La científica discípula de Severo Ochoa y referente feminista
madrid - La bioquímica y pionera de la biología molecular, Margarita Salas (Canero, Asturias, 1938), fallecida ayer a los 80 años, no solo fue una de las investigadoras importantes de España, sino que además fue una trabajadora incansable, un referente feminista y la primera mujer científica con un sillón en la Real Academia de la Lengua. Salas dedicó toda su vida a la ciencia y la investigación y, de hecho, seguía trabajando como investigadora Ad Honorem en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, en Madrid. Su mayor logro científico fue el descubrimiento de una técnica que permite amplificar las muestras más pequeñas de ADN en cantidades suficientes para hacer un análisis genómico completo, una invención que se convirtió en la base de la genética moderna, con aplicaciones en todos los campos.
Su descubrimiento, desarrollado en forma de kits de secuenciación de ADN fáciles de usar logró la patente en EEUU en 1991 y la europea seis años después, y solo entre 2003 y 2009 (al expirar) generó más de seis millones de euros en beneficios para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Hoy en día, su técnica se usa en múltiples aplicaciones, como estudiar microbios, analizar el desarrollo embrionario, profundizar en el conocimiento de los tumores, e incluso para catalogar fósiles o encontrar sospechosos de un crimen. Sin embargo, junto a su trabajo como investigadora, Margarita Salas será recordada como una gran defensora de los derechos de las mujeres, como un referente feminista y, sobre todo, como un modelo para las niñas con vocación científica. “De joven era discriminada por ser mujer; hoy, por ser mayor”, dijo en una entrevista, además de advertir de que “la mujer ocupará en el mundo científico el puesto que le corresponda de acuerdo con su capacidad y no necesitaremos cuotas ni nada”.
Salas murió en Madrid el día que se cumplían 152 años del nacimiento de otra gran científica y pionera, la polaca Marie Curie, y lo hizo además cumpliendo un sueño: emular a su gran referente, Rita Levi-Montalcini, quien falleció en 2012, con 103 años, y fue al laboratorio hasta el último día de su vida. “Ella decía que lo importante no era tener arrugas en la cara sino no tener arrugas en el cerebro. Y en broma digo: cuando sea mayor quiero ser como Rita Levi-Montalcini”.
Discípula de Severo Ochoa Esta mujer asturiana -hija de una maestra de la República y de un padre defensor de la Institución Libre de Enseñanza- tuvo las mismas oportunidades que sus hermanos. Licenciada en Ciencias Químicas y doctora en Bioquímica por la Universidad Complutense de Madrid, amplió estudios en la Universidad de Nueva York donde, entre 1964 y 1967, fue alumna del Nobel Severo Ochoa. Cuando comenzó su tesis doctoral en 1961, las mujeres no se dedicaban a la investigación, pero Ochoa “siempre me trató como una persona, independientemente de que fuera mujer”, explicó. De regreso a España, con la ayuda de su marido, el investigador Eladio Viñuela, puso en marcha un laboratorio en el que ambos compartieron trabajo hasta 1970.
En 1967 comenzó a estudiar el virus bacteriófago Phi29, hasta que en 1970, descubrió una proteína que se encarga de copiar el ADN, capaz de producir copias genéticas desde rastros diminutos, como una gota de sangre.
Fue profesora de Genética Molecular en la Facultad de Químicas de la Complutense, dio clases en la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid y desde 1974 fue profesora de investigación del CSIC en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, que dirigió hasta enero de 1994.