Imanol Querejeta y
Javier vizcaíno
J. V.: Si la envidia fuera tiña... ¿Qué ocurriría?
I. Q.: Pues todo el mundo lo sabe: que se te comería. Y lo malo es que así es. El envidioso desea aquello que otros tienen y si no lo puede conseguir, la ansiedad se lo come. No vive para otra cosa más que para sacar eso que quiere arrebatar a otra persona.
J. V.: Habrá pocos sentimientos más primarios que este. Nace de las mismas entrañas y quienes lo tienen acentuado son incapaces de reprimirlo o disimularlo.
I. Q.: Sí, primario y devastador, porque el envidioso es capaz de cualquier cosa con tal de que nadie disponga de lo que él no puede conseguir. Si es preciso destruir algo valioso para que nadie lo tenga salvo él, lo hace sin más miramientos. Es lo del cuento de Blancanieves, si la reina no es la más guapa, hace lo que sea por eliminar a quien tiene esa belleza que a ella no le atribuyen.
J. V.: Eso sí: hay grados. Desde un leve pinchacito por no tener lo que tiene el de enfrente hasta echar las muelas y ponerse verde, morado y color papaya.
I. Q.: Pues sí, pero normalmente el envidioso lo es por rasgo y lo que necesita para ir aumentando en la intensidad de su vicio es la práctica. Repetir ayuda a mejorar esta insana técnica y a anular remordimientos de conciencia.
J. V.: Lo malo es cuando la cosa no se queda en el sentimiento y pasa a los hechos. En este caso, al boicoteo de quien se estima que tiene lo que no merece.
I. Q.: Eso está relacionado con la posición que ocupa el envidioso. Cuanto más arriba está el envidioso en el escalafón, normalmente sin ningún otro mérito que el ejercicio de la genuflexión, mayor es el impacto de su vicio. Seguro que a los que nos están leyendo se les vienen a la cabeza ahora mismo un montón de nombres y de caras...
J. V.: Recuerdo que en su día me dijiste que tenía que ver con la insatisfacción y con las carencias. Pero no hablabas de carencias materiales, sino de carencias personales... ¡Esas sí que son difíciles de solucionar!
I. Q.: Son imposibles porque esas carencias se compensan con el esfuerzo, el estudio, el reconocimiento de lo que no se sabe y la búsqueda de los maestros adecuados. Sin embargo, los envidiosos utilizan el tiempo en organizar campañas de autobombo para ellos y de descrédito de los demás, y así no se puede progresar, solo impedir el progreso de los valiosos.
J. V.: Lo peor que le puede pasar a un envidioso es entrar a competir con otro que también lo es. Acaban con úlcera los dos, seguro.
I. Q.: Pues seguramente así será. Y no es malo, siempre y cuando se mantengan alejados del escenario noble donde las gentes de bien combaten por mejorar, respetando todo lo bueno que ofrecen otras personas. Por lo demás, se les deja discutir y la realidad, que cae siempre por su peso, acaba con ellos más tarde o más temprano.
J. V.: Hablemos también de lo que no es envidia. Señalar un agravio comparativo no lo es, por ejemplo.
I. Q.: Así es. Llamar la atención sobre aspectos que tiene que ver con la falta de justicia o con agravios comparativos es algo que se debe hacer, aunque eso sí, con las pruebas en la mano.
J. V.: En la otra parte, hay personas que hacen todo lo posible para ser envidiadas. Esos tipejos que te pasan por el morro lo que ellos tienen y tú no se merecen, como poco, un muro de desprecio. Vamos, que no hay que caer en su juego.
I. Q.: Las personas que consiguen algo con su esfuerzo no hacen estas cosas porque el esfuerzo te hace humilde. Además, en estos trayectos de desarrollo del conocimiento personal se conoce a personas de las que se aprende que el éxito es efímero y que no siempre conlleva el aplauso, lo que te hace ser comedido y más agradecido con lo que has tenido la ocasión de disfrutar que soberbio por lo que has conseguido. En los momentos de bonanza hay que cargar las pilas para proseguir creciendo y no perder el tiempo con asuntos de espejo, que siempre son de bajo rango.
J. V.: ¿Qué hace alguien que se sabe, sin comerlo ni beberlo, sujeto de envidia ajena?
I. Q.: Pues nada, porque la envidia es algo que ejerce el envidioso. Si a alguien le envidian, no depende de él o ella, sino de la escala de valores del que le observa y le juzga. No podemos deshacer aquello en lo que no intervenimos.
J. V.: Te lo he preguntado varias veces y vuelvo a hacerlo: ¿Existe la envidia sana?
I. Q.: ?Y te lo he respondido varias veces y vuelvo a hacerlo: sí. La envidia sana es aspirar a la suerte que tiene otro pero sin desear que la pierda por el hecho de que no toque a nuestra puerta ni mucho menos desear apropiarnos de su suerte y arrebatársela a él. El que tiene envidia sana empieza por alegrase de la suerte de los demás y termina por desear tenerla con los otros al mismo tiempo.