En los sobrecogedores farallones rocosos de la sierra navarra de Sarbil, se esconde uno de los lugares de nuestra geografía insólita más sugerentes a la vez que desconocidos; se trata del Santuario neolítico de San Quiriaco. 

Nos situamos en la Navarra media, en las afueras de la localidad de Etxauri, la misma que da nombre a la importante escuela de escalada, por la que hoy vamos a transitar. Aparcamos junto a la carretera NA-700, en un apartado junto a la propia vía, justo desde donde parte una pista de tierra que tomaremos para iniciar nuestro paseo.

ACCESO: Alcanzamos el punto de partida, siguiendo por la carretera NA- 700, desde Etxauri, o desde Izurzu. Debemos alcanzar el kilómetro 15 de la misma, donde aparcamos a la derecha de la vía.


DISTANCIA: 1.8 kilómetros.


DESNIVEL: 100 metros.


DIFICULTAD: Fácil.

Caminamos un corto tramo hasta toparnos con una preciosa y solitaria encina, uno de los grandes árboles sagrados de las viejas culturas europeas. Merece la pena pararse un poquito y escuchar el susurro del árbol. Nos contará que los antiguos lo consideraban un símbolo de fortaleza, solidez y longevidad. Que fue el árbol de cuya madera se fabricó la cruz donde se crucificó a Jesucristo. O que ha pasado a la cultura tradicional como nombre de numerosos pueblos a lo largo y ancho de la geografía peninsular. O, incluso, nos recitará los versos del gran poeta Antonio Machado, que dicen: “El campo mismo se hizo árbol en ti parda encina.”

Dejamos la magia de la vieja encina, y seguimos caminando. A la izquierda del árbol, vemos una piedra que tiene una flecha pintada en negro, debemos tomar la dirección que nos indica. Caminamos al abrigo del impresionante bosque, ganando altura entre bojes, enebros o quejigos, que nos regalan su abrazo y sus indescriptibles aromas. Pasamos junto a un monolito natural, que bordeamos.

Seguimos caminando pausadamente y, de pronto, aparece frente a nosotros la gran piedra-tótem. Un monolito con forma de rostro humano con los ojos cerrados, muy conocido entre los escaladores, quienes lo llaman “El Huso”. No es casual que el santuario que hoy buscamos estuviera junto a esta piedra, que estaría vinculada al templo; incluso, quizá, fue uno de los motivos por los que aquellos hombres y mujeres eligieron este enclave para ubicarlo. Esta es una de esas rocas y montañas que presentan una marcada forma humana en nuestra geografía, quién sabe si se trata de esos seres míticos de nuestra tradición, hechos piedra. Muy cerquita queda un refugio de montaña edificado en el abrigo de la Peña del Cantero, tristemente unido a la destrucción de unas interesantes pinturas prehistóricas que había en sus paredes.

El ascenso bordea el monolito y continua ganando altura hasta que, oculto entre el bosque, aparece a nuestra izquierda el acceso al santuario. No es casual la estructura de entrada al recinto sagrado, ya que se compone de una estrecha abertura en la roca, con signos de labra, por la que apenas pasa una persona. La abertura muestra los restos de lo que, posiblemente, fueran los anclajes de algún tipo de cerramiento. A este santuario, posiblemente, solo podrían acceder determinadas personas destacadas de la tribu, ya que se trata de un lugar sagrado: quizás sacerdotes, guerreros, jefes tribales,…

Pasamos por la abertura y, a nuestra izquierda, se localiza la zona superior del santuario de San Quiriaco o San Quirico. Dos tramos de escaleras talladas en la roca nos llevan hasta la zona superior, donde localizamos una piedra plana. Posiblemente, en ella se colocarían los cadáveres de los guerreros muertos en combate, con la finalidad de que los buitres, comieran sus restos elevándolos, de esta forma, a los dioses, en un ritual de origen celtibero llamado la descarnatio. Los buitres son animales profundamente sagrados para muchas culturas de la vieja Europa y esta tradición celtibera la recogieron autores clásicos como Eliano o Silo Itálico. Este último dejó escrito:

“Los celtiberos consideraban un honor morir en combate y un crimen quemar el cadáver del guerrero así muerto. Pues creen que su alma remota a los dioses del cielo al devorar el cuerpo yacente el buitre”.

Muy cerquita de Etxauri, junto a la carretera que une esta localidad con la cercana población de Ibero, se encuentran los restos del castro de la Edad del Hierro de Leguín, posiblemente unido al santuario de San Quiriaco.

Nos llama la atención la vista sobre el meandro que el río Arga traza abajo en el valle, con una visión perfecta desde el Santuario. Algo que, sin duda, no pasó desapercibido para nuestros antepasados. Al fondo, cerrando el paisaje, se presenta magnético el Pirineo, con las montañas que comienzan a ganar altura, acercándose al centro de la cordillera. Solo nos resta descender por el mismo camino, pero nuestros pasos se resisten a abandonar este paraje, profundamente mágico, importantísimo para nuestros ancestros. Un lugar que emana la energía incomparable de los viejos lugares, de los sitios sabios que nos invitan a descubrir sus secretos pausadamente.