orio - Ganaderas, agricultoras y trabajadoras del mar de diferentes generaciones se unieron ayer para celebrar su día, el Día Internacional de la Mujer Rural. Conducen grandes tractores, levantan a diario más peso del que deberían, cuidan de animales, cultivos y algunas hasta de sus propias empresas, sin olvidar a la familia. Más de 250 mujeres, que pertenecen al medio rural de los territorios vascos, hicieron ayer un hueco entre sus responsabilidades para acudir a la ikastola de Orio y participar en esta edición, la decimoprimera. La jornada, organizada por la Viceconsejería de Agricultura, Pesa y Política Alimentaria del Gobierno Vasco, buscó propiciar que las mujeres “destaquen con luz propia en el mundo rural”, a través del proyecto Argia.
“Las mujeres no debemos ser ni el reflejo ni la sombra de nadie, sino que debemos brillar con luz propia”, animó Elena Gutiérrez, directora de Desarrollo Rural, Litoral y Políticas Europeas del Gobierno Vasco. Quiso destacar la importancia que tiene el sexo femenino en el sector primario y en el desarrollo económico y social del medio rural, ya que, según dijeron, 1.600 millones de mujeres producen la mitad de los alimentos del mundo.
“Venimos trabajando en la sombra y nuestro objetivo es darnos visibilidad”, añadió Yurre Peñagaritano, técnica de la asociación de desarrollo rural, Urkome.
Esta es la descripción de la profesión de la oriotarra Inma Peiro. Se dedica a arreglar las redes de los barcos, que pueden aparecer en cualquier momento. Tiene 49 años de los cuales lleva 30 como redera, un trabajo que aprendió de su madre, y que le apasiona, a pesar de que puede coser “hoy una hora, mañana 18 seguidas y después estar cuatro meses sin hacer nada”. Sin horario, ni sueldo fijo, la vida familiar se hace cuesta arriba para las rederas porque no pueden contratar a alguien para que cuide a sus hijos, de repente. “Como no sabes los horarios, tienes que tirar del abuelo, el tío o la vecina, y yo he tenido suerte en eso”, apuntó.
Pero lo más difícil de ser redera es la falta de reconocimiento de su labor. Contó que la gente al verlas en el puerto piensa que están “pasando el rato”, pero Peiro explicó que “nuestro trabajo no se ve, pero un pescador sin una red no puede ir a la mar”. En Euskadi son 50 las rederas que quedan, porque aunque se necesite un relevo generacional, “nadie quiere trabajar así”. No obstante, después de varios años se les ha otorgado un reconocimiento y tienen algo que celebrar. “Hemos conseguido un certificado profesional y el Gobierno nos ha preparado en Orio una lonja para que no trabajemos en la calle”, manifestó, aunque consideró que estas medidas siguen siendo “insuficientes”. Bajo el lema Queremos ser visibles, las rederas seguirán luchando porque su profesión y su esfuerzo sean apreciados.
hasta que no te ven, no lo creen Otro caso bien distinto es el de las mujeres empresarias y ganaderas, que regentan su propio negocio en un sector marcado por los hombres. Lorea Momeñe y Sandra Lejarza poseen una granja de cerdos y una ganadería bovina, respectivamente. Momeñe, que tiene 34 años, se embarcó en este destino al irse a vivir con su pareja a Orozco. “Teníamos el terreno y se nos ocurrió tirar por el medio rural. Me permitía compaginar mi vida de madre con el trabajo”, dijo. Cada día se calza las botas y alimenta a sus cerdos, que llegan con dos meses y se van con ocho. Le gusta su trabajo, pero “es un sitio de hombres, entonces cuesta más”. La gente le pregunta antes por su marido que por ella, y se sorprende cuando ven que es ella quien está sucia y con los cerdos. “Todos esperan que tú seas la titular, pero que estés en casa y que el trabajo lo haya hecho otro”, denunció. Según afirmó “las cosas van cambiando muy poco a poco, pero van cambiando”.
Demasiado despacio para Lejarza, que lleva cinco años trabajando sola en su negocio de vacas, en el valle de Arrate. Se quejó de que en las reuniones ganaderas a las que asiste ella es la única mujer. A Eli Ingunza, que es pastora, le ocurre lo mismo. “Igualdad tiene que haber, pero en las mesas de decisión no hay mujeres”, recalcó. A Lejarza esto le parece “un mundo equivocado”, porque las mujeres son titulares de sus ganaderías y son ellas quienes deberían luchar por sus intereses, no sus maridos. “Así no das credibilidad a lo que haces. En realidad tú vas con el ganado y con el tractor, empaquetas y vendes. No entienden que lo que ellos no pueden hacer, tú sola lo puedes llegar a hacer, porque realmente eres más competente que ellos”, se reafirmó. Coincidió con Momeñe en que hasta que no ven que “haces bien el trabajo, no te creen”. “Entonces, tienes que justificarte, valorarte, y además pelear y es duro”, subrayó. Jasone Gezuraga regenta una casa rural en Garay y respaldó a sus compañeras confirmando que todas las profesiones tienen sus dificultades, pero más siendo mujer.
En representación de la Comisión de Mujeres Rurales, Rosa Aramendi pidió “un desarrollo rural igualitario”. Admitió que ya se están empezando a dar pasos porque hasta el momento estas mujeres se han sentido “desfavorecidas en un mundo machista que dificulta sus decisiones”. Con el proyecto Argia, entre todas las asociaciones de mujeres rurales tratarán de fomentar la participación de la mujer en este sector, así como dar un paso hacia la igualdad, formada por personas, no por sexos. “Es algo más que darnos a conocer, es convencernos de que podemos brillar con luz propia”, sentenció Peñagaritano.