donostia - Cada cual debe apañarse con sus miedos. No es una gestión nada fácil, y menos, cuando buena parte de esos temores nos son inducidos para mantenernos a raya. En otras ocasiones, somos nosotros los que los creamos y alimentamos hasta que nos atenazan irremediablemente. Todo eso, sin olvidar que hay personas inclinadas, sin más matices, a la cobardía.
Volvemos a hablar, me temo, de un comportamiento universal y en expansión.
-Pues es un comportamiento tan antiguo como el ser humano. Muchas veces se ha asociado con la supervivencia, pero no siempre es así. Con frecuencia la supervivencia está en la lucha por perdurar. En este último caso el miedo que te paraliza no es el mejor compañero.
Si vamos al diccionario, cobarde es quien no tiene valor. Obviamente, no hablamos de valor físico.
-Por supuesto. Cobarde es el que no tiene valor para superar el miedo que siente ante una amenaza. Esta condición, la de cobarde, siempre es producto de un cálculo cortoplacista. Salir indemne, se tenga o no razón, se sea justo o injusto con los demás. Sobrevivir sin mirar a si estaremos hipotecando nuestro futuro remoto, y quién sabe si el de otras personas, por no tragar saliva en nuestro futuro inmediato es una mala inversión.
Un sentimiento muy humano. Dicen que el miedo guarda la viña.
-Ya te lo decía al principio: es un sentimiento muy humano, y además, protector cuando la amenaza que está enfrente de nosotros es real y más poderosa de lo que podemos afrontar en ese momento. Pero no hay mal que dure cien años y ante el miedo atroz, que paraliza, se pone otro miedo a pesar del cual se puede medir y decidir. Ese miedo nos educa y nos hace más fuertes y mejores personas. Sobre todo, porque terminamos por aprender cómo racionalizarlo y como gestionarlo. Ese ejercicio es el que guarda mejor la viña.
Y luego, tampoco están los tiempos para jugarse el tipo.
-Depende. Estamos constantemente hablando de la falta de valores que se da en nuestros días y esto de mirar para otro lado ante determinadas amenazas y presiones por miedo es una muestra de falta de solidaridad y de empatía. Suelo decir que cuando el 'yo' se convierte en 'nosotros', el ser humano se convierte en invencible. Hace bien poco una marea de gente valiente ha defendido la sanidad pública en una comunidad autónoma de la piel de toro y ha acabado con un proyecto más que discutible y ha mandado a su inventor lejos de su cargo. Aquí jugarse el tipo en un momento conlleva despertar conciencias y sumar energías para conseguir una sociedad mejor y más justa. Qué dirían personajes ilustres, que dejaron su bienestar, el de los suyos, y su propia vida por defender un mundo más justo para todos, si viesen lo que pasa ahora. El miedo es algo que tratan de infundirnos los que no tienen razón y esa, la razón, es la que prevalece. Pero para eso hay que creer en ella y defenderla.
Supongo que hay topes de cobardía que no deberíamos rebasar. Pero es demasiado fácil encontrar (auto)justificaciones a un comportamiento pusilánime.
-Pues sí. Quien no tiene convicciones lo hace con facilidad. Pienso en personas de mi entorno más próximo, hijas e hijos de este país, que defendieron como otros muchos de valores eternos, y que en tiempos difíciles, y con muchas bocas que alimentar, apostaron siempre por lo que era justo, aunque una vez tras otra perdiesen en lo material pasando penurias, para ganar el respeto hasta de sus enemigos. Perdían y se recuperaban para apostar de nuevo por lo que era justo. Así educaron a gran parte de una generación. ¡Qué envidia!
La peor especie de cobardes la forman los que lo son desde pequeñitos y con afición. Reinciden una y otra vez y ni siquiera reparan en lo nauseabundo de su comportamiento.
-Sí. Para mi gusto ese personaje lo encarna a las mil maravillas el chivato de la película El expreso de medianoche. Aliado siempre con el poderoso para perjudicar al resto sin obtener otro beneficio que burlarse de los demás y recoger el miedo de segunda categoría de aquellos presos (el de primera categoría se lo tenían al carcelero).
Otros, sin embargo, en el pecado llevan la penitencia. Por no atreverse a dar determinados pasos, sufren las consecuencias de vivir de un modo que les hace infelices.
-Con este tipo de personas me atrevería a decir que ser infelices es a lo máximo a lo que pueden aspirar. Su amplitud de miras es tan corta que no les da para ver más allá de la pendiente y de la bruma sin ni tan siquiera imaginarse si tras ellas puede encontrarse algo mejor.
Diría, de todos modos, que en general, demandamos a los demás mucho más valor que a nosotros mismos.
-Esa es la prueba del algodón. Si se arriesga algo es lo del vecino, si se gasta algo es lo del vecino, mientras lo propio está guardado con excusas que atribuyen a conocidos gestas heroicas de las que se hace una apropiación indebida y cobarde. Conozco mucha de esa gente que da clases particulares utilizando las gestas de otros como si fuesen propias. Para ellos.
El deseo de no quedar como cobardes tampoco debería llevarnos a cometer temeridades.
-No. Te decía en algún momento que en ocasiones la decisión es sobrevivir o no y en esos casos hay que sopesar lo que se gana con el sacrificio. Si el beneficio no es claro, creo que hay que esperar a la ocasión para correr riesgos con más posibilidades. La seguridad de los valientes es demasiado valiosa para gastarla por una pose.