No le suele gustar a Imanol que se le planteen, en clave táctica, preguntas excesivamente simplistas. “En la pizarra, dibujando flechitas, las cosas resultan muy fáciles y sencillas, pero luego hay que ejecutarlas sobre el campo, cosa mucho más complicada”. El míster tiene más razón que un santo, vaya eso por delante, pero partidos como el de la Champions League en Salzburgo comprometen el calado de su discurso, básicamente porque en Austria sucedió lo que difícilmente ocurre en esto del fútbol: todo aquello que dictaba la teoría se pudo llevar luego a la práctica, y muy bien además. Las características del Red Bull apuntaban claramente a lo que, sobre el papel, había que hacer en su estadio. Nuestro equipo se puso a ello. Y satisfizo durante los 90 minutos todas las necesidades propias del encuentro y de las particularidades de este. No, no fue ningún paseo. El mérito de la Real Sociedad residió en que lo pareciera.
Para apretar al rombo local tocaba incorporar un cuarto centrocampista a la medular, e Imanol acertó eligiendo a Traoré, escogiendo saltar a centrales con Kubo y flotando muchas veces al lateral izquierdo Terzic, que no al derecho Dedic. Salió perfecto. Evitar las temidas transiciones del Salzburgo exigía terminar las jugadas e interrumpir de la forma más discreta posible sus inicios de contragolpe. Se hizo. Superar la agobiante presión de los centroeuropeos apuntaba a los laterales como puerta de salida para, desde la progresión por banda, terminar metiendo dentro el balón. Lo consiguieron los nuestros. Y la Real también añadió a la receta uno de los ingredientes clave para meter mano a estructuras estrechas y basculantes como la de este adversario, los cambios de orientación para encontrar a compañeros libres en la banda opuesta. Se intentaron con éxito con el balón en movimiento. Y se intentaron con mayor éxito aún mediante saques de banda evidentemente trabajados. Uno de ellos generó el 0-1.
El equipo brilló en Salzburgo. Lo hizo todo bien. Y toca incluir en este saco la eficaz red de seguridad que permitió a los realistas jugar como lo hicieron. Al fin y al cabo, el modo en que desactivaron los ataques del Red Bull resultaría imposible de concebir sin la labor de Zubeldia y Le Normand (más Pacheco), zagueros emparejados a menudo en dos para dos con la doble punta austríaca y apagafuegos ante el creciente fútbol directo local. Los de Gerhard Struber, incapaces de enganchar con sus futbolistas interiores más creativos, fiaron enseguida gran parte de sus opciones al juego en largo hacia los delanteros. Y, pese a que Imanol hizo bien dejando por ahí atrás a Aihen para defender en superioridad, correspondió principalmente a los centrales dirimir peligrosos duelos de los que salieron casi siempre ganadores.