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“El derecho a la corrección del hijo no debe ser el cachete”

"La ley permite corregir a los hijos sin llegar al cachete", dice el educador Pérez Hoyos, saliendo al paso de las voces que se alzan contra las leyes garantistas para los menores

“El derecho a la corrección del hijo no debe ser el cachete”

Donostia. Del padre padrone de hace unos años al colegui de ahora, ¿en qué tiempo estamos?

Hay tantos tipos de padres y madres como familias; algunas siguen manteniendo modelos tradicionales de una autoridad entendida como autoritarismo, mientras hay progenitores que rehuyen y buscan métodos alternativos. Eso no quiere decir que sean sus coleguis, pero sí se empiezan a establecer otros patrones de relación con los hijos.

Un juez valenciano pide volver a introducir la legislación relativa al derecho de corrección de los padres a sus hijos que se eliminó con el Gobierno Zapatero. ¿Qué opina?

Creo que cuando el derecho se inmiscuye en las cuestiones de educación es casi tan malo como cuando sucede lo contrario. La ley permite la corrección de nuestros hijos e hijas en su justa medida. Antes de dar un cachete a un niño tenemos que pensar en el mensaje que le estamos ofreciendo, porque estamos legitimando una relación con la violencia que personalmente puedo cuestionar. En segundo lugar, tenemos que poner en duda si ese cachete será la fórmula con la que el niño vaya a aprender.

¿Una torta a tiempo puede servir?

No, porque como todos los padres sabrán no se dan de una forma consciente y pensada, sino en un momento de desesperación. Tal vez en lo que haya que trabajar sea en otras herramientas diferentes a la torta y al cachete. Los adultos, cuando hemos tenido un mal día, debemos contextualizar el por qué nos estamos desesperando con nuestros hijos. Hay chavales que tienen problemas de conducta y que necesitan una atención especial. Tenemos que empezar a generar una cultura del buen trato, diferenciada de esa autoridad del manu militari de otros tiempos.

Entonces, ¿es contrario al cachete?

Claramente contrario al cachete; eso no quiere decir que la corrección que hacen los progenitores no tenga que ir ajustada a lo que se ha hecho. Si el niño no quiere comer, no hay lugar para el cachete; al niño que agrede no le puedes enseñar a no hacerlo pegándole a él. No se me ocurre, en el plano más teórico, ninguna causa que justifique darle un tortazo al niño. Con ello no demonizo a los padres y madres que, en un momento de desesperación, le dan un cachete; pero hay que diferenciar entre una colleja y una agresión seria.

La línea a traspasar es muy fina.

Como es muy fina y se produce en el ámbito privado, como sociedad hay que generar una nueva cultura de los nuevos tratos, donde el azote no sea el recurso.

Padre o madres, superior, modelo sargento o amigos. ¿Estamos bien ubicados? ¿En qué tiempo estamos?

Los modelos parentales también se adaptan a esta sociedad cambiante, porque son muchos los prototipos de familia y educativos que se presentan. Los menores, los niños, por norma a pesar de la percepción que tenemos los adultos de que nuestra autoridad es cuestionada saben reconocer las figuras adultas de autoridad y, salvo excepciones, reconocen que un adulto es alguien al que se le debe un respeto. Quizás sea verdad que ahora se relacionan con los adultos de una manera diferente a cómo lo hacíamos hace 40 años. Pero sí creo que esa figura de autoridad está aceptada.

En nuestra sociedad de las pocas cosas para las que no se pide un carnet es para ser padre.

Mi abuelo solía decir que es algo para lo que no te piden carnet en este país. Creo que a cada uno de nosotros, tenga hijos en pareja o en cualquier otro modelo de familia, nos corresponde recordar y tomar conciencia del ejemplo de familia que hemos mamado y trasladarlo a nuestra propia paternidad. Lo primero es ser consciente de cual es nuestra experiencia y qué deseamos rescatar de ella para proyectarla a nuestros descendientes.

¿Las altas expectativas sobre los hijos frustran a los padres?

Sí. Las esperanzas son muy elevadas. Puede ser que eso nos haga frustrarnos, desesperarnos un poco en todo lo que tiene que ver con la crianza; confiamos en que nuestros hijos sean los mejores en los deportes, en los estudios. Y ellos son niños que tienen que jugar, experimentar, crecer; tenemos que bajar nuestra auto exigencia y dejar a nuestros niños disfrutar de su infancia.

Cuando ocurren agresiones como la de Urre o la de los ancianos de Otxarkoaga se visibiliza a los adolescentes violentos. ¿Su posible auge se halla en los modelos sociales, en el consumismo, en los modelos de familia? ¿O no?

Es un tema espinoso, sobre todo si nos centramos en casos concretos; pero creo que, en general, cuando un menor tiene actitudes destructivas nos está mandando un mensaje a los adultos, ya sea a los profesionales en la escuela, a los sanitarios, a los servicios sociales, a los padres... Un menor cuando comienza a delinquir lo que hace es avisarnos de que algo no funciona. Hoy en día, nuestro estado de bienestar nos permite ya que hay recursos económicos y humanos atender todas estas necesidades que salen. Los menores, que son niños, están en esa etapa de la vida donde tienen que experimentar y previsiblemente equivocarse.

¿Y cuando el error es muy grande y tiene graves consecuencias?

Deben de aprender que en esta vida habrá consecuencia de sus actos; no como un adulto, porque su nivel de conocimiento y abstracción no es el mismo para un niño de 14 años que para un joven de 24, pero tienen que saberlo.

Entre el cachete disciplinario y la agresión, ¿dónde está el equilibrio?

Ya he dicho que no soy partidario del cachete. Además, una agresión también puede ser verbal; es una cuestión cultural donde las familias han de reflexionar sobre qué modelos de padres que quieren ser. Porque también podemos agredir y hacer muchísimo daño, más que con un tortazo, no valorando a nuestros hijos; es casi una agresión mayor. No se cuestiona si los mensajes paternos son tan criminales como una agresión física. Como sociedad no nos llaman la atención esas cosas; son formas de hablar y de expresarse, pero son graves.

¿Entre autoritas y potestas en qué situación estamos?

Tiene que ver más con el modelo. Las sociedades son animales muy grandes que se mueven muy despacio y en esta sociedad hay una parte del animal que va por delante y por detrás; hay características que podrían ir a un lado u otro. El prototipo educativo, el de sociedad consumista, de la inmediatez, del todo tiene que ser para ya... No estamos en el estilo educativo de hace 40 años; debemos de trabajar para construir el adecuado al contexto histórico actual. No podemos mirar a los de hace 100 años porque no encajamos, no solo por la tecnología, sino también por los avances médicos o sociales. Cada tiempo debe adaptarse al canon pedagógico, al contexto histórico en el que se mueve.

¿Las normativas no son tan garantistas que al llevarlas al extremo crean indisciplina?

Las leyes tienen que regular los marcos donde se genera el contexto educativo, pero no es su competencia establecer cómo es ese modelo educativo. Como sociedad, tratar de evitar la conculcación de derechos es una responsabilidad de todos. A nadie se le ocurriría coger a un niño y sentarle al volante de un coche aunque fuera un circuito cerrado y la ley nos lo permitiera; no lo haríamos, pues dejarle la ley al menor para que sea él quien la gestione también es un error educativo; no es el menor el que tiene que manejar los límites, eso también tiene que ver con la familia.

¿Se es consecuente con los límites que se implantan?

Ese es el tema. Es verdad que las leyes están pensadas para que haya margen para ese menor que está en una situación terrible; las normas son garantistas. La sociedad, a través de las instituciones, tiene que garantizar que ningún menor sufra abusos y malos tratos. Aunque a la población le parezcan muy garantistas, las leyes están hechas para proteger a todos los miembros de la comunidad. En una sociedad democrática una de sus mayores responsabilidades es proteger a sus miembros mas débiles, en este caso los niños y las niñas.