El alcohol no es saludable y no tiene ningún beneficio para la salud.
Sin embargo, gran parte de la sociedad lo bebe en ocasiones especiales, y con la llegada de las Navidades, se espera que más de uno amanezca algún día con resaca, que es un indicador de que nos hemos pasado con el alcohol.
Según explica la doctora y especialista en microbiota Sara Marín, que acumula más de un millón de seguidores en Instagram por sus vídeos divulgativos sobre salud, el color de la orina es un indicador de nuestro nivel de hidratación y el estado de nuestros riñones.
"Si tu pis sale más oscuro de lo normal, lo más habitual es que te falte agua, sobre todo si has bebido alcohol y se te ha olvidado beber agua", apunta la especialista.
Conviene saber que dicha deshidratación es una de las principales culpables de la resaca que sentimos al día siguiente, por lo que beber agua entre copa y copa será una gran ayuda para estar bien al día siguiente.
Según explica Marín, si cuando bebemos alcohol no tomamos la suficiente agua, el riñón tendrá una sobrecarga de trabajo, y eso también provoca que la orina tenga un color más oscuro.
"Estas fiestas: disfruta… pero cuidado con el alcohol y si bebes, agua entre copa y copa", recomienda la especialista.
Es evidente que la cantidad y calidad de alcohol que se bebe también influye, así como el haber comido lo suficiente antes de la ingesta.
Riesgos cardiovasculares y metabólicos
Durante muchos años se ha pensado que el consumo moderado de cerveza o vino podía tener un efecto protector sobre el corazón. Pero numerosas revisiones científicas ya han desmontado ese mito.
Los estudios más recientes indican que incluso pequeñas cantidades pueden aumentar la presión arterial y alterar el metabolismo de la glucosa. En personas con antecedentes de hipertensión, colesterol alto o enfermedades cardiovasculares, el alcohol regular actúa como un factor añadido de riesgo.
Por otro lado, el alcohol afecta a la calidad del sueño, dificulta la recuperación muscular y favorece la acumulación de grasa abdominal. Aunque la cerveza tenga fama de suave o ligera, su aporte calórico y la presencia de etanol son suficientes para influir en el peso corporal y en la salud metabólica a largo plazo.
Impacto en el cerebro
El cerebro es uno de los órganos más sensibles al alcohol, y es importante saber que consumir cerveza todas las semanas puede provocar cambios en la estructura y el funcionamiento neuronal.
La investigación señala que el consumo habitual, incluso moderado, se asocia a una reducción del volumen cerebral, peor desempeño en tareas cognitivas y mayor susceptibilidad a alteraciones del estado de ánimo.
Además, la exposición repetida al alcohol puede facilitar la aparición de tolerancia: la persona necesita cada vez más cantidad para obtener el mismo efecto. Esto no implica necesariamente dependencia, pero sí aumenta el riesgo de que se desarrolle con el tiempo.
Enfermedades incluso con bajas dosis
La evidencia científica hace un especial hincapié al relacionar el alcohol con distintos tipos de cáncer.
La Organización Mundial de la Salud y la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer incluyen el alcohol en la lista de sustancias cancerígenas.
Su consumo está ligado a tumores de mama, hígado, colon, esófago y cavidad oral. Y lo relevante es que el riesgo comienza desde el primer vaso, aunque aumente de forma proporcional con la cantidad.
Salud emocional
El alcohol también influye en la salud mental, ya que consumirlo de forma habitual puede empeorar casos de ansiedad y depresión, reducir la capacidad de regulación emocional y sentir la necesidad de consumirlo como "mecanismo de escape".
Incluso en personas sanas, tomar alcohol semanalmente puede afectar a la motivación, la productividad y la estabilidad del estado de ánimo.
Moderación no significa ausencia de riesgo
Beber cerveza o cualquier otra bebida alcohólica todas las semanas no es inocuo.
Aunque la cantidad sea pequeña, el consumo regular tiene un impacto acumulativo sobre el corazón, el cerebro, el metabolismo y el riesgo de enfermedades como el cáncer.
La recomendación más extendida entre sanitarios es clara: cuanto menos alcohol, mejor. Para quienes decidan mantener su consumo, la clave pasa por reducir la frecuencia, limitar la cantidad y priorizar alternativas sin alcohol que permitan disfrutar sin poner en riesgo la salud.