La Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) es una enfermedad neuromuscular progresiva y grave que afecta principalmente a las neuronas motoras.

Estas células nerviosas tienen la función de enviar señales desde el cerebro y la médula espinal hacia los músculos voluntarios del cuerpo.

Cuando estas neuronas se degeneran y mueren, el cerebro pierde la capacidad de controlar el movimiento muscular, lo que provoca una parálisis progresiva que afecta funciones esenciales como caminar, hablar, tragar e incluso respirar.

La característica principal de la ELA es la esclerosis, es decir, la cicatrización y el endurecimiento del tejido nervioso por el que circulan las señales motoras. A medida que avanza la enfermedad, las neuronas motoras desaparecen y los músculos que controlaban se debilitan y se atrofian, lo que lleva a una pérdida progresiva de la movilidad.

Causa de la ELA

Según apuntan desde el portal especializado 'Tu Otro Médico', uno de los aspectos más desconcertantes de la ELA es que su causa exacta aún se desconoce. Esta falta de conocimiento impide, por el momento, establecer una forma clara y efectiva de prevenir la enfermedad. Sin embargo, la investigación científica ha avanzado en identificar ciertos factores de riesgo y predisposiciones genéticas que pueden jugar un papel importante en su aparición.

Se estima que entre un 5% y un 10% de los casos de ELA son de tipo familiar, es decir, se heredan genéticamente. En estos casos, se han identificado mutaciones en al menos ocho genes distintos. El más comúnmente afectado es el gen SOD1, ubicado en el cromosoma 21 (21q22.1), que codifica una enzima antioxidante fundamental para proteger a las células del daño oxidativo. Las mutaciones en este gen parecen provocar una acumulación de proteínas tóxicas que dañan las neuronas motoras.

Por otro lado, la mayoría de los casos de ELA son esporádicos, lo que significa que no tienen antecedentes familiares ni causas genéticas claras.

Señales de alerta de la esclerosis múltiple Freepik

Posibles factores de riesgo

En estos casos, los investigadores han explorado posibles factores de riesgo como la exposición a toxinas ambientales, ciertos virus, el estrés oxidativo, el daño por radicales libres y procesos autoinmunes. No obstante, ninguno de estos factores ha sido confirmado como causa directa ni ha llevado aún al desarrollo de medidas preventivas eficaces.

¿Se puede prevenir?

Todo ello concluye que, día de hoy, no existe una manera comprobada de prevenir esta enfermedad.

Dado que su origen no se comprende completamente, no hay una intervención médica, cambio de estilo de vida o tratamiento que garantice su prevención. A pesar de esto, la detección de factores genéticos en personas con antecedentes familiares sí permite cierto nivel de vigilancia y diagnóstico temprano, lo que puede ser clave para acceder a tratamientos que mejoren la calidad de vida y ralenticen la progresión.