En las afueras del concejo alavés de Faido, perteneciente al municipio de Peñacerrada, encontramos el interesante templo, de la ermita de la Virgen de la Peña. Un santuario declarado Monumento Nacional de Euskadi, siendo la ermita con culto más antigua del País Vasco. Si ya de por sí la iglesia y la belleza del entorno natural bien merece una visita, ésta se convierte en indispensable cuando hablamos del misterio que atesora el templo en su seno. Descubrámoslo.

Dejamos estacionado el coche en la plaza principal de Faido. Situados frente a la entrada de la iglesia de San Miguel, avanzamos por la calle que va ganando altura por su parte derecha y que se llama calle Virgen de La Peña. Seguimos unos metros por la pista hormigonada para llegar a un desvío hacia la izquierda, señalizado con un cartel indicativo en dirección a la ermita. Unas escaleras de madera nos facilitan el ascenso entre bosque bajo para, en breve, alcanzar el templo cristiano. 

FICHA PRÁCTICA


  • ACCESO: A Faido llegamos por las carreteras A-4148, por un desvío de la CL-127 en Samiano. Otra opción es llegar por la A-4129, desde la BU-750, desvío en Moraza.
  • DISTANCIA: 5 kilómetros.
  • DESNIVEL: 300 metros.DIFICULTAD: Fácil.

La iglesia se edificó en el interior de una cueva artificial, denominada Kruzia, y data de la Alta Edad Media, cuando estuvo habitada por ermitaños y eremitas. Está dividido en dos partes diferenciadas: por una parte, el vestíbulo en un edificio pegado a la roca; y, luego, el propio templo, que está excavado directamente sobre la peña. Entramos al vestíbulo bajo de un arco de medio punto coronado con un ventanal gótico y podemos ver un mural que representa el calvario. Nos metemos en la misma roca y, ya en el templo, topamos con un retablo de piedra blanca que se erigió en el siglo XVIII. En este espacio se guarda la imagen de la Virgen de la Peña junto a otra de San Juan y de María Magdalena. Se localizan más oquedades, donde se ubican el baptisterio con su pila bautismal de origen visigótico, algunas sepulturas y el coro. Si accedemos al segundo piso, encontramos la sala de los cofrades y una capilla rupestre de ábside semicircular y bóveda de cañón. Y aquí es donde topamos con lo insólito del paseo: un árbol esquemático pintado en rojo en una de las paredes.

Culto a los árboles

Quienes nos precedieron vieron en el bosque y en determinados árboles elementos profundamente sagrados. Un claro ejemplo de esto son los árboles testigo, cuyo principal exponente es el roble de Gernika. Los árboles fueron vistos como conectores con el mundo subterráneo, el lugar donde moran los antepasados, mediante sus raíces. Son varias las especies arbóreas, utilizadas para cultos ancestrales: por supuesto, el roble, el fresno protector, el espino, el tejo o el haya. Según estudios realizados, el árbol pintado pudiera ser un ejemplar de esta última especie, algo que confirmaría la presencia de hayedos en los alrededores. Incluso, el propio nombre del pueblo, Faido, pudiera derivar del termino latino Fagus, es decir haya.

Es más que posible que, en este abrigo rocoso, se diera un arcaico culto a esta especie, que cristianizó el templo católico en el que nos encontramos. El culto al haya queda claro gracias al hallazgo en la zona de Cominges, Francia, de una serie de aras votivas –pequeños altares de piedra, con inscripciones dedicadas a alguna deidad–, donde podemos leer la frase “Fago Deo”. Según parece, serían aras dedicadas a algún tipo de divinidad del bosque, posiblemente relacionada con el haya. En esta zona de la Aquitania, se localizó otra ara con la inscripción “Sex arboribus”, un posible culto a seis ejemplares singulares de árboles o a un santuario o culto señalado por la existencia de seis árboles, los cuales quizá servían para delimitar el espacio sagrado. De la misma forma se encontraron altares dedicados a la divinidad Arixo Deo, unida al roble (Aritz), y a Ateheesté, vinculada a la encina (Artea).

Desde la ermita, seguimos caminando en ascenso, siguiendo las balizas amarillas y blancas de un sendero de pequeño recorrido (PR) dedicado a Micaela Portilla, reconocida antropóloga, historiadora y pedagoga alavesa. Seguimos subiendo sin perder la traza de las marcas y alcanzamos la cumbre del pico Krutzia de 787 metros de altura. Desde la cumbre, debemos descender por unas escaleras inmersas en el robledal, y llegar a un curioso paraje, llamado el Arenal o las Canteras. Se trata de una cantera de arena blanca, originaria del terciario, que ha sido modelada por la acción del viento y el paso del tiempo. Se realizaron una serie de estudios geológicos, hallándose restos de tiburones, cocodrilos, tortugas o dinosaurios. Debido a la fragilidad del lugar, es aconsejable no internarse en las formaciones geológicas.

Tras disfrutar del paraje, seguimos caminando por el camino principal hasta un cruce donde optamos por seguir hacia la derecha. Rápidamente alcanzamos un pequeño humedal, repleto de juncos, que atesora una rica fauna. Continuamos después en dirección a las abandonadas canteras de Albaina, donde localizamos un cartel señalizador que nos indica la dirección a seguir. En descenso alcanzamos rápidamente la ermita de la Virgen de la Peña, y Faido.