Lahasan duerme tranquilo en uno de los boxes de Pediatría del Hospital de Mendaro. La dichosa migraña ha vuelto de madrugada. La medicación habitual no hacía efecto y este niño saharaui, acogido por una familia de Eibar, no ha dejado de gritar de dolor hasta que un Nolotil en vena le ha sumido por fin en un profundo sueño.

Un trasladado de urgencia al centro sanitario ha sido suficiente, algo impensable en el desierto de los campamentos de saharauis del Tinduf, su hábitat natural, donde el exilio dura ya 46 años y la escasez de material es una constante. Edurne Uzkudun, que le acompaña junto a la cama, habla con este periódico en voz baja, a la espera de que este niño de 12 años despierte y pueda regresar a su casa temporal de Eibar, para seguir disfrutando de las vacaciones, como lo hacen desde hace tres semanas los 152 menores saharauis acogidos en Euskadi, 46 de ellos en Gipuzkoa.

Uzkudun y Eli Eizagirre, vecina de Leaburu, son dos de las guipuzcoanas más veteranas en la acogida. Y a su vez, coordinadoras en el territorio de un programa que durante dos meses devuelve la salud a estos menores, nietos de los primeros refugiados hace ya casi medio siglo. Sus condiciones de vida siempre han sido precarias, y más ahora, desde la ruptura a finales de 2020 del alto el fuego con Marruecos, país que considera que toda el Sahara Occidental está bajo su soberanía.

"Están viviendo una guerra activa en la que hay muertos y mártires; una guerra que no interesa que se difunda"

Eli Eizagirre - Madre de acogida y coordinadora en Gipuzkoa del programa 'Vacaciones en Paz'

Las propias familias guipuzcoanas saben de niños que fueron acogidos en Euskadi y que hoy en día se han convertido en soldados de un conflicto olvidado. “Desde hace un año y siete meses están viviendo una guerra activa en la que hay muertos y mártires; una guerra que no interesa que se difunda”, denuncia Eizagirre.

Son más de 180.000 personas en los campamentos de Tindouf (Argelia), a donde huyeron desde que el Estado español, su potencia administradora y colonial, cedió el territorio a Marruecos y a Mauritania en noviembre de 1975. Actualmente el control del Sáhara Occidental es reclamado tanto por el Reino de Marruecos como por la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) -establecida por el Frente Polisario-, que es reconocida por unos ochenta países.

El giro de Pedro Sánchez que rompe el equilibrio

Ambos se disputan la soberanía, mientras que el Gobierno de España trata de que su nombre se asocie cuanto menos mejor al conflicto, pese a la “indudable ligazón histórica y jurídica”, según recalca Aministía Internacional. Una situación en la que, además, el giro hace cinco meses de Pedro Sánchez al posicionarse del lado de Marruecos ha roto el equilibrio que mantenía el Estado en el conflicto.

En ese contexto bélico, uno de los temores de estas familias al organizar las estancias en Gipuzkoa era el escenario que estos niños pueden encontrarse a la vuelta del verano. “Hay padres y hermanos ejerciendo de soldado, y es posible que, en algún caso, cuando regresen, conozcan alguna desgracia familiar”. La vecina de Leaburu cruza los dedos para que no sea así.

Lahasan, su hermano gemelo Buyema y la sobrina de ambos, Achwak, jungando con una amiga. N.G.

Estas dos guipuzcoanas han asumido el compromiso de atender en el territorio a menores con ciertos problemas médicos, algo que no tiene por qué afectar a la mayor parte de refugiados que disfrutan ya de sus nuevas familias. Salvo los tapones de oídos por la arena del desierto y la anemia provocada por la mala alimentación -males comunes que se resuelven al cabo de unas semanas de vida normalizada-, “no tiene por qué haber mayores contratiempos”, recalcan.

Días de adaptación: Del "izozki" en la piscina al servicio de urgencias

Son días, en cualquier caso, de contrastes y de adaptación. Los momentos de “piscina, playa e izozki” pueden dar paso, sin previo aviso, a visitas médicas con carácter urgente, como la que acaba de llevar a Lahasan hasta el Hospital de Mendaro. “Aquí le podemos atender porque hay recursos médicos, pero en el campo de refugiados donde vive no ha habido hasta ahora medicación, por lo que puede pasarse cuatro días en la jaima gritando de dolor”, relata Uzkudun.

"Aquí le podemos atender a Lahasan porque hay recursos médicos, pero en el campo de refugiados puede pasarse cuatro días en la jaima gritando de dolor"

Edurne Uzkudun - Madre de acogida y coordinadora en Gipuzkoa del programa 'Vacaciones en Paz'

Para el sistema sanitario vasco no dejan de ser dolencias leves lo que en el suroeste argelino se convierte en motivo de sufrimiento constante. De ahí la importancia de retomar estas estancias vacacionales de dos meses -Oporrak Bakean- suspendidas durante dos años como consecuencia de la situación de emergencia de salud pública ocasionada por el covid-19. “El programa se ideó para que acabara lo antes posible. Y ese sigue siendo el objetivo a pesar de todo el tiempo transcurrido”, remarca Eizagirre.

Lahasan no venido solo a Gipuzkoa. Está con él su hermano gemelo, Buyema, y la sobrina de ambos: Achwak, que el 20 de agosto cumplirá ocho años. “Esta semana hemos practicado todos paddle surf en Donostia, y hemos disfrutado con otras familias de la estancia en el albergue de Arrate”, cuenta Uzkudun. Tras el verano regresarán a una de las zonas más inhóspitas del mundo, donde las temperaturas se disparan por encima de los 50 grados, y en invierno, las noches son de un frío extremo que soportan como pueden, recluidos en jaimas y pequeñas casas de adobe.

Desde allí han llegado también hasta Leaburu Salem, de doce años, y Mahmud, de catorce. Pasarán el verano en casa de la familia de Eizagirre. “Hicimos la apuesta por traerles porque en los campos es imposible que reciban la atención médica que necesitan”, explica la guipuzcoana, que atiende a este periódico poco después de llevar al pediatra a los chavales.

Salem es la primera vez que viene. Para Mahmud es el tercer viaje. “No hay falta de profesionales, hay muchos saharauis que han estudiado Medicina en Cuba. El problema ha sido la falta de material, porque todo lo que llega es a través de proyectos solidarios que se han tenido que paralizar durante este tiempo debido al cierre de fronteras”. No ha habido ni material sanitario ni alimentación.

En este contexto, la Delegación Saharaui en Euskadi ha felicitado a todas las asociaciones de amigas del pueblo saharaui y a las entidades sociales y políticas en el País Vasco por su implicación para sacar adelante esta especial edición de Vacaciones en Paz 2022.

El Frente Polisario ha decidido resetear el programa después de estos dos años”, cuenta Eizagirre. Gracias a ello han podido llegar a Euskadi niños a partir de ocho años, ampliando la edad de las últimas ediciones, cuando solo estaba autorizado a partir de diez. “Vienen con otra mentalidad diferente a la de los menores que ya conocían Euskadi. Se han despedido de sus familias en las jaimas, una la separación que durante los primeros días puede resultar bastante dura”, reconoce la guipuzcoana.

Para quien nunca ha salido del desierto, resulta complejo adaptarse inicialmente a una realidad tan diferente: el entorno, el clima y, sobre todo, el salto cultural. Las familias más veteranas lo saben. Eizagirre comenzó a implicarse en este programa de vacaciones en 2004, cuando vivía con sus padres. Lo sigue haciendo casi dos décadas después, ahora con su pareja. “Estos niños son nietos de personas que tenían DNI español. Vacaciones en Paz es un programa que devuelve la salud a menores que la han perdido por un destierro que se remonta a 1975. No vienen aquí porque sean pobres. La razón principal es que son refugiados en campamentos en los que llegan en verano a los 60 grados”, denuncia.