Javier Clemente era un ciclón incontrolable en sala de prensa. Una máquina de hacerse enemigos. No he visto nada igual en mi cuarto de siglo como profesional. Lo he contado más veces. Mi primer día como contratado por un medio de comunicación, cuando viajaba de Madrid a Donostia, donde iba a ejercer de corresponsal, me llegó un viejo SMS confirmándome que la Real había contratado al técnico de Barakaldo. Para un periodista era, por una parte, una mina de oro estilo Kubo para la Real, porque cada vez que abría la boca subía el pan y me hacían espacio en las páginas del Diario As como Moisés abrió el Mar Rojo. Pero, por otra, era muy dura la convivencia con él. Agresivo, desconfiado, rencoroso… Faltón hasta el punto de que yo me resistía muchas veces a reírle ninguna gracia que supusiese agraviar a un compañero. Aunque a veces tuviese chispa, porque lo jodido es que en ocasiones la tenía. 

Lo mejor que ha demostrado Clemente es que siempre ha sabido hacer grupo y cerrar filas en torno a él. El ejemplo más claro lo tuvimos en la selección, como bien nos recordó el magnífico reportaje de Movistar La España de Clemente. El problema es que lo llevaba a su máxima expresión, hasta el punto de tener que bunkerizar a sus jugadores de la guerra tóxica mediática que había generado cada vez que atendía a la prensa a la que incluso dividió en dos bandos. Entre otras cosas quizá por eso su mensaje no caló tanto en Zubieta, porque aquí es muy complicado separar al equipo de los periodistas que cubren su información. Antes se señala al que intenta dividir. 

Esta semana, los que seguimos y le tenemos cariño a la Roma (un poco menos después de lo del año pasado) estamos de enhorabuena porque por fin le han liberado tras despedir a Mourinho. Con el portugués sucede un poco lo mismo, o estás con él o contra él. Sus futbolistas hablan maravillas y dan la vida por su general, que se parte la cara contra el que sea para que no les ataquen. El problema es que, como Clemente, carece de mano izquierda y este además tiene unos rasgos dictatoriales inadmisibles al no tener inconveniente en meter en habitaciones a periodistas para echarles en cara una crítica o simplemente una pregunta que le haya molestado. Todo ello con el consiguiente desgaste que generaba en la relación con la prensa y la afición, en la que poco a poco iba ganándose detractores. 

Imanol estaba enfadado en Pamplona y como él es así no quiso disimularlo al acabar un partido que, para ser justos, no fue para sacar demasiado pecho. Eso sí, la gran mayoría de los hinchas realistas y los periodistas coincidieron en el extraordinario valor y mérito de un triunfo que, ojo no vaya a convertirse en el mismo tiempo al que aludió él en El Sadar, en la victoria clave de la temporada. 

El oriotarra volvió a no estar fino. No se entiende bien el motivo de su protesta: “A este equipo tú le puedes criticar que no acierte o que no gane, pero no se le puede poner ningún pero a su trabajo y esfuerzo”. A ver, en una plantilla compuesta por un capitán como Oyarzabal, que no se iba a recuperar del todo de su operación; por Barrenetxea, que era un figurín que no valía para el primer equipo; por Sadiq, que está cojo de por vida; por Kubo, que cuando lo ficharon era un paquete sin solución; por un Merino que estaba tan lento que solo podría destacar en Osasuna en Segunda; por Brais, que los catorce millones que se pagaron al Celta fueron el mayor robo de la historia; por Le Normand, que no podía estar ni un minuto más en el Sanse cortando el paso a otro canterano; o, el mejor de todos, por Zubeldia, que de tan polivalente que decían algunos que era jugaba mal en todos los puestos (podría seguir)… Juro que jamás he escuchado o leído que se le haya reprochado su trabajo y su esfuerzo. Ahora bien, parece mentira que siendo tan de la Real no comprenda que haya derrotas que escuezan más o menos, dependiendo del rival, el escenario y, cómo no, la reincidencia. 

Y, como asegura también él, estoy hablando en general. Ahora me centro solo en la prensa. Vuelvo a decirlo. No ha habido un entrenador que nos haya limitado y condicionado tanto nuestro trabajo como el de Orio. No podemos entrar en Zubieta, no tenemos partes médicos informativos ni muchas veces comprensibles, no concede entrevistas individuales, no filtra ni una palabra ni al medio afín que tiene derecho de pernada. Nos miente en la sala de prensa y no tiene ningún pudor en reconocer que lo hace… Pero saben lo mejor de todo: si hoy hago una encuesta entre los medios locales, no hay ni solo periodista que no me diga que Imanol es el mejor entrenador posible de todo el mundo para entrenar a la Real. Ni uno. 

Entendemos que la cuesta de enero está siendo dura. Que el equipo se encuentra desgastado y lastrado por los contratiempos físicos y que él no es ciego para ver que se ha agotado un poco la fuente del fútbol champagne, pero vamos a intentar evitar delirios quijotescos para no confundir molinos de viento con gigantes. Imanol no puede ver enemigos, como sí tenían Clemente o Mourinho, donde no los hay. Ni, por supuesto, creárselos de forma absurda y evitable, ya que supondría abrir una zanja que no beneficiaría a nadie. 

Contaba Lucía Taboada, que escribe como los ángeles de su querido Celta, que solo hay un silencio más demoledor que el de un estadio vacío, y es el de un estadio lleno. “Y en Balaídos a veces se dan esos silencios mortíferos. Silencios netos. Silencios totales. Silencios que duran minutos y en los que, paradójicamente, se escuchan muchas cosas como el pesimismo”. Justo lo contrario que transmite nuestro apreciado y venerado entrenador, cuyo carácter y personalidad le permite tener siempre el sonido del respaldo de su gente. El sonido de la ilusión y el optimismo. La temporada es sobresaliente. Vamos a seguir soñando y disfrutando todos juntos y unidos. Queremos que la Real silencie de nuevo Vigo mientras atronan los tambores en su honor el día de San Sebastián ¡A por ellos!