odas las personas merecen vivir el máximo de tiempo posible, envejeciendo con dignidad y disfrutando de la vida. Así lo reconocieron los Estados miembros de las Naciones Unidas en la primera Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, celebrada en Austria, ya en 1982.

En dicho foro, los países asistentes reafirmaron su creencia en que los derechos fundamentales e inalienables consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos se deben aplicar "plenamente y sin menoscabo a las personas de edad", y reconocieron que "la calidad de vida no es menos importante que la longevidad".

No obstante, a medida que se cumplen años aumenta el riesgo de de enfrentarse a situaciones de violencia, abuso y abandono. Según la Organización Mundial de la Salud, "el 15,7% de las personas de 60 años y más son víctimas de abuso", aunque el organismo considera que esta cifra es muy inferior a la situación real porque muchas personas mayores que son maltratadas y no denuncian o no tienen la posibilidad de denunciar.

Violencia física, psicológica, abuso sexual, abusos económicos, negligencia, abandono, negación de derechos... Las personas mayores sufren, lamentablemente, todos estos tipos de maltrato y, además, lo hacen mayormente en el ámbito doméstico, familiar y de cuidados.

Estos agravios no son intrínsecos a la vejez, sino que se sustentan en el edadismo, entendido como los prejuicios, estereotipos y discriminaciones hacia las personas por razón de la edad. El edadismo incide en los pensamientos, sentimientos y acciones de las personas y es la base de la percepción de que se puede ser demasiado joven o demasiado mayor para ser o hacer algo.

Como tantas otras formas de discriminación, el edadismo puede expresarse de muchas maneras, desde el lenguaje peyorativo o despectivo que puede darse en conversaciones interpersonales hasta vulneraciones graves de derechos humanos perpetradas desde las instituciones.

Pero quizás, el edadismo autoinflingido, el que se da en los pensamientos de uno mismo, es el más pernicioso de todos. Y es que la percepción negativa del envejecimiento propio en sí misma ya es un factor de riesgo para la salud. Según alerta la OMS, "las personas mayores que se ven como una carga para los demás pueden acabar pensando que su vida tiene menos valor y, como consecuencia de ello, son más proclives a la depresión y el aislamiento social".

En ese mismo sentido, un estudio del que la OMS se hacía eco en 2016 observó que las personas que tenían una percepción negativa de su propio envejecimiento encontraban más dificultades para afrontarlo y vivían, en promedio, siete años y medio menos que aquellas personas con una percepción positiva de la vejez.

Desgraciadamente, se trata un problema muy extendido entre la población. La Fundación HelpAge International España calcula que una de cada dos personas en todo el mundo son edadistas contra las personas mayores.

A pesar de las desoladoras perspectivas, se puede combatir el edadismo. Existen fórmulas para prevenir el maltrato y el abuso a la vejez, promoviendo actitudes positivas hacia las personas mayores y fomentando relaciones basadas en el buen trato.

Este tratamiento positivo es el resultado de respetar la dignidad y los derechos de las personas y consiste en establecer relaciones satisfactorias que estén basadas en la consideración, la empatía, el reconocimiento mutuo y la igualdad. Para ofrecer un buen trato es necesario poner en valor y que se reconozcan los sentimientos y opiniones, los conocimientos y experiencia, el trabajo y las aportaciones a la sociedad de las personas mayores.

Por medio de estas actitudes, se fomenta que los mayores tomen sus propias decisiones y puedan disponer de la información que necesiten para ello, respetando su voluntad y sus preferencias. Pero, por encima de todo, se garantiza que tengan una vida segura, sin violencia, abusos o abandono.

La promoción del buen trato debe abordarse de manera integral, con medidas legislativas, educativas, campañas de concienciación... Pero, como muchas otras cosas, siempre comienza desde uno mismo.

La violencia hacia los mayores se sustenta en el edadismo, la discriminación hacia las personas por razón de edad

Existen fórmulas para prevenir el maltrato y el abuso a la vejez, impulsando actitudes positivas hacia las personas mayores