Un geógrafo estudia la influencia del euskera sobre el castellano
ha seguido el euskera en la península Ibérica a través de topónimosRescata las corrientes de investigación que utilizó su padre hace 40 años
LEIOA. Polifacético y autodidacta, el bermeotarra Javier Goitia rastrea desde hace tres décadas el euskera por riscos, marismas, valles y planicies. Este ingeniero y geógrafo ha hecho de la búsqueda del origen de la lengua vasca un tributo personal al tesón de su aita, Juan, el viejo gudari empeñado en descubrir uno de los mayores enigmas de la comunicación universal. "El euskera es único porque es un superviviente de la historia. Es una herramienta muy útil para la ciencia", apunta.
Javier ha cristalizado su reconocimiento sincero en un libro de consulta que refleja la influencia vasca en multitud de palabras castellanas. Este autor ha seguido durante 39 años los vestigios del euskera por la península Ibérica a través de topónimos que han perdurado impertérritos durante siglos.
Montañas o ríos son los testimonios que emplea para asegurar que el euskera fue un idioma autóctono a lo largo y ancho de la piel de toro mucho antes de la llegada de los ejércitos de la Roma imperial. "Cuando ves un paisaje te habla. Los topónimos son una clase magistral para contrastar el origen de las palabras", apunta.
Su tesis sigue de una forma personal las últimas corrientes de investigación que apuntan a la lengua vasca como el idioma común de la Europa occidental en tiempos del paleolítico. En realidad, Javier ha seguido la tesis de su progenitor transmitida en la obra España, ¿Ibera o vasca?
Ambos se asombraron en un momento de su vida al descubrir las ramificaciones del euskera. El contendiente lo hacía en Iparralde, donde se refugió del asedio de las tropas franquistas durante 5 años. Este euskaldun se sorprendió de su facilidad para entenderse con los habitantes locales.
"Le marcó para toda su vida. Se dio cuenta de que cambiaban las palabras, pero no los significados", recuerda. Él mismo comprobó en la adolescencia que la huella del euskera era más larga que la que suponía cuando empezó el bachillerato en la parte de Aragón limítrofe con Navarra. "En la zona de Tarazona todos los nombres eran vascos. Me chocó mucho porque en esa época quedaba a un día entero de viaje y parecía muy lejano", apunta.
Más de cuatro décadas después ha modernizado el método con las herramientas de las nuevas tecnologías . Un programa desbroza el camino detectando un millón y medio de localizaciones registradas en el instituto geográfico estatal. La selección avanza agrupando los topónimos similares en la escritura.
Sin embargo, Javier traslada el análisis sobre el terreno con la inspección del territorio. A este cometido le ha ayudado sus tres décadas de trabajo en Iberdrola, donde previene los impactos medioambientales de la red eléctrica.
Su labor de inspección le ha llevado a descifrar los secretos del paisaje interior que conservan en gran medida su nombre original. Su pasión ha traspasado a su vida personal y la búsqueda de las raíces vascas ha marcado sus vacaciones familiares durante tres décadas. Con una furgoneta recorría las despejadas carreteras secundarías alejado de los destinos masivos de sol y playa. "Hacía una lista para anotar las mejores rutas turísticas", señala.
Las pistas vascas que ha detectado se extienden a lo largo y ancho de la península. Javier descubre una Plentzia emparentada en terminología con localizaciones alejadas varios cientos de kilómetros, como Plasencia o Palencia. Todas ellas comparten un carácter pantanoso, incluida la última, que fue desecada en el siglo XIX.
La imponente estampa rocosa de Ogoño que se asoma al pueblo de Elantxobe se reproduce en Logroño, Orduña, Santoña, Burgos (Oña) o Cuenca (Uña). Gurugú aparece en la costa africana en el collado junto a Melilla y reaparece en Euskal Herria en dos cumbres de Araba y Nafarroa.
La reflexión del paisaje le ha permitido detectar 1.500 morfemas en lengua vasca, "los sonidos más sencillos con significado". Javier encuentra estas piezas integradas en numerosas palabras castellanas, lo que interpreta como una prueba de su decisiva influencia. "Los fonemas permiten descubrir adjetivos, adverbios y nombres ya perdidos que permanecen fosilizados en los idiomas ibéricos", sostiene.
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