Antes de comer, de beber y de bailar en una boda toca vestirse para la ocasión. Goiuri Unanue, artífice de Soia Bridal, empieza a respirar tras un duro y prolongado bache, el de la pandemia, que casi provoca el cierre de su negocio.
"Ya empieza a moverse todo, incluso el servicio de alquiler", explica esta diseñadora de Orio. "Ha empezado a venir mucha gente pero, eso sí, mucha otra está preparando bodas para 2023. Estoy trabajando en vestidos que son para el año próximo, porque todavía se nota el miedo".
Lo que va saliendo pata 2022, apunta, corresponde en gran medida a bodas retrasadas de los años anteriores.
"Estuve a punto de cerrar y he podido aguantar gracias, entre otras cosas, a un show room de bodas que trabaja con distintos proveedores y que me ha permitido mostrar mis trabajos. Es otra puerta que se abre", destaca esta joven diseñadora."Estoy viendo ya la luz al final del túnel", señala.
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"No es raro que la gente ya haya firmado los papeles, se hayan casado y hayan dejado la fiesta para después, para poderla hacer cómo y dónde querían y con la gente que querían", constata Unanue.
"Pero me ha sorprendido que ha habido también un cambio de chip. Esperaba que todo fueran bodas grandes y veo que hay ya parejas que se han decantado por una boda pequeña para no esperar y no arriesgar. Va a pasar un tiempo hasta que se nos pase el miedo, habrá que esperar a que transcurra una temporada larga sin restricciones", afirma.
Goiuri Unanue trabaja con invitadas y con novias, aunque estas últimas son las que más acuden a encargar sus vestidos a medida. "Para alquilar vienen más invitadas aunque también en esto se está notando un cambio, una apuesta por la sostenibilidad. Hay cada vez más novias que piensan que comprarse un vestido para tenerlo en el armario no es sostenible y prefieren alquilar", concluye.
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