El parón navideño que se avecina siempre significa el ecuador de cualquier temporada. Los jugadores descansan durante una semana entera. Ninguno se marcha con su selección. Y, excepción hecha de la Premier, el balón deja de rodar para que las charlas futboleras entre turrones hagan las funciones de balance. Pues bien, hoy tenemos la fortuna de poder sostener aquí que la Real, tras ganar el domingo, se encuentra sólo a un último empujón de alcanzar las fiestas en una situación envidiable. Venciendo uno de los dos partidos ligueros que restan, llegará a la interrupción con (al menos) el 50% de los puntos disputados en la buchaca. Superando el jueves al Dinamo, se habrá clasificado virtualmente para las eliminatorias de la Europa League. Y además los dos primeros trámites de la Copa ya han sido solventados, para acceder a esa fase de la competición en la que empieza a oler a trascendencia. En agosto yo firmaba con sangre semejante panorama.
Lo previsible
La campaña no arrancó nada bien para los intereses de la Real, porque el verano que entonces quedaba atrás se dio como se dio. Las salidas de Merino y Le Normand hicieron pupa. La plantilla fue sometida a una renovación (que no revolución) cuyo principal efecto implicó el rejuvenecimiento del vestuario. Y, por si todo lo explicado fuera poco, los principales referentes del equipo, internacionales ellos, se vieron privados de unas vacaciones como Dios manda, lo que a su vez atrasó en el tiempo sus respectivas pretemporadas. “Tranquilidad, porque la Real va a ir a más”, defendíamos todos cuando los resultados no llegaban durante las primeras jornadas. No hacía falta ser ningún iluminado para sostenerlo, y el tiempo nos dio la razón. Contra el Real Madrid, en Valladolid, en casa frente a Valencia y Atlético... El equipo de Imanol empezó a jugar mucho mejor. Y tampoco es que nos extrañara, porque el potencial ahí estaba. El ensamblamiento de las nuevas piezas y el crecimiento en lo físico hicieron el resto. Las alegrías comenzaron a sucederse.
Lo imprevisto
Digamos que, entre finales de septiembre y mediados de noviembre, la escuadra txuri-urdin demostró que su techo podía y puede resultar muy alto. ¿Que a qué me refiero por techo? Pues a su nivel máximo, a lo brillante que puede llegar a ser. Lo que pasa es que acreditar un techo muy elevado, como hizo la Real en el Sánchez-Pizjuán ante el Sevilla o en Anoeta contra el Barça, no está necesariamente reñido con tener un suelo bajo. ¿Que a qué me refiero por suelo? Pues a su nivel mínimo, a lo competitiva que puede llegar a ser cuando tiene una mala tarde o cuando las circunstancias no acompañan. El caso es que en la temporada del nuevo libro o del cambio de ciclo, en la campaña de la plantilla novata cuya madurez deportiva llegará “dentro de dos o tres años” (Imanol dixit), podía esperarse que los nuestros se lucieran en determinados encuentros, pero también resultaba sencillo pronosticar cierta irregularidad, unida a una comprensible tendencia a sufrir durante esos encuentros en los que no caes de pie. Así, un servidor no contaba ni por asomo con asistir desde este curso a victorias como las obtenidas frente a Ajax, Betis o Leganés. Haberme equivocado supone el mejor de los regalos que Olentzero podía dejar en Zubieta. Una maravilla.
Dificultades
La Real las pasó canutas frente a los neerlandeses durante aquellos famosos 45 minutos, pero se mantuvo en pie para darle la vuelta al calcetín tras el descanso. No hizo su mejor partido contra los de Pellegrini, pero Remiro fue un espectador más ante un rival de buen arsenal ofensivo. Y, más allá del 0-3 final, tampoco se sintió del todo cómoda en Butarque durante una dura batalla de duelos y juego directo. Pese a las mencionadas dificultades, mereció con creces ganar los tres encuentros... La evolución experimentada por el equipo en lo que llevamos de temporada va más allá de la lógica. No es que haya mejorado, propósito que empezó a lograr hace un par de meses. Es que acredita ya un poso competitivo en teoría impropio de una escuadra en construcción. Si en mayo terminamos celebrando algo, estaremos ante la obra maestra de Imanol, por mucha Copa que haya ganado, por mucha Champions en la que nos haya metido.
EL DINAMO DE KIEV, MUY CENTRADO EN LA LIGA
El Dinamo de Kiev, histórico dominador del fútbol ucraniano, sólo ha ganado una de las siete últimas ligas, habiendo vencido las otras seis el Shakhtar Donetsk. Se antoja normal, de este modo, que el adversario txuri-urdin el jueves en Anoeta esté dando prioridad al campeonato doméstico. Es colista en Europa con cinco derrotas tras cinco jornadas. Y en su país, mientras, es líder tras la victoria de anteayer frente al Oleksandriya, segundo clasificado. En la última semana se ha medido dos veces (miércoles en partido aplazado y domingo) a su actual rival directo, y en ambos encuentros ha repetido once de gala, por lo que se avecinan cambios en Donostia. Su entrenador es Shovkovski (49 años), el mítico portero del Dinamo que deslumbró a finales de los 90 con Shevchenko, Rebrov y compañía.
CALIBRAR LA SEGUNDA RONDA DE COPA
La primera ronda de Copa es un paseíllo infame que atenta contra la emoción competitiva, pues no la hay entre equipos de Primera y rivales de categoría regional. La tercera ronda que se sorteó ayer y que llevará a la Real a Ponferrada significa ya una instancia más que seria, en la que un paso adelante te mete de lleno en la pelea por el título. Y entre ambas eliminatorias, mientras, figura la segunda, la que los txuri-urdin superaron en Cuenca de forma sufrida. Su actuación allí no fue buena, llamemos a las cosas por su nombre. Pero aprendamos también a calibrar una fase traicionera de la competición, en la que los conjuntos de la élite visitan a escuadras profesionales, con cara y ojos en lo táctico, que juegan extra motivadas y que compiten además en campos deficientes. Se trataba de ganar. Y punto.