donostia - Nada menos que ocho alertas, dos rojas y seis naranjas, en poco más de dos meses. La excepción se convirtió en regla entre enero y febrero, y la furia marina solo se aplacó cuando ya había causado en la costa guipuzcoana destrozos valorados en 13,5 millones. Durante cinco días se midieron olas de más de diez metros.

El territorio ya tiene puesta la mirada en el periodo estival, pero las heridas siguen muy abiertas, especialmente las provocadas en la fatídica madrugada del 2 de febrero. Más de once millones de euros en reparaciones se corresponden con aquella devastadora jornada.

Jamás se había mirado tanto al mar por su temible comportamiento. En símiles pugilísticos, durante este inusual arranque de año, el litoral no dejó de encajar ganchos de izquierda, uno tras otro, directamente al hígado de una costa vasca que acabó mordiendo la lona. La gran incógnita reside es saber si volverá a ocurrir algo similar. ¿Viviremos semejante azote climatológico el año que viene? "Qué duda cabe de que la sociedad no está preparada para encajar de manera continuada tanto temporal", asume José Antonio Aranda, responsable de la Agencia Vasca de Meteorología, Euskalmet. "Pero lo que nadie puede hacer es predecir con tanto tiempo algo así. Hace mucho que dejamos de dar pronósticos estacionales porque el índice de acierto es inferior al 20%. Lo que hemos vivido ha sido algo excepcional. Solo se produce una alerta roja cada diez años, mientras hemos padecido dos en un breve periodo de tiempo. No es probable que vuelva a ocurrir de manera tan continuada, pero nadie lo sabe. Es imposible saberlo, aunque desde luego que lo que ocurrió es histórico", aseguraba ayer a este periódico Aranda, que participó en las VIII Jornadas de Gerencia de Riesgos y Emergencias, que se celebran hasta el viernes en el edificio Joxe Mari Korta de la UPV/EHU, en Donostia.

Después de un invierno tan energético como el que se ha vivido en Gipuzkoa, contamos ahora con la explicación del porqué ha ocurrido. En realidad, las enormes olas registradas en la costa tienen su origen a miles de kilómetros. El escenario donde todo comienza se sitúa en el Polo Norte. Fue el aire gélido del océano Ártico el que partió de este punto durante el invierno tomando dos direcciones. Una de ellas hacia China, y otra a Canadá y Estados Unidos, que han vivido el invierno más frío de la historia.

aire del polo norte Según explica Aranda, cuando ese aire frío proveniente de Estados Unidos salía al mar, se producía un enorme contraste entre ese frío y el aire del Atlántico, mucho más caliente, lo que ocasionó "muchísimas borrascas explosivas que no nos afectaron de lleno, pero sí generaron vientos fortísimos que, cuando llegaban a la zona de Bretaña, provocaban un oleaje muy fuerte".

Lo curioso es que, a la hora de dar la voz de alarma, la altura de la ola no es precisamente lo que más preocupa a los expertos en emergencias.

Puede coincidir un gran oleaje con marea baja, lo que rebaja siempre el nivel de alerta. "Lo más importante es valorar cómo va a afectar ese oleaje a la primera línea de costa y a la gente que reside en esas zonas. Y para ello, es preciso analizar las características que ofrece ese oleaje, si es una mar que viene de lejos, si es muy energética...".

Durante las dos alertas rojas registradas en Gipuzkoa a comienzos de año se midió con gran preocupación la distancia que había entre una ola y otra. "Cuanta más separación haya, más energética es la mar. Para saberlo con precisión, se mide el tiempo consecutivo que tardan dos olas consecutivas en pasar por un mismo punto", explica Aranda.

Durante el temporal, las olas alcanzaron la costa con una cadencia de 22 o 24 segundos. Lo hacían espaciadas por cientos de metros. "Cuando llegan con esa distancia entre unas y otras, quiere decir que energéticamente son fortísimas, y al golpear la costa liberan muchísima energía". Si además coincide con fuertes rachas de viento del noroeste, como sucedió a comienzos de año, el temporal puede ser mucho más letal.

Balance. Hasta mediados de marzo se registraron en la costa guipuzcoana nada menos que ocho alarmas por temporales. Dos de ellas rojas -lo habitual es que se registre una o dos cada diez años -y seis naranjas.

Enorme altura. En la costa guipuzcoana se llegaron a medir olas con una altura significante de diez metros. Se trata de un cálculo que se establece haciendo la media de las registradas en un intervalo de tiempo. Durante cinco días se midieron olas de diez metros de altura, si bien hubo olas que se alzaron hasta los 18 metros.

Aire gélido del Polo Norte llegó a Estados Unidos, y las olas se formaron en Bretaña en contraste con el aire cálido del Atlántico.