Seguro que algunos me tacharon de exagerado, pero es una tesis que mantengo desde hace tiempo y que se va reforzando con el paso de los aconteceres. La Real todavía no ha superado el palo que se llevó en el partido de vuelta de las semifinales de la Copa del Rey. Después de muchos años en los que todo habían sido buenas noticias con un título de Copa y un pase vip para dejar boquiabierto a toda la Champions, el sopapo que supuso caer en el penúltimo peldaño de la Copa ante el Mallorca se convirtió en una losa muy complicada de superar. Nos teletransportó a épocas menos brillantes y carentes de gloria en las que soñábamos precisamente con disputar algún día encuentros trascendentales que nos permitieran soñar en grande. De repente y cuando menos lo esperábamos, se instalaron en Anoeta la tristeza, la melancolía, la depresión y la hiriente envidia por la gesta del vecino a los que todos sabíamos que les iban a aguardar unos 90 minutos de perros si el equipo hubiese hecho lo que había que hacer. Es decir, ganar.

Y claro, salirse de eso, no es fácil. Ya lo vivimos con la celebración del hito histórico alcanzado por la quinta clasificación europea consecutiva lograda además en una final disputada a domicilio en la guarida de uno de esos forajidos que nos acechan con el que estamos manteniendo una creciente rivalidad en estos últimos años. Pero la alegría tampoco fue completa. Se nos quedó ese sabor de boca amargo del fracaso. Más aún cuando los resultados en casa en este 2024 continúan siendo dramáticos, el verano fue angustioso por la temida fuga de talentos y el inicio del curso, ya sin dos de tus piezas clave, ha estado muy lejos de lo que se esperaba.

Yo insisto. No podemos perder la perspectiva real de las cosas. El equipo cayó con honores en una maldita eliminatoria a pesar de que su verdugo estaba muy lejos de su nivel. Ya sé que no me gusta compadecerme en el argumento de la fortuna, pero en algunos casos resulta imposible explicar un resultado sin recurrir a la falta de suerte. Y no, por supuesto que aquí no incluyo las paradas del portero del Mallorca y los fallos de Sadiq con todo a su favor en la ida. Eso tiene mucho más que ver con la calidad y el acierto que con la potra, evidentemente. Pero hay otra circunstancia que muchas veces pasamos por alto. Y es que, aunque no era un contrincante de campanillas, no se puede olvidar que se trataba de toda una semifinal de Copa. Para que se hagan una idea y sin querer entrar en absurdas comparaciones, el equipo campeón, la generación de oro, jamás disputó una final del torneo. Y hace solo unos años, antes de la era Imanol, pensar en llegar hasta ahí era una absoluta quimera. Ahora que nos acostumbramos a estar más cerca y a ser capaces de ganarla, no vale con que se derrumbe a las primeras de cambio todo lo que con tanto esfuerzo se ha levantado y consolidado.

Evaluación de los daños

Me remonto al partido del Mallorca, que debería haber sido catalogado casi como un innombrable, porque en la evaluación de daños y a pesar del bajón moral general, afortunadamente en esta ocasión no podemos encontrar a muchos jugadores marcados de por vida salvo, cómo no, Sadiq por sus increíbles fallos en Palma. Y que conste que para mí, en el fondo, fue mucho más grave que se negara a lanzar uno de los penaltis cuando era el delantero más caro fichado en la historia y no pareció tener ningún cargo de conciencia mientras canteranos como Turrientes y, sobre todo, Olasagasti ponían sus carreras en peligro en la guillotina de los once metros. Un todo o nada. Rojo o negro.

Poco se valora la heroicidad de los de Zubieta, a los que hay que sumar a Zubimendi, ya que, al lanzar, los dos donostiarras parecían que se encontraban en la plaza del Txofre donde coincidían mucho de txikis y el campeón olímpico en la de Beasain con sus amigos. Sé que es complicado de entender, pero si tenía que fallar uno, qué importante resultó que fuese Mikel Oyarzabal el sacrificado: “Nunca lo había pensado, pero hay que tener valor para hacerlo con 22, 23 años. Siempre tiene que haber uno que lo falle y ese día me tocó a mí”, declaró en este periódico poco después el gran capitán al que, como es lógico, no le convencía en exceso esta teoría.

Ahora, sumergidos en una atmósfera decadente, en apariencia que no en la realidad, por toda la decepción acumulada, también podemos defender y creer en que la crisis, porque a este tipo de cosas es mejor llamarlas por su nombre, no se ha cobrado ningún nombre propio. En esta ocasión los dos grandes señalados más por las redes sociales y los cobardes perfiles anónimos han sido el propio Oyarzabal e Imanol. Los mismos cabrones de siempre. Todos los demás se han ido de rositas y sin secuelas destacables.

Oyarzabal

Mikel se defiende solo. No necesita que nadie le vaya sacando la cara porque prefiere hacerlo en persona. En poco tiempo hemos pasado de que la lesión de rodilla le había provocado que no pudiera jugar en las bandas por lo que solo tenía una ubicación posible en el 4-3-3 de Imanol. Delantero centro. El año pasado fue el mejor estilete, dicho sea de paso, sin demasiada competencia por parte de los otros tres. Nos salvó los muebles al marcar catorce goles antes de hacer campeona a España en la Eurocopa en una maniobra de 9 puro. A nadie se le escapa que es un jugador al que se le nota si no está al 100% y que así no debe jugarlo todo, porque no se hace ningún favor a sí mismo, pero si necesita minutos y rodaje… ¿cómo se consigue eso si no está en el verde? Y a este merece la pena esperarle. La mejor demostración, su extraordinario partido contra Serbia actuando en banda derecha, una posición que parecía un coto prohibido para él, al menos según la opinión de ese sector que parece haberse cansado de su cara y pierden el tiempo buscándole defectos en batallas que Oyarzabal siempre acaba sacando adelante. Lo dicho, no necesita a nadie. Se defiende solo y siempre lo hace en el campo. Jugadorazo.

Imanol

E Imanol… Es cierto que está nervioso, algo normal dada la situación del equipo, y que tiene que afinar más en la toma de decisiones. Todos coincidimos en que la Real sigue contando con un equipazo esta temporada. El punto fuerte del oriotarra en estos últimos años ha sido su acierto en sus incontables e interminables elecciones que ha tenido que hacer, lo que le ha permitido convertirse en ganador nato. Él también debe mejorar, está claro, pero lo sabe.

Y del resto, todos han salido indemnes. Es decir, como mucho, parten de cero. Solo podemos ir a mejor. Yo al menos lo veo así. Con un margen de crecimiento amplio y sin techo. Seguimos a tiempo de todo. Pero hay que empezar a ganar muchos partidos. Desde hoy en Girona. ¡A por ellos!