Iruñea - Fin de semana, suelo mojado y dos animales sueltos desde el inicio, justo a la altura de la hornacina del santo en la cuesta de Santo Domingo. El primer encierro de San Fermín 2018 tuvo ayer todos los ingredientes que acompañan al peligro. Como sucede siempre e invariablemente desde que mozos y toros comparten calle, poco pasó para lo que pudo pasar. Eso sí, sustos hubo unos cuántos, sobre todo en el arranque. Y cinco traslados al Complejo Hospitalario.
Los bureles salmantinos de Puerto de San Lorenzo se portaron tan bien en su debut del año pasado -sin heridos por asta- que se ganaron el derecho a volver a Iruñea y repetir carrera, con el honor añadido de inaugurar sus encierros. Ayer casi calcaron el número de traslados de su primera vez (entonces fueron cuatro), sumando a su estadística particular la cornada que sufrió un vecino de Sarriguren en la cuesta Santo Domingo. Este primer tramo del recorrido y el Ayuntamiento que le sigue coparon ayer el parte de incidencias.
Espoleados por el cohete los seis toros bravos, cinco empatados a negro y uno burraco, salieron juntos de los corrales bien arropados por los mansos. Una armonía que se fue al garete prácticamente al instante. La compañía se dispersó tras la caída de un par de mozos en mitad de la cuesta, que obstaculizó el camino del sexteto salmantino. La manada, con querencia hacia el muro, fue sorteando el bulto como pudo.
Primer corneado Hasta que los 600 kilos de Pitinesco se encontraron en su camino a Eder Sanz. Pitón a la nalga, golpe contra el muro de propina y caída frente a la cara de otro animal. Y es que al mismo tiempo y casi en el mismo lugar el cuatreño Tanguistero, que llegó a última hora como sustituto y fue el último en carrera, arremetía contra un grupo de mozos arrimado a la pared. Fueron los momentos más dramáticos del encierro. Justo encima contemplaba la escena la imagen del santo, velando por los corredores para los creyentes; adornando la estampa para los ateos. Los mozos expuestos a las astas que vieron cómo el toro no pinchó y enderezó después el rumbo en vez de insistir con la sacudida, deben de pensar ya que en el tantas veces mencionado capote de San Fermín hay verdad. Y así siguió la carrera. Mansos y cuatro toros primero, un quinto animal un puñado de metros después, y guardando casi la misma distancia y también en solitario, el sexto de la cuadrilla.
Ya en la plaza del Ayuntamiento se conocieron Pitinesco y el canadiense Maximiliano Murdoch. En su saludo, el toro le invitó a conocer Iruñea desde las alturas, una visión efímera a la que le siguió el contacto a lo bruto con el adoquín. El joven, no obstante, volverá a Canadá con todas las partes del cuerpo en su lugar (no es poco después de verle volar) y una aventura que contar.
la manada se desparrama Llegaron los toros a Mercaderes con Estafeta respetando la formación pactada desde Santo Domingo; cuatro por delante y dos más a su aire. En el punto exacto en el que suelen chocar los animales -ayer en su trazado salvaron la curva sin estrépito- un mozo que pretendía escalar el vallado se libró de la cornada de pura chiripa. A partir de ese momento, con un nuevo tropiezo, la manada se terminó de desperdigar. Ya era una carrera a trozos. Miel sobre hojuelas para los muchísimos mozos con mono de coger toro después de un año sin astas delante de las que huir. Al parecer el chaparrón que purgó una hora antes las calles de Iruñea de sus males nocturnos no disuadió al personal, que volvió a abarrotar los algo menos de 900 metros del recorrido. Algunos para correr. Muchos para mirar.
Estafeta fue escenario de carreras preciosas, con rostros familiares que volvían por San Fermín y aguantaron en la cara del toro más metros de lo normal. Y así, a buen ritmo y sin mayores percances, los bichos fueron llegando de manera escalonada al coso pamplonés, cerrando una carrera rápida (2’37”) y muy emocionante. Hoy, con toros abulenses de José Escolar, más.