez están pidiendo más gente.

¿Están hechos los cooperantes de una pasta especial? Hacer un parón y dejarlo todo para ayudar a los demás no deja de sorprender.

No sé hasta qué punto es dedicarse a los demás, porque igual es demasiado grandilocuente, pero sí es una búsqueda de hacer algo que realmente tenga un propósito y un impacto en las personas. Como cualidad, la sensibilidad social yo creo que nos une un poco a todos.