l covid no perdona ni a la ruta más antigua y transitada de Europa, al Camino de Santiago. Tras meses de silencio, los peregrinos vuelven a recorrer los 820 kilómetros del Camino de la Costa en Año Santo, uno de los años jacobeos más largos de la historia.

Poco a poco se va volviendo a la normalidad en diferentes ámbitos. Sin embargo, las restricciones por la pandemia han hecho mella en la ilusión de los peregrinos que realizan la ruta.

El cierre de los albergues públicos o municipales ha supuesto un traspiés para todas las personas que quieren completar la travesía con un presupuesto más ajustado o simplemente sin preocupaciones.

Lo más asequible después de los albergues públicos, donde sobreviven a base de donativos, son los privados, que rondan entre quince y 20 euros la noche. Además del cierre de estos primeros, la reducción del aforo al 50% ha provocado que muchos de los caminantes se queden sin plazas y tengan que optar por otro tipo de alojamientos, como hoteles o apartamentos turísticos, algo que encarece seriamente la ruta.

Según cuentan desde el albergue de Orio, de carácter privado, “hay más peregrinos que camas”, lo que ha provocado que muchos no sepan a dónde acudir y acaben haciendo noche en la calle en el caso de no tener espacio en el albergue.

Otros caminantes, sin embargo, no encuentra tal gentío. Sheila Fernández, que hace por tercera vez el Camino de Santiago, cuenta que no ha encontrado a nadie por el Camino. “He estado kilómetros y kilómetros sin ver a una sola persona”, explica la barcelonesa.

Los peregrinos que se acercan a localidades como Irun, Pasai Donibane, Zarautz o Zumaia en busca de alojamiento público se ven obligados a seguir caminando hasta encontrar otro tipo de albergue o alojamiento. En alguna ocasión la falta de un lugar donde pernoctar ha hecho que los caminantes tengan que recorrer otros tantos kilómetros con la noche encima, sin apenas luz ni confirmación de que en el siguiente pueblo vayan a tener un espacio para dormir.

“Hemos venido a la aventura, y al llegar nos hemos enterado de que los albergues públicos estaban cerrados. Al final, nos hemos tenido que adaptar”, explica la madrileña María Sánchez.

A pesar de la situación extraordinaria que se vive en el Camino, una de las trabajadoras del albergue de Orio explica que “no hay nada de miedo”. “Hay muchas personas que son sanitarias, que necesitan desconectar y vienen con esa predisposición. Al final no se habla del covid”, señala la trabajadora.

Javier Torres, compañero de viaje de María, comenta que “si desconectas, desconectas de todo. Si se mantienen las medidas de prevención, no se tiene que ir con miedo”.

La peregrina francesa Laurence, que después de tres días de camino se encuentra en Mutriku, explica que no ha encontrado demasiada gente por la ruta y supone que es por el hecho de que “es muy difícil encontrar una habitación, por lo que quizás la gente no se ha animado a hacerlo”.

Por otro lado, según Laurence, “ha supuesto cierta dificultad económica”, ya que durante una de las dos noches de su travesía se ha tenido que instalar en un apartamento turístico. A pesar de todo, “la pandemia no iba a impedirme hacer el Camino. Al final tenemos que seguir con los planes que teníamos”, cuenta.

En lo que a las medidas higiénicas se refiere, según expresan desde los diferentes albergues privados, se respetan totalmente todas, como las distancias de seguridad, las mascarillas, los geles hidroalcohólicos en todas las esquinas o la desinfección continua. Al final, no deja de ser más trabajo para los empleados, pero son medidas necesarias para contribuir a la seguridad de los viajeros.

Desde el albergue Izarbide de Mutriku explican que han tenido que quitar la posibilidad de acceder a la cocinas, ya que muchas personas no respetaban las restricciones. Esto supone un inconveniente para los caminantes pero, no obstante, no es un impedimento para alcanzar la ansiada llegada a Santiago.