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“Esperan demasiado y llegan con un desgaste emocional tremendo”

Agipase atiende a un centenar de familias desconcertadas por unos hijos adolescentes convertidos en consumidores habituales de marihuana y adictos a las redes sociales

“Esperan demasiado y llegan con un desgaste emocional tremendo”Gorka Estrada

donostia - El aspecto con el que finalmente acuden las familias a pedir ayuda lo dice todo. De puertas adentro han aguantado lo indecible con unos hijos que se han erigido en amos y señores. La incomunicación en el hogar ha ido minando hasta que todo acaba por estallar. La marihuana y las redes sociales son inseparables compañeros de estos chavales cuyos padres acusan una merma física y emocional. En torno a un centenar de las 307 nuevas familias atendidas por Agipase el año pasado responden a este patrón. Los hijos consumen cannabis de manera habitual y se pasan todo el día pegados a la pantalla, bien sea la del ordenador o el móvil, haciéndose fuertes en su cuarto. Incluso, sin salir a comer, entregados a una vida virtual que va a contracorriente, dormidos durante el día y con los ojos como platos por la noche.

Es el escenario que describe el equipo de trabajo de la Asociación guipuzcoana para el Apoyo Integral en las Crisis Familiares. Agipase, que atesora más de dos décadas de trayectoria, ha cambiado radicalmente su metodología de trabajo, dejando de atender exclusivamente a padres y madres separados que tratan de reiniciar sus vidas junto a sus hijos.

Siendo este el principal perfil --prácticamente en seis de cada siete casos- la diversidad familiar conforma a día de hoy una sociedad muy diferente. Todos, en cualquier caso, presentan un denominador común: atraviesan una crisis que se ha convertido en un infierno con el paso del tiempo.

consumos Salir de ella airosos junto a los hijos implica que los padres estén bien, algo que en un principio no es más que un lejano deseo. “Las familias esperan demasiado y llegan con un desgaste emocional tremendo. Todos los progenitores vienen desbordados. Unos porque no saben gestionar el proceso de separación y otros, aunque no estén inmersos en ello, porque tienen unos hijos a los que no saben cómo tratar. Consumen de manera habitual marihuana, y son adictos a las redes sociales. Son adolescentes que viven por la noche sin querer mirar lo que ocurre durante el día”. Julia Rodríguez es psicóloga del programa de orientación a la coparentalidad.

Su testimonio pone rostro a una realidad que hace unos días trasladaba a este periódico la diputada de Política Social, Maite Peña. En una entrevista, aludía al calvario que viven padres y madres que, sin pertenecer a ninguna familia desestructurada, ven cómo la convivencia se ha hecho añicos y no saben manejar la conducta de sus hijos, a pesar de haber hecho lo que está en sus manos.

El máximo exponente de esa realidad viene reflejado en la Memoria de la Fiscalía de Gipuzkoa de 2018: la mayor parte de episodios de violencia doméstica están protagonizados por hijos que agreden a sus padres. “Ven a los chavales cada vez más aislados y agresivos, pero no saben cómo atajar el problema. Los padres están inmersos en sus profesiones, acaban muy cansados y no invierten el tiempo necesario. Hay que escuchar, compartir”. La psicóloga asegura que es muy habitual que las familias “miren hacia otro lado” hasta que el problema estalla. “A partir de ahí ya vamos tarde. Es cuando los hijos dicen que no quieren levantarse de la cama, que no quieren hacer nada. Solo desean vivir en ese mundo virtual que se han construido a medida, en el que tratan de evitar todo dolor y contacto con la realidad”.

Las casuísticas de adicción complejas exigen a la asociación derivar a las personas afectadas a otras asociaciones especializadas.

Pero una crisis familiar de esa magnitud no surge de la noche a la mañana, ni hay administración que, por mucho que lo intente, sea capaz de curar heridas que se remontan a la más tierna infancia. “Hay que dedicar tiempo a los hijos y ponerles normas, que eso es quererles. Hay que darles opciones de vida. Se habla mucho de los hijos y las pantallas, pero vemos a padres que también se ponen a jugar a la Play, y el hijo hace lo que ve. ¿Qué va a hacer? A su vez, hay madres sometidas a turnos laborales infernales que no tienen más remedio que aceptarlos para sobrevivir, por lo que llegan a casa derrotadas. Los menores pasan mucho tiempo solos. Hay que reaccionar cuando se perciban los cambios, no cuando el efecto sea ya demoledor”, subraya la psicóloga.

frente a una pantalla Desde Agipase hacen un llamamiento para que los padres y madres sean conscientes de la importancia que tiene invertir tiempo en los hijos. “No se les pueden tener todo el día frente a una pantalla, porque eso tiene un precio. El niño enseguida aprende. Si sus padres no le hacen caso, se acabarán refugiando en su mundo”.

La asociación atendió el año pasado en todos los servicios que presta a un total de 1.478 personas, además de responder a 1.500 llamadas y consultas por correo electrónico. A las profesionales de la asociación no les extrañan las conductas disruptivas de los adolescentes. “¿Agresiones? Quítale la Play a un adicto y a ver cómo reacciona. Los padres tienen miedo. Todo lo que sea adicción acaba desarrollando conductas agresivas. Si algo te hace sentir bien y te lo quitan, lo mínimo que haces es indignarte. Los porros, por ejemplo, hacen que desarrollen mucha agresividad y hay hijos que acaban aislados”. Es Oihana Arruti quien habla, la primera cara que ven las familias que llaman a la puerta de Agipase. Ella es la trabajadora social, la que entabla la primera conversación con personas que se muestran tan vulnerables como desconcertadas. “Esta misma semana me lo decía un usuario. Según hablábamos, confesaba que se sentía fracasado, que siempre ha sido una persona superorgullosa y que reorientar su vida le suponía hacer un esfuerzo titánico. Pedir ayuda cuesta pero nunca hay que verlo como un fracaso”, incide la profesional.

Así lo hizo en su día el que hoy es presidente de Agipase. “Cuando llegas hasta aquí es cuando te das cuenta de que todo se te ha ido de las manos”. Juan Pousibet asume con humildad que “es muy duro hacer la primera llamada y venir aquí. A nadie le gusta hablar de sus miserias ante una desconocida, y menos cuando te van a decir lo que quizá has hecho mal. Pero es la solución, no hay otra forma. Las cosas por sí mismas no se solucionan nunca”, admite.

El trabajo de Arantxa Bergara es tender puentes entre las partes en conflicto. “Ante los casos de separación hacemos un acuerdo parental para que las personas comiencen a ver la luz después de un largo túnel y sepan cómo va a ser el plan de familia a partir de la custodia compartida. El primer problema que se plantea es el económico, en concreto, el problema de la vivienda”, explica.

Ikastolas, ertzainas, médicos de cabecera? Son muchas las vías para llegar hasta Agipase, pero la mayor parte de las 307 familias atendidas el año pasado se enteraron del servicio por el boca a boca. “Entre las familias sigue habiendo mucha desinformación. Te reconocen que tenían el teléfono desde hacía meses, pero que no se decidían a llamar. Hace falta hablar, abordar los problemas”, coinciden las profesionales.